¿Desaparecerán las ranas?
La evidencia indica que muchas especies de ranas se han extinguido en todo el mundo. Es posible que la rana dorada sea la próxima en la lista.
La voz de alarma sonó por primera vez a finales de los años 80 en un congreso de herpetología en Canterbury, Inglaterra, cuando se escucharon comentarios acerca de que las poblaciones de ranas y sapos disminuían en las cuatro esquinas del mundo. Esos animales que empezaron a poblar el planeta hace más de 300 millones de años, que se instalaron cómodamente en pantanos, desiertos, bosques y pampas, aquellos cuyos cantos de machos apurados compitiendo por hembras impasibles nos sorprendieron desde siempre, esos protagonistas de primera fila en fábulas, canciones y cuentos de príncipes mutantes a la espera de besos de princesas casaderas, esos símbolos de la fertilidad y la buena suerte… de pronto, empezaron a morir sin cesar. Y no solamente eso, con los años, se inició la publicación de estudios sobre malformaciones detectadas en diversas especies.
La ola fue creciendo, las malas noticias se fueron acercando. Varias especies de ranas y sapos de las tierras altas de Costa Rica desaparecieron, incluyendo su sapo dorado (Bufo periglenes). El Atelopus chiriquiensis, una especie que sólo vivía en Costa Rica y Panamá, también parece haberse extinguido.
Roberto Ibáñez, biólogo, investigador asociado del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI, por su sigla en inglés) describe claramente cómo Fortuna, en la provincia de Chiriquí, que era un lugar privilegiado por la gran diversidad de ranas, se ha quedado en silencio. En un día, sin buscarlos, se podían escuchar incontables individuos en las orillas de las quebradas; ahora, ya no se escuchan.
Quizás porque la antecede siglos de popularidad y por constituir una especie de “símbolo patrio”, la posible extinción de la rana dorada puede contribuir a llamar la atención sobre lo que la National Geographic tituló “¿Adiós a las Ranas?”. La misma fuente cita a Joe Mendelson, del zoológico de Atlanta, diciendo que desde la desaparición de los dinosaurios no se tenía noticia de una pérdida de tales dimensiones. “Y nadie puede decir que –entonces- el planeta no cambió”. La extinción de los anfibios puede ser la señal de que estamos asistiendo a cambios realmente severos en todo el planeta.
¿Qué pasó?
Los equipos de investigación piensan que la extinción de ranas, sapos y salamandras es el resultado de una combinación de factores en la que las actividades de los seres humanos ocupan el primer –y casi único- lugar.
Los anfibios, como los elefantes asiáticos o los armadillos de las montañas panameñas, hace décadas asisten impotentes al estridente espectáculo de las motosierras, talando a diestra y siniestra, y a la quema de bosques por parte de agricultores que carecen de asistencia técnica y financiamiento para practicar una agricultura sostenible. La deforestación de los bosques significa la destrucción de los lugares donde los animales se alimentan y se reproducen.
Así mismo, las ranas son especialmente vulnerables a los plaguicidas que se usan en la agricultura, pues “respiran” parcialmente por su piel, que suele ser bastante permeable. Además algunas especies ponen los huevos o pasan parte de su vida en el agua (cuando son renacuajos) y parte en la tierra, lo que aumenta su vulnerabilidad pues se exponen a los residuos de plaguicidas aplicados en las mismas plantas y a los que –arrastrados por la lluvia- van a parar a los arroyos. Algunos estudios evidencian que hay herbicidas que “producen severas deformidades que impiden que las ranas se defiendan de sus depredadores”.
“El” Hongo
La situación empezó a volverse un rompecabezas para los científicos cuando, incluso en áreas supuestamente protegidas –como los parques nacionales-, las poblaciones de ranas y sapos disminuían “drásticamente”. En Panamá, en 2005, un equipo de investigadores presentó en el Parque Natural Metropolitano avances de un estudio sobre la situación de la rana dorada en El Copé. Encontraron que se repetía el fenómeno de Fortuna, que es estudiado por Karen Lips de la Universidad de Southern Illinois. Las ranas morían. Incesantemente, en la tierra y en los arroyos se encontraban sus cadáveres. De hecho, la rana dorada, cuyo nombre científico es Atelopus zeteki, ha sido catalogada como “críticamente en peligro” de extinción.
En algunas especies, señala Roberto Ibáñez, se han reportado comportamientos extraños. “Se veían aletargadas, como congeladas, paradas en sus 4 patas. Se encontraban ranas terrestres en el río o las acuáticas trepadas en arbustos”. Indudablemente, en ese estado eran más vulnerables al ataque de sus depredadores.
La razón de la muerte de ranas, sapos y salamandras de El Copé, es una enfermedad llamada quitridiomicosis, causada por un hongo, que ha sido reportada en el norte y el sur de nuestro continente, en Europa central, Sudáfrica y Australia. En Panamá, la enfermedad ha sido detectada en las tierras altas de la cordillera central y se ha ido desplazando desde el oeste al resto del país.
Se estima que el hongo avanza 28 kilómetros por año y es letal. El estudio realizado en El Copé por Karen Lips y colaboradores, señala que en Panamá, en 4 meses (entre septiembre de 2004 y mediados de enero de 2005) el hongo causó tanta muerte que “redujo la abundancia de anfibios en más del 50%”. “En seis de siete muestras tomadas cerca de los arroyos se detectó el hongo”.
Los equipos de investigación han verificado que “el hongo está relacionado con la desaparición de 40 especies de anfibios de Centroamérica y otras 93 especies de ranas, sapos y salamandras alrededor del mundo”.
¿Cómo llegamos a esto?
Ibáñez, con una paciencia infinita, asevera: “hace mucho tiempo intentamos llamar la atención y no hubo respuesta”. Alrededor del tema hay infinidad de preguntas sin resolver. Se sabe que el hongo es genéticamente igual en todos los sitios. “Eso indica que se dispersó recientemente. Estamos hablando de 50 a 100 años”, continúa Ibáñez. Algunas hipótesis señalan que el hongo se dispersó mediante la exportación desde África de una especie de rana que se utilizaba para hacer pruebas de embarazo y empezó a infectar y diezmar a las especies nativas alrededor del mundo. En cambio, algunas ranas de Sudáfrica son resistentes y conviven con el hongo.
Otras hipótesis plantean la posibilidad de que en general se haya “disparado” la capacidad de enfermar no sólo de este hongo sino de otros organismos que causan enfermedades a los anfibios, o que tal vez ha mermado la inmunidad que tenían los anfibios frente a determinadas enfermedades. En cualquiera de los 2 casos, los investigadores estiman que “el impacto producido por los seres humanos es ampliamente responsable de la introducción y/o transmisión de las enfermedades”.
Tampoco hay absoluta certeza de cómo ataca el hongo a los anfibios ni cómo produce la muerte. No es resistente a la desecación ni a las temperatura elevadas, pero no se ha identificado cómo se dispersa. Es posible que las mismas ranas lo dispersen, pues hay indicios de que el hongo se “encapsula” en la piel de las ranas. Lo que sí es cierto es que una vez llega a un sitio, necesita de agua o humedad para movilizarse.
No se puede predecir exactamente cuáles serán las consecuencias de la extinción de los anfibios. Es posible que se incrementen las poblaciones de insectos y plagas. Algunos informes reportan que la exportación de ranas para el consumo de ancas está relacionada con el repunte de algunas enfermedades en la India, por ejemplo.
Escenarios
En condiciones de laboratorio las ranas se pueden curar. Se les eleva la temperatura del cuerpo y se les aplica un tratamiento anti-hongos. “Pero el hongo persiste en el ambiente. Ellas se re-infectan y mueren”, indica Ibáñez. Es decir, la opción de criar ranas para luego re-poblar las zonas afectadas no es viable. Es posible que estemos condenados a ver estos animales sólo en cautiverio y en condiciones controladas. Eso incluye a la rana dorada.
En resumen, los científicos opinan que estamos presenciando la extinción de las ranas, los sapos y las salamandras. Tal como hace años, continúan insistiendo en la necesidad de destinar mayores presupuestos para la investigación y fortalecer las medidas para proteger no sólo los diferentes hábitats de los anfibios, sino la naturaleza en su conjunto.
Fotos:
Smithsonian Tropical Research Institute, fotógrafo Marcos A. Guerra. Foto de rana dorada del cuadro: César Jaramillo.
PANAMÁ: Iniciativas contra la extinción
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