Maravillas del mundo natural que el Smithsonian estudia y descubre en Panamá
Un recorrido por increíbles especies, lugares y hallazgos científicos realizados en nuestro país nos brinda una bocanada de aire fresco mientras descubrimos las maravillas que hay aquí.
La primera vez que lo toqué supe que era diferente a cualquier otro material que mis yemas hubiesen acariciado en mis –no tan despreciables– cuarenta y tantos años de vida. Ese mismo animal considerado por muchos como repugnante e, incluso, escalofriante; ese, cuya sola presencia puede llegar a intimar, tomó un nuevo matiz al poder experimentar su esencia de la mano de un experto que cada día por los últimos años ha dedicado cuerpo y alma a estudiar, escudriñar y hasta soñar con los murciélagos.

Durante los “Gamboa Bat Nights” o Noches de Murciélagos, las caras de los pequeños al examinar de cerca a estas criaturas son invaluables.
Mi experiencia no ha sido única. El primer domingo de cada mes, de 7:00 a 8:30 p.m., un grupo de ciudadanos comunes y corrientes se adentra en el misterioso mundo de estas criaturas nocturnas a través de los “Gamboa Bat Nights” o Noches de Murciélagos, fascinante actividad abierta al público e ideada por investigadores apasionados y especialistas en los únicos mamíferos que vuelan. Aquí, chicos y grandes aprenden cómo es un murciélago realmente, lo observan de cerca, advierten las adaptaciones que cada uno tiene y, ¡sorpresa!, pueden escuchar en tiempo real cómo, a través de llamadas por ultrasonido, navegan los bosques en la oscuridad.
Uno de los expertos a cargo de esta peculiar experiencia es la Dra. Rachel Page, quien en su haber cuenta con un doctorado, un posdoctorado y cientos de investigaciones. Ella forma parte del equipo permanente de científicos que laboran en el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI, por sus siglas en inglés) y que, durante más de un siglo, han intentado comprender el pasado, presente y futuro de la increíble biodiversidad tropical que dichosamente poseemos en Panamá y su importancia para el bienestar humano.

Las alas de los murciélagos se sienten como unas medias de nailon o “pantyhose”, mientras que su pelaje se asemeja a una pelusilla.
Gracias a científicos como la Dra. Page, muchos “no-científicos” hemos podido cambiar nuestra percepción sobre alguna especie o aprender a respetarla. Recuerdo vívidamente el momento… el suave pelaje parecía más bien una delicada pelusilla, como la que cualquier diseñador usaría para un fino abrigo. Pero lo más increíble fue cuando mis dedos se acercaron a lo que a todas luces se sentía como unas medias de nailon o “pantyhose”. Jamás imaginé que las alas y el cuerpo mismo de un murciélago pudieran resultar tan agradables al tacto, así como extremadamente inofensivos, mientras su ligera contextura era sujetada por un investigador.
Tras más de una década de colaborar voluntariamente con el Smithsonian en Panamá, organización repleta de mentes brillantes que acoge más de 24 científicos permanentes y casi 1,500 científicos visitantes y estudiantes (que vienen de más de 50 países diferentes), me sigue sorprendiendo lo que sucede tras bastidores y, también, lo que acontece a la luz de quienes deseen participar y aprender.

La Dra. Rachel Page examina con detenimiento la contextura del ejemplar que sostiene. El monitoreo de las especies en el país es constante.
Hagamos, pues, un recorrido por algunas de las once facilidades e innumerables investigaciones y descubrimientos que el principal centro de estudios de temas tropicales en el mundo pone a nuestra disposición, mientras conocemos de primera mano las increíbles curiosidades y maravillas de la naturaleza que ofrece nuestro país.
Regresemos al laboratorio de la Dra. Page, ese lugar donde muchos expertos en murciélagos de todas partes del mundo convergen para investigar la rica biodiversidad que habita nuestro territorio. “Hay más especies de murciélagos en Panamá que en toda Europa y Norteamérica”, nos cuenta emocionada. Nuestro Istmo es hogar de 122 especies distintas, de un total de más de 1,300 en el mundo entero. Para tranquilidad de quienes tengan un encuentro cercano con alguna de estas criaturas, cabe resaltar que de las especies encontradas en Panamá solamente tres son vampiros (se alimentan únicamente de sangre), lo que indica que son únicamente un pequeño subgrupo dentro de la población general de murciélagos. Y tan sorprendente como la variedad, es la inteligencia y la diversidad de gustos que profesan estas criaturas nocturnas. ¿Sabía usted que en una sola noche un murciélago puede aprender a asociar nuevos sonidos con comida y, asombrosamente, recordar estas asociaciones por períodos de hasta cuatro años? ¿Tenía idea de que mientras en las regiones templadas la gran mayoría de los murciélagos son insectívoros, en Panamá su gusto refinado incluye además frutas, néctar, peces, ranas, lagartijas, pájaros y otros murciélagos? La explicación científica, según la Dra. Page, es que “los murciélagos en los trópicos son altamente especializados, tienen adaptaciones sensoriales y cognitivas para sus nichos ecológicos específicos”. Y eso, a ojos de cualquier conocedor, es fascinante.

La rana roja es el nombre común para estos individuos de diferente patrón de color cuya especie, Oophaga pumilio, se puede encontrar en Bocas del Toro.
A unos cuantos pasos del laboratorio de murciélagos encontramos el Centro de Investigación y Conservación de Anfibios de Gamboa. A simple vista, se trata de siete contenedores cerrados. Para el Dr. Roberto Ibáñez y su equipo, científicos dedicados al Proyecto de Rescate y Conservación de Anfibios en Panamá, estos recintos son la esperanza de una nueva
generación de especies amenazadas. En este cuasi hotel de ranas se trabaja tras bastidores con una pasión indescriptible. Los numerosos tanques de vidrio localizados dentro de cada contenedor albergan diversas especies a las que se les controla la temperatura, la alimentación y, lo más importante, donde tratan de reproducirlas, todo con el fin de reducir el impacto del temible hongo quítrido, que ha hecho estragos con la población de ranas a nivel mundial al atacar su piel. El objetivo es que, con esta especie de arca de Noé, un día estos animales en cautiverio puedan ser reintroducidos en su hábitat.

El Centro de Conservación de Anfibios de El Valle es el único lugar en Panamá donde todavía pueden apreciarse algunos ejemplares de la rana dorada en cautiverio.
El programa de conservación también incluye una importante instalación dentro del zoológico El Níspero, en El Valle de Antón: el Centro de Conservación de Anfibios de El Valle, el cual funciona como reloj desde hace casi diez años bajo el liderazgo de otra destacada científica del Smithsonian, Heidi Ross. Aparte de las impecables facilidades donde cientos de ranitas también se mantienen en cuarentena y tratamientos, una exhibición abierta al público nos permite aprender de este extraordinario animal del cual hay 214 distintas especies identificadas en todo el país, 24 de ellas con presencia en el Centro.
Cabe señalar que nueve de estas especies, incluyendo a nuestra preciada rana dorada, ya han desaparecido en su estado natural, y tres de ellas afortunadamente cuentan con individuos en este Centro. No dejo de sorprenderme al saber que esta exhibición es el único lugar donde todavía podemos admirar, a través de un vidrio, a esas mismas ranitas doradas que de niña localizaba con facilidad en cualquier rinconcito de El Valle… y que si no fuera por el esfuerzo de quienes se propusieron salvarla, ya este símbolo nacional de conservación fuese historia.
De regreso a Gamboa, ese pedacito de tierra canalera donde el río Chagres alimenta al lago Gatún, aparte de los murciélagos, las ranas y una gama de diversos estudios que van desde insectos hasta plantas, un nuevo y magnífico edificio se erige imponente, bordeado por un área de 540 kilómetros cuadrados repleta de bosques protegidos e intactos. Construido gracias a una inversión de 20 millones de dólares, el Laboratorio de Gamboa será clave en la creciente actividad científica del Smithsonian en Panamá. Allí, en cuatro mil metros cuadrados de construcción, se levanta la sede de programas insignia en comportamiento animal, neurobiología, ecología del bosque y cambios climáticos. El nuevo campus también albergará estudios ecológicos a gran escala, así como experimentos en la cuenca del Canal.

Un nuevo y magnífico edificio, construido gracias a una inversión de 20 millones de dólares, se erige imponente. Se trata del Laboratorio de Gamboa, clave en la actividad científica del Smithsonian en Panamá.
El Dr. William Wcislo –el mismo que junto a otros colegas descubrió que las arañas pueden tener parte de sus cerebros en las patas–, será uno de los científicos apostados en esta nueva instalación. En una ocasión, mientras lo escuchaba hablar sobre los microorganismos, quedé perpleja. “En nuestros cuerpos tenemos más bacterias que células y allí está la clave de todo”, comentaba este biólogo experto en insectos. Tras más de 25 años escudriñando las más mínimas estructuras genéticas de todo tipo de organismos, Wcislo confía en que en los estudios de los genes, bacterias y microorganismos en general ayuden a encontrar respuestas para muchos de nuestros problemas (en áreas tan diversas como la salud, el cambio climático y la seguridad alimentaria).

La isla de Barro Colorado, con un área de 15 kilómetros cuadrados, es la meca para el estudio de la biología tropical. Es un lugar verdaderamente mágico en el cual se llevan a cabo una importante cantidad de estudios e investigaciones.
Probablemente por esa misma razón, recientemente la Casa Blanca anunció el lanzamiento de una iniciativa nacional para la investigación de los microbiomas –el conjunto de microorganismos que vive en los seres vivos–, para beneficio de la humanidad. Como emulando la revolución que inició Fleming con el descubrimiento del primer antibiótico, estamos frente a una nueva era de investigación y conocimiento que, inclusive, llegará a nuestro suelo.
Y es que, dentro de esta gigantesca iniciativa, la Fundación Simons ha anunciado un aporte de cinco millones de dólares por los próximos diez años para el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales en Panamá, con el objetivo de estudiar el papel del microbioma en la conformación de la ecología y la evolución de los ecosistemas de bosques tropicales. Quizás en las nuevas salas del Laboratorio de Gamboa podremos ser testigos de cómo la ciencia, y específicamente el estudio de las bacterias en los trópicos, sigue teniendo relevancia a nivel mundial.
Desde Gamboa, nuestro recorrido continúa hasta un lugar verdaderamente mágico: la isla de Barro Colorado. Esta meca para los biólogos tropicales surgió cuando los ingenieros que construían el Canal represaron el río Chagres, en 1914, para crear el lago Gatún. Nueve años más tarde, las cimas de varias montañas que sobresalían por encima del nivel del lago se constituyeron en una reserva

Beryl Jones, estudiante de doctorado en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, es una de las 400 privilegiadas estudiantes que cada año vienen a Barro Colorado a realizar investigaciones.
denominada el Monumento Natural Barro Colorado, el pedazo de tierra tropical mejor estudiado del mundo que cuenta con un área total de 54 kilómetros cuadrados de bosques, de los cuales 15 pertenecen específicamente a la isla de Barro Colorado. Con más de un millón de árboles existentes, arriba de 200,000 son medidos y monitoreados mediante códigos de barra con sus respectivos ADN. Además, más de 400 privilegiados estudiantes y expertos en diversas áreas reciben un reñido espacio anual para venir a realizar proyectos innovadores y contribuir con las más de 13,000 publicaciones científicas que se han originado desde la creación de esta reserva.
En Barro Colorado viven y son detalladamente estudiadas un total de 465 especies de vertebrados que incluyen: 5 especies de monos, 9 de ratas, 5 de gatos, 2 de ardillas, 74 de murciélagos, 384 de pájaros, 33 de ranas, 41 de culebras y 5 de tortugas, entre otros. Aparte, cualquier visitante se sorprendería de saber que allí habitan más de 400 especies de hormigas, 100 especies de cucarachas, y entre 500 y 600 especies de mariposas. Según Beth King, intérprete de ciencia y oficial de información pública de STRI, “en la isla de Barro Colorado estudiamos todo, desde la caída de rayos en los árboles elevados hasta los microbios casi invisibles y cocteles químicos que resultan en una alucinante diversidad de plantas y animales”. La información que sale de este paraíso tropical, y que data de casi 100 años atrás, bien podría llenar bibliotecas enteras con fascinantes datos.

El Laboratorio de Pájaros, ubicado en la isla Naos, cuenta con una vasta colección de referencia de aves tropicales, establecida por el Dr. Matthew Miller en el año 2008.
Nuestra siguiente parada se realiza en la calzada de Amador, específicamente en la isla Naos, sede de varios laboratorios para la investigación marina y arqueológica. Allí, entre fósiles y especímenes congelados, sobresale un recinto especial: el Laboratorio de Pájaros, cuya colección fue establecida en el 2008 por el Dr. Matthew Miller y diversos colaboradores. Al entrar, lo primero que me impresionó fue lo bien ordenado y catalogado que estaba este muestrario, que luego supe era la colección física más representativa de la avifauna panameña en nuestro país.
Administrada por el biólogo panameño Daniel Buitrago, quien se encarga de dirigir su uso, cuidar las pieles y mantener actualizada la información de cada espécimen por medio de un sistema complejo de base de datos, más de 4,500 pieles reposan en esta colección y representan más de 500 especies, incluidas en 61 familias de aves. ¡Esto es más del 50% de las especies de aves de Panamá! “Estos especímenes provienen de más de 100 distintos puntos de colecta y el 99% de estos están georeferenciados”, señala Buitrago, quien añade que la colección “surgió con diversos propósitos, pero principalmente la urgencia de contar con una colección de aves panameñas de referencia taxonómica, histórica y geográfica; de fácil y libre acceso y, sobre todo, local, es decir, en Panamá”.
A unos cuantos metros de la isla Naos se encuentra el Centro Natural Punta Culebra, sitio privilegiado en la entrada del Pacífico del Canal de Panamá. Allí, chicos y grandes exploran y descubren el mundo natural a través de exhibiciones marinas, senderos forestales y actividades dinámicas dirigidas por guías especializados. Con 100,000 visitantes anuales, Punta Culebra es una vitrina de la ciencia aprovechada por 20,000 alumnos y maestros que participan en el programa escolar cada año. Según Sharon Ryan, directora de Programas Públicos de STRI: “En Punta Culebra creemos en el poder de las experiencias de inmersión. Por eso promovemos la ciencia como una forma de conocer y comprender el mundo a través del aprendizaje práctico”.
En lo personal, caminar por Punta Culebra me transporta a un oasis de paz en medio del bullicio habitual y abre mis sentidos a nuevas experiencias, ya sea para aprender sobre tiburones y tortugas marinas, tocar una estrella de mar o explorar la exhibición “Fabulosas Ranas de Panamá”, en un escenario inigualable enaltecido por numerosos barcos que cruzan a diario el Canal de Panamá.
Nuestro recorrido podría continuar hasta las islas de Las Perlas, donde se realizan investigaciones de corales y de ballenas que han servido de modelo para la conservación de estas especies a nivel mundial. También podría dirigirse a la Estación de Investigaciones de Bocas del Toro o al Laboratorio Marino Punta Galeta, en Colón, para aprender sobre los ecosistemas marinos y costeros del Caribe. Podríamos pasar por la más completa biblioteca especializada en ciencia tropical del mundo, entrevistar a alguno de los tantos científicos panameños que han sido becados para completar prometedoras investigaciones o visitar el magno y prometedor proyecto de Agua Salud en la Cuenca del Canal, que proporciona un modelo para restaurar los bosques tropicales.

Peggy Fong, ecóloga de comunidades y ecosistemas marinos en UCLA, examina una colonia de Porites lobata en el archipiélago de Las Perlas.
Sin embargo, no alcanzaríamos a terminar, pues siempre quedaría algún tesoro de nuestra rica fauna y flora tropical pendiente de lucirse para demostrar lo grande que es nuestro país, un territorio que sorprende por igual tanto a niños como a embajadores; tanto a productores de la National Geographic como a ambientalistas locales; y que nos debe llenar de orgullo a todos los panameños. Como bien me comentó el director del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, el Dr. Matthew Larsen: “Panamá es un puente entre dos continentes y una barrera entre dos océanos. Como tal, es un lugar verdaderamente notable en nuestro planeta para estudiar las ciencias naturales”.
Vivir, sentir y conservar nuestra riqueza natural es una tarea que cada uno debe tener presente, máxime cuando ese mismo patrimonio ha sido enaltecido, valorado y hartamente estudiado desde hace casi cien años por científicos e investigadores de primera línea que, afortunadamente, escogieron venir a nuestro país. Precisamente allí está la clave, en esas curiosidades y maravillas del mundo natural que hacen único e irrepetible a nuestro querido Panamá, y que hoy podemos conocer y apreciar mejor.
La autora es Presidenta de la Fundación Smithsonian de Panamá
Fotos cortesía del Smithsonian Tropical Research Institute (STRI), Stefan Greif y Alex Tran