Riñones Ajenos

Ma. Mercedes de la G. de Corró |

25 diciembre, 2009

Dos historias de desprendimiento y amor fraternal nos demuestran que la bondad pura puede sobrepasar cualquier obstáculo y cambiarnos la vida para siempre.

Para Ivis, la cicatriz que le dejó esa cirugía «es lo máximo, es un trofeo». Tony, su hermano mayor, volvió a nacer; y cada día que pasa, él piensa lo afortunado que fue al contar con ella cuandomás lo necesito.

“Ese riñón es de Tony.”
Ivis Burón de Faarup

Tony Burón es un gran bromista; tiene el don de hacer reír.  Al mismo tiempo, es muy sensible.  Por eso, cuando le preguntaron si estaría dispuesto a dar una entrevista para En Exclusiva, él respondió con una pregunta: “¿se permite llorar?”  Y es que las lágrimas afloran cada vez que recuerda el día en que su hermana Ivis entró al quirófano, pocos minutos antes de que lo hiciera él, para que los médicos extrajeran de su cuerpo el riñón que Tony necesitaba con urgencia.

Desde hacía unos diez años, Tony había empezado a sufrir de hipertensión y de diabetes.  El año pasado, durante un viaje a Punta Cana, sintió que le faltaba el aire, pero siguió paseando en four wheel, para no arruinar la vacación familiar.  De regreso a casa, los médicos le informaron que le había dado un infarto; le colocaron stents  y le advirtieron que, con el tiempo, iba a sufrir de los riñones.

El mantuvo la información en reserva, hasta que las circunstancias lo obligaron a compartirla: “tengo esto y esto y los doctores me están diciendo que, o me hago un transplante o entro en diálisis en poco tiempo”.  Enseguida, sus hermanas Ivis y Silvia, ambas menores que él; la hija de ésta última; y la hija del propio Tony, se ofrecieron a donar el órgano, pero el proceso de  selección determinó que los niveles de azúcar de Silvia eran fronterizos y que su hija era muy joven; en cuanto a la hija de Tony, ella estaba embarazada, así que sería necesario esperar varios meses antes de la operación.  Fue así cómo todas las miradas se posaron en Ivis (Burón de Faarup), la hermana sándwich.

Donar un órgano en vida tuvo un significado muy especial para Ivis, quien siente que su existencia se enriqueció gracias a esta oportunidad.

Las pruebas determinaron el grado de compatibilidad; e Ivis fue llamada a cumplir con la reglamentaria visita a la psicóloga.  Cuando ésta le preguntó cómo había sido el proceso de decisión, su respuesta fue: “yo nunca lo pensé, mi reacción fue automática”.  Seguidamente, la psicóloga quiso saber cómo se sentiría ella si, por cualesquiera razones, su hermano perdía o echaba a perder el riñón donado.

–Una vez yo se lo dé, ese riñón ya no es mío, sino de él–, le respondió Ivis.

El día de la operación, Tony e Ivis entraron al quirófano juntos, haciendo relajo, alzando los brazos, posando para el lente de la cámara del esposo de ella.  Ivis iba tan positiva, tan segura de que todo saldría bien, que nunca midió la seriedad del procedimiento.  “Las enfermeras –recuerda– nos miraban como diciendo ‘¿qué le pasa a esta gente?’  Íbamos como si fuéramos para una chiva parrandera –añade–, hasta que me despedí de mi esposo y lo vi bañado en lágrimas.  Eso sí me dio tristeza.  Pensé, si me pasa algo, él no lo va a aguantar.”

La operación fue un éxito.  A Ivis le extrajeron el riñón, este pasó por un proceso de limpieza y luego se lo transplantaron a su hermano, quien esperaba en otra sala.  El doctor le había dicho a Ivis “es doloroso, porque hay que cortar un pedazo de la costilla, pero, a pesar de eso, yo nunca tuve miedo”, insiste.

Ella salió del hospital una semana después, porque la gasa le produjo una reacción alérgica.  Su hermano tuvo algunas complicaciones, pero hoy día luce y se siente bien.  Hace poco, tras un examen periódico, sintió la necesidad de llamar a Ivis para darle buenas noticias y volver a agradecerle.  El tenía ganas de llorar, pero ella no le dio oportunidad: “estoy manejando, ciao”.  Era su manera de decirle: “no tienes nada que agradecer”.

Un día, durante una conversación, una amiga le preguntó a Ivis si su hermano estaría dispuesto a darle un riñón a ella.  “No sé y no me interesa”, respondió ella.  “Tal vez no –reflexiona–  pero no por falta de amor, sino por gallina.  El es muy flojo.”

“Mi hermano me hizo un regalo que no tiene precio”.
Alina Calvo de Moreno

«Todo ocurre por una razón y siempre es para mejor»: este es el mantra de Alina de Moreno, quien a raíz de la operación se unió aún más a su hermano Luis Felipe, a quien le estará eternamente agradecida.

“A mí, siempre me había parecido poco delicado pedir”, comenta Alina, pero, cuando su hermano tocó a su puerta y le preguntó “¿qué tengo que hacer para donarte un riñón?”, su alegría fue infinita.

–¿Tu sabes lo que me estás diciendo?–, le preguntó ella para estar segura de que no soñaba.

Lo demás es historia.  Alina recibió el riñón de Luis Felipe y, hoy por hoy, luce y se siente “mejor que nunca”.  Nada en ella revela los fatigosos caminos recorridos…
Su madre padecía de insuficiencia renal; un día, durante la diálisis, le sobrevino un derrame y no se recuperó.  Vilma, la hermana de Alina, heredó la enfermedad –riñones poliquísticos–, pero la superó gracias a un transplante.  Por su parte, Luis Felipe, el mayor, y Alina, la menor, habían sido personas perfectamente sanas hasta que, cumplidos los 33 años, esta última empezó a padecer de dolores de cabeza e hipertensión.  Los estudios revelaron que sus  riñones se estaban encogiendo.  Ocho meses más tarde, ella entró en diálisis:
“Yo siempre he sido, y seré, de mente muy positiva –afirma Alina–.  Yo no le tenía miedo al transplante, en cambio sí le tenía respeto a la máquina de diálisis.  Así que empecé a investigar.  Fui a Colombia, Costa Rica, Miami; me apunté en tres programas.  Estaba desesperada.”  Tras múltiples exámenes, un especialista del Jackson Memorial Hospital le dijo: “estás aceptada; cuando aparezca el órgano perfecto para ti, te llamaremos.  Puede ser mañana, o puede ser en cinco años.”
–Usted me va a llamar antes de lo que se imagina–, le aseguró Alina.

Dos semanas después, el teléfono sonó.  El candidato número uno tenía una carie y eso lo descalificaba, pues el receptor tiene que estar en óptimas condiciones, ya que el proceso obliga a que lo inmunosupriman completamente.  La operación fue exitosa, pero, al ser un órgano de donante cadavérico, “te suministran cortisona en dosis enormes –explica Alina– te hinchas, tu aspecto físico y tu estado emocional cambian.  Yo pasé seis meses en Miami, donde vive mi hermana.  Como ella había pasado por eso, fue un soporte grandioso.  Mi marido iba a verme cada tres semanas; mis hijos me enviaban cartas, dibujos”.

Alina vive hoy en condiciones normales gracias al desprendimiento de su hermano. Ahora, la vida le sonríe y se siente muy bien.

La recuperación fue difícil, pero el tiempo pasó y, finalmente, se dio el anhelado  reencuentro, el cual terminaría planteando la prueba más dura, “aun más que la operación”:
–Tú no eres mi mamá–, protestó Jaime, de tres años, al ver a Alina hinchada, con el pelo disminuido y una mascarita tapándole la boca.

El tiempo pasó; salud, aspecto y vida familiar se estabilizaron, pero, entonces, de un momento a otro, una comunicación equivocada lo derrumbó todo: los pacientes con problemas renales no pueden tomar antiinflamatorios porque son nefrotóxicos y a Alina le trataron un problema cervical con feldene flash.  El riñón obtenido con tanto esfuerzo, había sido dañado irremediablemente.

Siempre en busca de mecanismos que reforzaran la idea de que “todo va a salir bien”, Alina se inscribió en un curso de Los Siete Hábitos…  El último día, de pronto, sintió que la mitad del cuerpo se le paralizaba.  En ese momento, debido a los medicamentos,  sus huesos estaban descalcificados, tenía úlceras estomacales y había pasado por una operación de cataratas, pues la cortisona también afecta la vista.  Alina recibió el diagnóstico –“un tumor en el cerebro”–, justo por los días en que su hija se preparaba para el viaje de quinceañera.  Su condición era tan crítica que, tanto su padre como su esposo, intentaron cancelar los planes de la niña, pero Alina no se los permitió:
–Escuchen lo que les voy a decir, porque se los voy a decir por última vez: hasta que no me muera, no me entierran.  Yo estoy viva; y mi hija se va–.

El tumor lo trataron con el gamma knife.  Alina fue a terapia; empezó a recuperar la movilidad, pero el tema del riñón siguió latiendo.  Fue cuando Luis Felipe tocó a su puerta…
“Antes no te lo ofrecí –le explicó su hermano– porque mis hijos estaban pequeños; ahora estoy listo.”

Años atrás, Luis Felipe no imaginaba que él sería la clave para que Alina pudiese sobrevivir. Llegado el momento, quiso evitar que la historia de su madre se volviera a repetir.
Ivis y Tony han sido muy unidos desde siempre. Han compartido alegrías, tristezas y, ahora, hasta comparten parte de sí.

El Laboratorio de Inmunología determinó que la compatibilidad era grado A.  Cuatro días después de la operación, realizada en el Seguro Social, ella fue dada de alta.  Han pasado siete años y está mejor que nunca, porque, “al ser el match perfecto, las dosis de medicamentos son mucho mas bajas.”.  En apariencia, la dinámica fraternal sigue igual: “él me vacila, yo me quejo, mi papá interviene.  “Pero –subraya Alina– mi marido, mis hijos y yo no olvidamos que Luis Felipe nos hizo un regalo, un regalo que no tiene precio.”

Fotos: Silvia Grunhut, Space 67
Fotos antiguas: Cortesía de los entrevistados

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