La grandeza de lo cotidiano

Julieta de Diego de Fábrega |

18 septiembre, 2003

«El verdadero viaje del descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes sino en mirar con ojos nuevos». Proust

Entre las definiciones de grandeza que encuentro en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española hay una que dice: Elevación de espíritu, excelencia moral. Delibero sobre estas cinco palabras pues, por alguna razón, no concuerdan con la imagen que el común de los ciudadanos tiene de grandeza. “Grande es aquél que dejó un legado a la humanidad”, contesta generalmente la persona a quien se le pide una definición del término.

Entramos entonces a batallar con legado. ¿Será una obra física, como el Taj Majal o el Canal de Panamá? ¿Será una magnífica aventura literaria, como Hamlet o Cien Años de Soledad? ¿Será una hazaña histórica, una religión, un código de ética, un invento o una foto en sepia de la abuela? Obviamente todo lo anterior califica, pero de alguna manera excluye a la mayoría de la población del mundo de llegar a ostentar el título de “Grande”.

Sin embargo, siguiendo la línea de la definición oficial del término, la excelencia moral parece relativamente accesible, lo cual nos da a todos la posibilidad de aspirar a la grandeza. Mohandas Gandhi dijo, en una ocasión, que él se consideraba una persona promedio y que estaba totalmente seguro de que cualquier hombre o mujer podía imitar sus logros con tan sólo hacer el mismo esfuerzo. Entonces, si Gandhi era un hombre promedio, con habilidades promedio, lo único que nos separa de la grandeza es la voluntad de serlo, no sólo como entes individuales, sino como nación.

Toda nación aspira a ser grande, a ser más que una zona verde en un Mapamundi y Panamá no es la excepción. Estamos a escasos meses de la celebración del Centenario y, aunque cien años parezcan una eternidad, para un país son pocos. En lo que a vida republicana se refiere, apenas estamos empezando a caminar. Nuestras fronteras nos permiten disponer de escasos 78,000 kms2, ante lo cual sería válido preguntarse cómo un territorio tan pequeño puede convertirse en una gran nación.

Irónicamente, las grandes interrogantes casi siempre se resuelven con respuestas sencillas, accesibles a la persona común. Podríamos concluir, entonces, que si cada panameño decide desarrollar al máximo sus habilidades, cumplir al pie de la letra con las obligaciones propias de su edad y ser un ciudadano responsable, tendríamos como resultado un país maravilloso. Es así de fácil: la grandeza, como cualidad perdurable, se compone de una multitud de pequeños actos bien hechos y no discrimina en lo que a profesiones se refiere.

¡Es tan grande la madre que se ocupa en cuerpo y alma del bienestar de sus hijos, como el estadista más encumbrado que tiene a su cargo el funcionamiento de un país! ¡Es tan grande el niño que, como esponja, se sienta en su salón de clases a absorber cada gota de conocimiento, como el científico que dedica todos sus esfuerzos a crear la vacuna contra el SIDA!, porque para ocupar la silla frente al microscopio, ese científico fue, primero hijo, y luego estudiante.

¡Y es tan grande el maestro que tiene a su cargo cinco niños en una escuelita rural, como el profesor que maneja cien mentes privilegiadas en la Universidad de Harvard!, pues con su esfuerzo podría lograr que los primeros llegaran donde están los segundos. ¡Es tan responsable del aseo de una ciudad el que tiene a su cargo cien camiones recolectores de basura, como el que se abstiene de tirar papeles por la ventana de su auto!

Y al final, es la suma de todas estas “pequeñas grandezas” lo que produce una sociedad equilibrada y sana, capaz de trabajar al máximo, divertirse al máximo, compartir al máximo y ser modelo para otras sociedades. La excelencia de una nación existe gracias a la excelencia de cada uno de sus ciudadanos, una excelencia que, probablemente, no pondrá nuestro nombre en los libros de historia pero que, seguramente, puede convertir 78,000 kms2 en uno de los países más grandes del mundo.

El Banco General en su campaña del Centenario, ¡Vive Panamá!, nos permite ver, dentro del corazón de seis panameños que representan al ciudadano común, la satisfacción que les da tomar con entusiasmo sus responsabilidades habituales, enalteciendo así cada una de las actividades que practican. Y al observar en sus ojos el brillo que da el sentirse orgullosos de lo que hacen, no podemos menos que sentir el deseo irreprimible de empezar a desarrollar nuestros propios talentos.

Enseñar con el ejemplo ha probado ser una pedagogía eficaz. En la práctica es sencillo y en la mayoría de los casos el modelo individual es imitado por una población más extensa, a saber: nuestra familia, nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestro país. Para hacer esta patria grande, sólo debemos seguir reglas sencillas y no preguntarnos: ¿qué hiciste?, sino: ¿cómo lo hiciste?.

 

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