En las entrañas de la Tierra
Una vez escuché a Robert Ballard, descubridor de los restos del Titanic, decir que en las profundidades del mar podíamos descubrir más riquezas que en el espacio infinito. En su concepto, los humanos debíamos explorar mejor nuestra propia morada en busca de respuestas a las interrogantes más variadas que todavía hoy existen. Concuerdo. Y añado que no solamente el fondo del mar puede llegar a sorprendernos de sobremanera, brindándonos valiosas enseñanzas. También en las profundidades de la Tierra misma podemos encontrar un sinfín de historias, de proezas, de descubrimientos y de respuestas que las diversas civilizaciones y generaciones han ido planteándose para resolver sus necesidades, expresar su arte, dejar una huella o, simplemente, para mejorar sus vidas.

En la Iglesia Oscura o Karanlik Kilise, construida en una de las cavernas existentes desde hace muchos siglos, encontramos hermosos y bien mantenidos frescos de estilo bizantino.
Inmiscuirse y robarle espacio a esa coraza subterránea que la humanidad ha venido transitando no es asunto nuevo ni fácil. Desde la antigüedad, el hombre buscó maneras de adentrarse en el interior de rocas, montañas y todo tipo de superficies para crear estructuras con diversos propósitos: desde extraer recursos naturales hasta lograr espacios con microclimas más agradables; desde establecer escenarios muy particulares donde rendir culto a un ser supremo hasta crear sitios para protegerse de los peligros del mundo exterior.
Así, en Capadocia, una de las regiones históricas más antiguas del mundo que está ubicada en la parte central de Turquía, allá por el año 1400 antes de Jesucristo, el imperio de los hititas se empecinó en construir una enorme ciudad bajo tierra para protegerse del tránsito constante de invasores. Actualmente, miles de turistas se dirigen a la ciudad subterránea de Derinkuyu para descender a las entrañas de la Tierra y conocer ocho, de los cerca de veinte niveles hasta ahora descubiertos, que se entierran a 40 metros de profundidad. Resulta inverosímil imaginar que una familia descendiera, con sus animales y pertenencias, a través de este laberinto en el que comedores, cocinas, salas de culto y hasta establos han sido descubiertos; pero más difícil aún es pensar cómo fue creada esta estructura que miles de personas llamaban hogar. No muy lejos de allí se encuentra otra ciudad subterránea de menores proporciones, pero igualmente imponente: Kaymakli que, al igual que Derinkuyu, hasta con pozos de ventilación contaba.
Pero la cereza del pastel dentro de la región de Capadocia la encontramos en el Parque Nacional de Goreme, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y conocido como el Museo al Aire Libre de Goreme. Este imponente paisaje casi lunar, repleto de formaciones geológicas surrealistas es, aparte de famoso, realmente impresionante. No es de extrañar, pues, que una de las atracciones turísticas más comunes consista en apreciar desde un globo aerostático su vasta extensión, repleta de chimeneas rocosas con formas caprichosas de hasta 40 metros que albergan innumerables construcciones excavadas dentro de la característica roca volcánica. Y lo más llamativo es saber que estas edificaciones un día fueron casas y lugares de reunión de quienes habitaban esta región de Turquía, aparte de que albergaron cientos de iglesias excavadas en la roca durante los primeros siglos después de Jesucristo. La más famosa de ellas es la Iglesia Oscura, o Karanlık Kilise, cuyos frescos de estilo bizantino se han conservado en muy buen estado debido a la oscuridad reinante en esta cueva o complejo monástico construido alrededor del siglo XI.

La Catedral de la Sal Subterránea de Polonia, en Wieliczka, es impresionante por su tamaño y detalles interiores.
Y así como en Turquía, el interior de la Tierra se pobló de vida, en Roma y París el ser humano decidió robarle espacio a la corteza terrestre para sepultar a sus muertos. Vastos cementerios subterráneos se erigieron a partir del siglo II en Roma, donde más de sesenta catacumbas bajo la Vía Apia completan un recorrido de túneles de 160 kilómetros aproximadamente, en lo que ha sido catalogado como los primeros cementerios cristianos. En París, el mismo propósito se logró en el siglo XVIII al decidirse aprovechar la existencia de minas de piedra caliza de la era romana para albergar millones de huesos esparcidos en diversos cementerios de la ciudad, acumulando allí los restos de una gran cantidad de parisienses.
En un recorrido menos sombrío llegamos a Polonia, específicamente a la localidad de Wieliczka, donde desde el siglo XIII ha funcionado ininterrumpidamente una de las minas de sal activas más antiguas del mundo que, con una profundidad de 327 metros y una longitud mayor a los 300 kilómetros, todavía hoy produce sal de mesa para muchos hogares. Pero lo más impresionante no es que nuevamente el hombre decidiera adentrarse en las profundidades terrestres, esta vez en busca de riquezas naturales. Lo admirable en este caso es que los mineros que descendían cada día para realizar sus faenas diarias decidieran rendir un homenaje al Creador y construyeran un recinto, hoy conocido como la Catedral de la Sal Subterránea de Polonia, en el que desde los cristales de los candelabros hasta los cientos de estatuas míticas e históricas han sido esculpidos en la roca de sal. Una obra casi divina, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1978, nos muestra capillas excavadas en la sal, un lago subterráneo y exposiciones que se despliegan en un recorrido de más de tres kilómetros que cada año atraen a cerca de un millón de visitantes que quieren recorrer el museo de sal más grande de Europa.
Lo mismo ocurre en el otro lado del mundo, en nuestra vecina Colombia. Allí, a 180 metros de profundidad, la Catedral de la Sal de Zipaquirá, en Bogotá, es un monumento a la creatividad del ser humano, quien de una manera heroica y reverencial decidió mostrar su humildad terrenal construyendo una iglesia subterránea. Me tocó bajar a sus profundidades y descubrir un imponente altar engalanado con una enorme cruz de 16 metros de alto. En el recorrido pude apreciar todo tipo de recintos con esculturas y motivos religiosos, así como originales cruces esculpidas en sal que representan las doce estaciones del viacrucis. Recorrer la Catedral de la Sal nos hace sentir impotentes, pequeñitos, sumisos. Este enorme recinto con aire de museo nos cuenta dos historias: una que data de 1950, cuando a puro pulmón los devotos mineros hicieron una primera catedral; y otra de hace casi 20 años, cuando se construyó una nueva catedral a 60 metros por debajo de la original, y que ha sido nombrada la Primera Maravilla de Colombia, un santuario religioso y cultural.
Y aunque existen muchas otras historias acerca de la ingeniosa transformación de una mina como espacio alternativo, cerramos este capítulo con la mención de un lugar bastante inhóspito, pero interesante. Coober Pedy es una ciudad al norte de Australia que, aparte de ser reconocida como la capital mundial del ópalo por la gran cantidad de minas de este mineral que se encuentran allí, también es famosa porque la mayoría de sus habitantes actualmente vive bajo la tierra para protegerse de las altas temperaturas que se registran en la superficie desértica. Desde arriba se aprecian grandes chimeneas de ventilación que alimentan todo tipo de galerías, casas e iglesias visitadas por alrededor de 150,000 visitantes cada año y habitadas por cerca de 2000 residentes.

La Catedral de la Sal de Zipaquirá, en Bogotá, se encuentra a 180 metros de profundidad y su nave central, que cuenta con una enorme cruz de 16 metros de alto, impresiona a cualquiera.
Definitivamente, la vida y rutina diaria de quienes habitamos este planeta no sería la misma sin ese mundo subterráneo que ya nos pertenece. El ingenio que siglos atrás demostraron nuestros antepasados para aprovechar el subsuelo ha tomado un nuevo giro en los últimos años. Los principios y oportunidades de antaño han evolucionado a lo que logramos hoy con estos espacios creados para satisfacer nuestras necesidades. Como humanidad, hemos aprendido a invadir esos preciados espacios donde podemos transportarnos a gran velocidad, realizar todo tipo de compras y llevar una vida tanto o más compleja que la que se desarrolla bajo el sol.
En Toronto, por ejemplo, encontramos el mayor centro comercial bajo tierra del mundo, con 27 kilómetros y 1,200 tiendas que, como parte del complejo subterráneo PATH, forman parte de una red de comunicación a través de túneles y estaciones de metro que son transitadas a diario por 100,000 personas que se mueven entre edificios y atracciones de la ciudad. En Montreal, la Ville Souterraine se ha llevado el galardón de la red subterránea más grande del mundo. Cuenta con 32 kilómetros de túneles distribuidos en 41 manzanas o 12 kilómetros cuadrados en los que se conectan 40 cines, más de 2,000 tiendas, siete grandes hoteles, oficinas, bancos, universidades, siete estaciones de metro. Y lo mejor es que esta ciudad subterránea sirve al propósito para el cual fue concebido: permitir a los residentes huir de los helados inviernos de la ciudad. También Tokio, así como muchas otras ciudades alrededor del mundo, cuenta con extensas conexiones subterráneas que facilitan la vida de sus habitantes.

Coober Pedy es una ciudad subterránea al norte de Australia, que tiene viviendas, galerías y hasta iglesias en su interior.
Solamente en Estados Unidos hay más de 300 estructuras subterráneas, creadas con los más variados fines, que incluyen desde centros comerciales hasta viviendas y ciudades mismas, como el Underground Atlanta, que cuenta con seis cuadras de entretenimiento, restaurantes y tiendas. Pero si hubiera que escoger, dentro del territorio americano, una estructura subterránea para subrayar, sugiero dar un vistazo a la ciudad de White Sulphur Springs, en el condado de Greenbier, en el oeste de Virginia. Por más de 30 años, la existencia de un búnker subterráneo debajo del elegante hotel Greenbrier fue guardada como un secreto de estado. Construido de 1958 a 1961 con el objetivo de servir de refugio de emergencia para el Congreso de los Estados Unidos durante la Guerra Fría, el búnker representa un desafío a la arquitectura común por su magnitud, que iba a tono con la precisión con la que se manejó cada espacio interior: una clínica con 12 camas de hospital, unidad de cuidados intensivos, una cámara de descontaminación, 18 dormitorios para más de 1100 personas, laboratorio, farmacia, cafetería, salas de reuniones y una enorme puerta de 30 toneladas diseñada para que una sola persona la pudiera cerrar. Desde 1995, las instalaciones han sido abiertas a un público que, admirado, recorre estos espacios subterráneos ocultos por tantos años, de uno de los más interesantes búnkers que los americanos construyeron en su propio territorio e incluso en lugares donde tenían posiciones estratégicas, como en Panamá.
La lista es interminable, entretenida y rica en historias de cómo nuestra civilización ha penetrado en las cavidades terrestres. Lo importante es que todo este asunto logra llevar a su máxima expresión el espíritu creativo del ser humano, logrando crear estructuras arquitectónicas jamás concebidas como posibles, pero que hoy día existen y nos demuestran hasta dónde puede llegar la capacidad del ser humano por descubrir e ir más allá de lo obvio, saliéndose de su camino o, mejor dicho, adentrándose en la profundidad del mismo.
Fotos:
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The Greenbrier