El canto del delfín
Cuando un país cuenta con el privilegio de tener áreas de observación de cetáceos como la Bahía de los Delfines en Bocas del Toro, los beneficios y las responsabilidades se cuentan por igual.
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Arrullada entre los brazos peninsulares de tierra firme y protegida por la herradura que forma la zona este de la isla San Cristóbal, descansa la Laguna de Bocatorito, también conocida como la Bahía de los Delfines. Rincón privilegiado del Archipiélago de Bocas del Toro, la laguna se caracteriza por sus aguas poco profundas y su diversidad de ecosistemas, lo que la ha convertido en un sitio muy popular para dos especies que comparten similitudes: los delfines y los humanos.
«La Bahía de los Delfines es una joya», dice Alejandro Balaguer, director general de la Fundación Albatros Media. «Allí tienes una laguna, salpicada del verde de los manglares, rodeada de bosques tropicales, y una familia de delfines residentes. Es una cita de la que no vas a salir mal parado».
Nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo llegaron a Bocatorito familias de delfines y alguno que otro individuo solitario. Pero lo que está claro es que la laguna presta a estos mamíferos servicios imprescindibles como zona de cría, alimentación y refugio.
La Bahía de los Delfines es un lugar muy concurrido por los turistas extranjeros y nacionales que visitan todos los años el Archipiélago de Bocas del Toro.
Laura May Collado, experta en cetáceos y gran conocedora de los delfines que se mueven dentro del Archipiélago de Bocas del Toro, explica que el tipo de delfín nariz de botella que habita estas aguas es el que los científicos conocen como «ecotipo costero», que tiene la habilidad de moverse en áreas cercanas a desembocaduras de ríos y en aguas de poca profundidad.
Balaguer, por su parte, no tiene ninguna duda de que los manglares de la laguna son «la sala de maternidad, donde los animales pasan sus etapas juveniles, refugiándose de los tiburones y otros depredadores», y los arrecifes de coral su «despensa permanente».
Pero de la misma forma en que las condiciones naturales de la bahía atraen a los delfines, estos atraen a los turistas. Según datos de la Autoridad de Turismo de Panamá (ATP), el 70% del total de turistas extranjeros y locales que pasan por Bocas del Toro todos los años se concentra en el archipiélago.
El turismo en la provincia no hace más que aumentar, y la saturación de personas en la zona parece haber tenido consecuencias sobre la población de delfines en el pasado. Gabriel Jácome, biólogo marino y coordinador científico de la Estación de investigación del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales en Bocas del Toro, cuenta que hace unos años los delfines abandonaron la bahía, y se cree que la causa fue el aumento de la actividad turística en el área. Eventualmente los delfines volvieron. Pero, ¿podrían marcharse otra vez?
Un recurso en peligro
La observación de cetáceos es una actividad comercial que genera millones de dólares al año y moviliza a una gran cantidad de turistas alrededor del mundo.
Para May Collado, la atracción hacia los delfines proviene de su «carisma» y del hecho de que «tenemos la idea de que son los animales más inteligentes, después del ser humano».
Alejandro Balaguer coincide con la investigadora. El periodista y fotógrafo ha sido testigo del cuidado que una madre muestra hacia su cría y del tono amable que adopta un delfín hacia una persona que identifica como inofensiva, todo lo cual le recuerda al comportamiento humano. «Al fin y al cabo son mamíferos igual que nosotros», dice.
No obstante, un negocio altamente rentable como lo es la observación de cetáceos, puede irse al traste cuando la mala planificación y las conductas inapropiadas dan como resultado que los animales se sientan amenazados.
Panamá cuenta con una legislación que regula la observación de cetáceos en sus mares y costas. El código de conducta establecido por la Resolución No. 01 del 29 de enero de 2007 de la Autoridad de los Recursos Acuáticos, señala, por ejemplo, que ninguna embarcación puede acercarse a menos de 100 metros de distancia de los delfines; que la velocidad de las embarcaciones en presencia de cetáceos es de 7 kilómetros por hora, que esta deberá permanecer en neutro durante el avistamiento y solo podrá ponerse en marcha tras verificar que no hay ningún animal en la superficie; y que solo dos embarcaciones podrán permanecer simultáneamente cerca de un mismo grupo de cetáceos.
Pero para nadie es un secreto que, con algunas excepciones, en la Bahía de los Delfines estas regulaciones no se cumplen a cabalidad.
Laura May Collado asegura haber visto quince embarcaciones persiguiendo a un grupo de apenas cuatro delfines. Y sus entrevistas con los pobladores revelan que hasta 100 botes pueden rondar por el Archipiélago de Bocas del Toro al mismo tiempo, teniendo todos ellos, en algún momento, la laguna como parada obligatoria.
La Laguna de Bocatorito es utilizada por pequeños grupos y familias de delfines que encuentran allí refugio, alimento y una zona de cría en la que los individuos más jóvenes pasan sus primeras etapas de vida antes de la madurez sexual.
«Los boteros tienen una forma de conducir que no es nada amigable con los delfines», explica por su parte Gabriel Jácome. «Esta consiste en girar en forma circular en la zona a toda velocidad con el fin de crear cierto grado de estrés para que los individuos salgan a la superficie. Es como una competencia de ‘diablos rojos’: se pelean por el último real, aunque saben que están cometiendo infracciones».
Las artimañas utilizadas por los boteros para que los turistas no se vayan decepcionados, no escapan al conocimiento de las autoridades de turismo.
«Estamos completamente en desacuerdo con que se esté correteando a los delfines por toda la bahía», dice Jaime Cornejo, director de Planificación Turística y responsable del Plan Maestro de Turismo de Panamá. «El avistamiento de cetáceos debe realizarse a base de horarios, recorridos y respetando los hábitos de los mamíferos».
Cornejo explica que para la Bahía de los Delfines, específicamente, la ATP lleva a cabo un programa de turismo comunitario con los pobladores de Buena Esperanza. La idea, propuesta por la misma comunidad, es construir miradores en los terrenos que rodean la laguna, complementados con paneles informativos, desde los cuales los turistas puedan ver a los delfines sin invadir su hábitat.
El funcionario agrega que las autoridades también están buscando desviar la atención de los turistas hacia las áreas continentales de la provincia, como Changuinola y las comunidades indígenas, con el propósito de aliviar la presión que el turismo ejerce actualmente sobre el archipiélago.
La Autoridad de Turismo de Panamá lleva a cabo un programa de turismo comunitario con los pobladores de Buena Esperanza, quienes son los más interesados en conservar un hábitat sano para los delfines.
La evidencia científica
Para comunicarse entre sí, los delfines nariz de botella (Tursiops truncatus) emiten silbidos muy especializados y se sirven de un sistema de ecolocalización para encontrar alimento y pareja.
En el año 2003, Laura May Collado, investigadora asociada de la Universidad de Puerto Rico, inició un estudio en el Archipiélago de Bocas del Toro con el fin de determinar el impacto que tiene el ruido de los motores en la salud y en el comportamiento de la población de cetáceos.
La investigadora llegó a la conclusión de que los delfines de Bocas del Toro -de los que se han llegado a contar más de 200, entre residentes permanentes y visitantes- cambian la frecuencia y duración de los silbidos para compensar el ruido generado por los motores.
En los últimos dos años, May Collado también ha notado que, a medida que el número de botes dedicados a la actividad de la observación de delfines ha ido en aumento, el número de delfines y el número de grupos de delfines observados ha disminuido.
De acuerdo con la investigadora, el hecho de que los delfines parezcan estar adaptándose al ruido es una prueba más de la plasticidad que caracteriza a esta especie y de su capacidad para sobrevivir en áreas que están relativamente contaminadas.
«Sin embargo, todas las especies tienen un límite», agrega. «En el momento en que el nivel de ruido exceda su capacidad de responder, vamos a empezar a ver más encallamientos o atascos, animales con sordera temporal y posiblemente abandono del área».
Se ha encontrado que los delfines de Bocas del Toro cambian la frecuencia y duración de sus silbidos para compensar el ruido generado por los motores de los botes que los frecuentan.
Aunque Panamá cuenta con una legislación que establece las normas para la observación de cetáceos en mares y costas, en la Bahía de los Delfines éstas no se cumplen.
Pero nadie quiere que los delfines se marchen de la laguna, llevándose su canto a otro lugar. De allí que todos estén de acuerdo en que la estrategia de conservación debe incluir, en principio, los siguientes requisitos: educación y capacitación del personal turístico y las comunidades; un plan de negocios sostenible para el área; el cumplimiento del código de conducta y las normas legales, así como una vigilancia constante.
«También necesitamos más información científica sobre el comportamiento de los cetáceos de Bocatorito, para que este sea un recurso sostenible en el tiempo», señala Jaime Cornejo. «Tenemos un gran potencial, pero hay que explotarlo responsablemente. No se trata de quedar bien hoy y que mañana ya no tengamos delfines».
Y es que el privilegio de contar con un territorio que ofrece la oportunidad de observar criaturas tan fascinantes como los cetáceos exige ciertas responsabilidades. El fruto de asumirlas puede ser la mejor de las recompensas.
Fotos páginas 78, 80,82 y 86: Alejandro Balaguer /
Fundación Albatros Media / albatrosmedia.net.
Fotos páginas 84 y 88 inferior: damianhernandezsite.com
Foto página 88 superior: Silvia Grünhut / Space 67