De paso por Panamá
En su viaje migratorio de norte a sur y viceversa a través del continente americano, cientos de especies utilizan el territorio de Panamá para refugiarse, alimentarse y reproducirse, en un ritual que se repite cada año y que forma parte de su ciclo vital.
Cientos de ballenas jorobadas viajan miles de kilómetros desde los polos hasta el litoral Pacífico de Panamá. A las que vienen del sur se las puede ver desde junio hasta diciembre, y a las que vienen del norte, entre diciembre y marzo.
A principios de la década del 2000, un grupo de investigadores que estudiaba mariposas de la especie Aphrissa statira en la zona central de Panamá, comprobó que estos insectos no se sirven únicamente del sol o de puntos de referencia locales para orientarse durante sus largos viajes migratorios en los trópicos, sino que además sacan provecho del campo magnético de la Tierra para guiarse. Esta mariposa, que cruza el área del Canal de Panamá en grandes cantidades durante mayo y julio, también ha ayudado a los científicos a descifrar la forma en que los insectos migratorios responden a eventos climatológicos como El Niño.
La Aphrissa statira es, sin embargo, apenas uno de los muchos visitantes que pasan por el istmo. El país recibe todos los años a millones de especies viajeras cuyos patrones de comportamiento necesitamos entender mejor si la idea es que el territorio panameño siga siendo su ruta de paso.
…la razón principal de su viaje es llegar hasta latitudes con climas más cálidos…
Aunque son muchos los peligros que los acechan en el camino, lo cierto es que cada año cientos de especies se mueven a lo largo de toda América. La mayoría de ellas provienen de los extremos norte y sur del continente, y la razón principal de su viaje es llegar hasta latitudes con climas más cálidos en las que refugiarse del invierno polar, y en las que haya fuentes abundantes de alimento y espacios apropiados para reproducirse.
Robert Srygley, investigador afiliado al Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, sostiene una Aphrissa statira, especie de mariposa que migra entre el norte y el sur de Panamá a través del Canal. Marcada con un número antes de ser liberada, este individuo formó parte de un estudio sobre los mecanismos de orientación de estos insectos.
Algunos de estos animales, como las tortugas marinas, las ballenas y diversas especies de aves, son verdaderas campeonas en las pruebas de distancia y resistencia. El pequeño colibrí estrella garganta de rubí, por ejemplo, sale de Canadá y Estados Unidos cuando el invierno se aproxima y realiza un recorrido de 26 horas y más de mil kilómetros sin descanso hasta Centroamérica. La tortuga baula o laúd, la más grande de las tortugas marinas con una longitud de casi dos metros, puede viajar hasta 14 mil kilómetros entre continentes, y se tienen informes de un espécimen de ballena jorobada que recorrió 11 mil 500 kilómetros entre el continente Antártico y Costa Rica.
En algún momento de su recorrido, estas tres especies hacen escala en Panamá. El colibrí estrella garganta de rubí es una de las 176 especies de aves migratorias que pasan el invierno del norte en tierras cálidas, mientras que la tortuga baula es una de las cinco especies de tortuga que utiliza los cientos de kilómetros de playas del país para desovar. La ballena jorobada, por su parte, le saca un enorme provecho al conglomerado de archipiélagos que abundan en el Pacífico –Las Perlas, el Parque Nacional Coiba, la isla Parida y sus pequeñas islas adyacentes, y las islas Secas (golfo de Chiriquí)– donde se reproducen y enseñan a sus crías a bucear.
“Panamá tiene una enorme cantidad de conjuntos insulares que crean ambientes semiprotegidos y de aguas calmadas, donde las ballenas pueden entrar a tener sus crías. Es un hábitat importantísimo y genera un ritual que ocurre todos los años”, dice Héctor Guzmán, biólogo marino e investigador permanente del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI).
Otras ballenas como las orcas y el rorcual de Bryde, los tiburones martillo, los dorados y el tiburón ballena –el pez más grande del planeta– son nadadores que también utilizan las aguas de Panamá, tanto del Caribe como del Pacífico, en sus viajes migratorios.
De acuerdo con Guzmán, el tiburón ballena, que puede medir hasta 12 metros de longitud, es una especie particularmente difícil de estudiar y aunque se sabe que pasa por el istmo alimentándose, no hay evidencia de que llegue a Panamá a reproducirse. Del tiburón martillo, sin embargo, sí se sabe que utiliza los estuarios y manglares de Chepo, el golfo de Montijo, el golfo de Chiriquí y las costas de Darién para alimentarse y tener a sus crías.
Cuando el invierno se acerca en el norte del continente americano, el colibrí garganta de rubí vuela hacia el sur y pasa la mayor parte del tiempo entre México y América del Sur, haciendo escala en Panamá.
“No tenemos información muy precisa sobre cuánto tiempo permanecen las crías de tiburones martillo en los estuarios, pero es probable que sea durante unas semanas mientras aprenden a alimentarse”, explica Guzmán.
Entender para proteger
Las especies migratorias desempeñan un papel fundamental en el mantenimiento de la salud de los ecosistemas que visitan y son incluso fuente de ingresos económicos en aquellos países en los que se organizan actividades turísticas en torno a su llegada. Mientras que murciélagos y algunas aves migratorias esparcen semillas y se alimentan de animales que son dañinos para la agricultura, el avistamiento de cetáceos y el buceo con tiburones y otros grandes peces generan millones de dólares al año.
En Panamá, donde la observación de aves es particularmente popular, los aficionados a la ornitología disfrutan del espectáculo de millones de aves rapaces, playeras y cantoras que vienen de Canadá, Estados Unidos y México, y que surcan el cielo de la ciudad capital durante los meses de septiembre, octubre y noviembre.
“Algunas de estas especies pasan más tiempo en Panamá que en el lugar donde nacieron y otras simplemente se encuentran en tránsito hacia América del Sur”, explica el ornitólogo George Angehr, investigador asociado de STRI y presidente del comité científico de la Sociedad Audubon de Panamá.
Héctor Guzmán, biólogo marino e investigador del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, marca a un tiburón ballena con un dispositivo de telemetría que le permitirá monitorizar los movimientos del animal.
De acuerdo con Angehr, unas 120 especies de aves migratorias pasan todo el invierno del norte en Panamá y muchas de ellas lo hacen sin alimentarse durante varios meses.
A pesar de los numerosos conteos de aves migratorias que se han realizado en Panamá desde hace más de cuatro décadas, Angehr no sabe por dónde empezar a enumerar los estudios que tendrían que hacerse para entender mejor el comportamiento de estas grandes viajeras.
A la tortuga baula o laúd se la encuentra en las regiones tropicales de todos los mares del mundo, que recorre durante largos viajes en busca de playas en las que desovar.
A pesar de los numerosos conteos de aves migratorias que se han realizado en Panamá desde hace más de cuatro décadas, Angehr no sabe por dónde empezar a enumerar los estudios que tendrían que hacerse para entender mejor el comportamiento de estas grandes viajeras.
La manera más eficiente de estudiar el comportamiento migratorio de casi cualquier especie requiere de un trabajo de monitorización que empieza por capturar al animal, marcarlo con sistemas de seguimiento y luego liberarlo para controlar sus movimientos. Una técnica que se utiliza tanto en insectos, como en aves y grandes mamíferos.
Una bandada formada por gavilanes aludos y gavilanes de Swainson sobrevuela la ciudad de Panamá durante su paso migratorio.
El año pasado, Héctor Guzmán y su equipo publicaron los resultados de un estudio llevado a cabo con 15 ballenas jorobadas marcadas con dispositivos de telemetría, y cuyo objetivo era saber cuál era el riesgo de colisión entre los cetáceos y los barcos que entran y salen del Canal de Panamá a través del Pacífico. Siguiendo a las ballenas por medio de las señales de satélite y superponiendo sus trayectos a los de las embarcaciones, los investigadores concluyeron que el riesgo era lo suficientemente alto como para justificar una propuesta para crear dispositivos de separación de tráfico –avenidas artificiales para que las embarcaciones sigan un determinado orden al entrar al golfo de Panamá– que podría reducir en un 90% las posibilidades de colisión. Según Guzmán, la propuesta, avalada por el Gobierno de Panamá, está a la espera de la aprobación de la Organización Marítima Internacional.
Iniciativas como esta contribuyen a que los esfuerzos de conservación de especies migratorias tan emblemáticas como las ballenas jorobadas continúen. Sin embargo, los investigadores coinciden en que insectos, aves, mamíferos y peces que se mueven de un sitio a otro siguen amenazadas por la pérdida y alteración de su hábitat, por el manejo desordenado de los recursos y por el desarrollo costero indiscriminado, problemas que solo pueden resolverse mediante el trabajo conjunto de los países involucrados. “Es una obligación moral”, expresa Guzmán. “Estas especies no son panameñas, por lo que tienen que buscarse alianzas con otros países”.
Cierto, las especies migratorias no son de nadie pero son de todos. Y para Panamá, un país que durante los últimos tres millones de años ha servido como puente de paso para la fauna de todo un continente, entenderlas y protegerlas es asegurar la continuidad de su propia historia natural.
Fotos:
Alejandro Balaguer / Fundación Albatros Media
Christian Ziegler / Instituto Smithsonian de Investigaciones
Tropicales y Charles Melton / Visuals Unlimited / Corbis /
Latinstock México
Alejandro Balaguer / Fundación Albatros Media
Brian J. Skerry / National Geographic Society / Corbis /
Latinstock México Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales