No estamos locos… ¡somos celíacos!

Alicia Rego Otero |

1 noviembre, 2014

Después de noviembre del 2011 mi vida cambió. No para bien. Tras una intervención abdominal empecé a apagarme y perder energía cual foco que se va desgastando poco a poco.

Recuerdo que las películas y libros, que tanto me apasionan, me eran indiferentes. No era capaz de concentrarme en nada. Perdí el gusto por pintar, cocinar, estudiar, relacionarme socialmente y escribir. Hasta el mundo laboral me pesaba.

Pero no fue voluntario. Algo superior a mis fuerzas me lo impedía. Se pensó en depresión, cambios hormonales, trastornos endocrinos… y así estuve como ratoncito de laboratorio tomando todo tipo de fármacos. Encima, pasaba las noches en vela (por más bombas que me daban para dormir), tenía dolores musculares y articulares, cefaleas e incluso taquicardia. De no tomar más que alguna pastilla para la gripe me convertí en una farmacia ambulante.

Mi peregrinaje  por los doctores no tenía fin. Tanto de línea tradicional como homeopática e integrativa. Cada uno con una versión distinta.  Más de uno  me trató de hipocondríaca. Pero algo dentro de mí me decía que siguiera buscando, yo nunca había sido de las personas que obtenían ganancias secundarias estando enfermas, más bien lo contrario. La salud era el motor que me ayudaba consciente e inconscientemente a ser la mujer que era. Así, pues, estaba convencida de que en mi cuerpo y no mi mente debía buscar la respuesta.

Y finalmente, después de más de dos años, la hallé. ¡Era la  celiaquía o enfermedad celiaca  (EC) lo que me tenía en un calvario! Una enfermedad a la que estaba predispuesta, pero que no vino a manifestarse hasta después del estrés orgánico y la inflamación derivados de la cirugía.

La solución  me  la dio  una doctora de medicina alternativa a la que fui  en enero (aquí en Panamá), ya que aún después de haber ido a una de las mejores clínicas de Estados Unidos, seguía sintiéndome mal. Pero su diagnóstico fue tomado con mucha incredulidad por parte de mi familia. Curiosamente, meses después y con una hospitalización por  infección gastrointestinal, un grupo de especialistas en esta materia concordó con ella. Luego, con exámenes de sangre y sobre todo la endoscopia indicada, ya no hubo duda.

Pero no soy la única a la que le ha pasado. Este mal que a veces da señales ya en la infancia temprana, puede pasar inadvertido por años. Señales tan numerosas y variables que los pacientes suelen acudir a especialistas como dermatólogos, hematólogos, ortopedas, endocrinos o reumatólogos, que no siempre tienen conciencia de todos los problemas relacionados, retrasando así el tan importante diagnóstico. Algo sumamente importante porque aunque muchos piensan que los estragos de esta enfermedad no son serios, la realidad es distinta.

¿Qué es la celiaquía?

Este tipo de enteropatía es una compleja condición patológica. Por definición, se le considera una intolerancia a algunas de las proteínas –como las gliadinas–  contenidas en el gluten de cereales como el trigo, el centeno, la cebada y la avena. Proteínas que ejercen una acción tóxica sobre la mucosa intestinal y, posiblemente, sobre otros órganos y tejidos de personas, en especial las predispuestas genéticamente.

En éstas se verifica la presencia de anticuerpos específicos y de sustancias lesivas producidas por las células de la inmunidad relacionadas con el intestino. Fenómeno que los expertos dicen puede deberse a una respuesta inmunitaria a la acción dañina de la gliadina, la cual en lugar de estar orientada a la defensa provoca un efecto autolesivo. El resultado: la destrucción de las vellosidades intestinales y la incapacidad de absorber correctamente y por completo los alimentos digeridos.

Síntomas

Cuando  la comida no se absorbe bien, permanece  en el intestino y  atrae  agua, con lo cual las heces son más abundantes y líquidas y contienen mayor cantidad de grasas, proteínas, azúcares, hierro, calcio y otras vitaminas y minerales. Se puede producir entonces una nutrición defectuosa en todo el organismo, pérdida del peso y fuerzas y las consecuencias de los déficits vitamínicos como anemias, calambres musculares, astenia, pérdida de cabello, edemas, insomnio, dolores de huesos, ansiedad, dolor de cabeza, mucosas secas,  estomatitis aftosa, arritmias, fragilidad de uñas, distrofia del cutis, amenorrea, entre otras.

Pero no hay que llamarse a engaños. Con frecuencia creciente no se manifiesta diarrea ni adelgazamiento; antes bien, son muchos los casos con estreñimiento y obesidad. De ahí el peligro de no haber una detección temprana. Algo crucial, ya que como si fuera poco el trastorno puede asociarse a otras enfermedades de diversos órganos y naturaleza como las hepáticas, neurológicas, óseas, reumatológicas, cardiacas, endocrinas y renales.

Así pues, si se presenta algo de esto hay que acudir a un  buen doctor. Con sus recomendaciones y los cambios alimenticios, si fueran indicados, la salud estará asegurada. Igual, por mi  experiencia, la dicha.

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