Nuestro cambio climático

Eva Aguilar |

23 diciembre, 2007

Nunca antes una especie fue responsable de poner en peligro su propia supervivencia. Los humanos vamos en camino de convertirnos en los pioneros de una revolución climática que podría cambiar el mundo tal y como lo conocemos.

En los continentes, los océanos y en los polos. Las consecuencias del calentamiento global se ven en todas partes. Allí donde los científicos miden el impacto que ha provocado el aumento de apenas 0,6 grados centígrados en la temperatura media de la Tierra, encuentran alteraciones que suelen ser contraproducentes con la vida que conocemos.

Un estudio llevado a cabo durante 24 años en la isla de Barro Colorado en Panamá, y en la Reserva Forestal de Pasoh en Malasia, reveló este año que un alto porcentaje de los árboles redujeron su ritmo de crecimiento, y los investigadores piensan que se debe a que hace más calor. El problema que plantea este descubrimiento es que, árboles que crecen más lento, también absorben menos dióxido carbono. Además, la respiración de los árboles se acelera cuando la temperatura aumenta, por lo que liberan mayor cantidad de este gas de efecto invernadero. Y sólo en Barro Colorado la temperatura nocturna había aumentado un grado centígrado en los últimos 20 años.

En 1988, la Organización Meteorológica Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente crearon el Panel Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés). La función del panel es evaluar la evidencia científica, técnica y socioeconómica, con el fin de medir el impacto del calentamiento global en el complejo sistema climático de la Tierra.

Los informes del IPCC son los documentos de referencia que se utilizan para desarrollar políticas que mitiguen las consecuencias del cambio climático. Hasta el momento el panel había sido cauteloso en cuanto a los grados de responsabilidad que atribuía a las fuentes –antropológicas y naturales– del problema, pero en su informe de 2007 califica de “inequívoca” la existencia de un fenómeno de calentamiento en los continentes y en los océanos, y concluye que el incremento de los gases de efecto invernadero es en un 90% consecuencia de las actividades humanas.

Igualmente, parece estar claro que el calentamiento global es el culpable de este clima “loco” que sufrimos en todo el mundo. Del invierno inusualmente cálido del 2006-2007; de la ola de calor que mató a 30 mil personas en Europa en 2003; del huracán Katrina en el 2005; de las inundaciones que en el 2004 dejaron a millones de personas sin hogar en Bangladesh, y de las lluvias torrenciales que afectaron el oeste, centro y sur de Inglaterra en julio de este año.

¿Cómo llegamos a esta situación?

Durante millones de años, la Tierra ha experimentado periodos glaciales, muy secos y fríos, seguidos de periodos más cálidos. La última era glacial (Pleistoceno), que terminó hace aproximadamente 14 mil a 10 mil años, dio paso a un periodo climático caracterizado por temperaturas más altas.

Este cambio climático permitió el invento de la agricultura. Pero con la deforestación, la manipulación del suelo y de las especies vegetales, también llegó el primer gran impacto que la humanidad produjo sobre el planeta.

Más tarde, la revolución industrial del siglo XVIII produjo un aumento notable de la población mundial y, por lo tanto, mayor demanda de recursos. La modernización de los sistemas de transporte como el ferrocarril y el automóvil, provocó la dependencia del combustible fósil, que, al quemarse, despide grandes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera.

Si bien el efecto invernadero es un fenómeno natural necesario para mantener el calor en la superficie terrestre, una acumulación excesiva de los gases que lo producen –dióxido de carbono, metano, vapor de agua, ozono– registrada en los últimos 50 años ha provocado el aumento de la temperatura global, debido a que la radiación que entra en la Tierra proveniente del sol se queda atrapada dentro de una capa cada vez más densa de gases. El aumento de la temperatura acelera el proceso de evaporación del agua, que en las zonas secas incrementa la desertificación y en las húmedas genera severas precipitaciones.

El pronóstico del tiempo

El pasado 12 de octubre, el Comité del Premio Nobel anunció en Suecia que Al Gore, ex vicepresidente de Estados Unidos y hoy por hoy la figura mediática más visible en la lucha contra el calentamiento global, y el IPCC recibían en conjunto el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos en dar a conocer el cambio climático actual y sus consecuencias.

El Premio Nobel de la Paz de 2007 confirma la preocupación general que existe en torno al problema, si bien la lucha contra el cambio climático es muy desigual en el terreno político. A finales de agosto pasado, los países industrializados que han ratificado el Protocolo de Kioto acordaron reducir en los próximos años entre un 25% y un 40% el nivel de emisiones de gases de efecto invernadero respecto al registrado en 1990. Por su parte, ni Estados Unidos ni China, las mayores máquinas generadoras de dióxido de carbono actualmente, encuentran el camino hacia acciones concretas contra el calentamiento global.

“Cada molécula de dióxido de carbono que se produce hoy se queda en la atmósfera durante un siglo y sigue contribuyendo con el calentamiento. De allí que exista tanta preocupación en torno al momento climático que se está generando”, explica William Laurance, investigador del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI) y experto en el efecto que causan los cambios climáticos en el bosque tropical.

Cada semana aparece en China una nueva planta industrial movida por carbón, y la deforestación de los bosques de la región Amazónica convierte a Brasil en la nación en vías de desarrollo que más emisiones de gases de efecto invernadero aporta a la atmósfera. Además, de acuerdo con Laurance, actualmente del 20% al 30% de las emisiones de dióxido de carbono se producen por la desaparición de los bosques y selvas.

El IPCC pronostica que el calentamiento global provocará más sequías y mayor riesgo de inundaciones. Del 20% al 30% de las especies de plantas y animales evaluados entrarán en peligro de extinción, y en África, entre 75 y 250 millones de personas se verán afectadas por la tensión que se generará en torno a la disponibilidad del agua hacia el año 2020.

Por otra parte, se prevé que para finales del siglo XXI se producirá un aumento de las temperaturas globales de entre 1,4 y 5 grados centígrados. Con el derretimiento de los casquetes polares y de los glaciares aumentará el nivel del mar. Y así, en los próximos 100 años, hasta 6 metros de costa podrían quedar bajo las aguas afectando la vida de millones de personas.

Los seres vivos tardamos varios millones de años en evolucionar y adaptarnos al planeta en el que nos tocó vivir. ¿Tendrán nuestros descendientes que empezar nuevamente el proceso? Los científicos consideran que cierto nivel de adaptación será necesario. Porque aunque hoy aprendamos a utilizar los recursos de una forma más eficiente, esta casa azul y verde será distinta a la que habitamos hoy.

¿Qué podemos hacer?

Los autos: Aunque Panamá planea reducir en un 10% la dependencia de la gasolina, siguiendo el ejemplo brasileño de utilizar energías limpias como el etanol, actualmente la realidad es otra. Dejar el auto en casa para usar el transporte público no es una opción para los miles de panameños que dependen del automóvil debido al crítico estado en el que se encuentra la flota de autobuses populares y a la escasez de espacios peatonales. Sin embargo, mantener el auto en buenas condiciones mecánicas (especialmente si utiliza diesel) y las llantas bien infladas evita el desperdicio de combustible y, por lo tanto, reduce la emisión de gases contaminantes. Y conducir con prudencia y respetar las señales de tránsito (un reto para los panameños), evitaría los tranques y generaría una circulación más fluida y menos contaminante.

En casa: Cambie los bombillos de luz incandescente (amarilla) por bombillos de luz fluorescente (blanca). Sí, son más caros, pero duran diez veces más y ahorran energía. Y no es necesario congelarnos con el aire acondicionado; una temperatura de 20-22 grados centígrados es suficiente para refrescarnos del calor.

El agua: El calentamiento global amenaza las fuentes de agua aptas para el consumo humano. Para ahorrar agua, los panameños pueden utilizar la escoba para barrer el garaje y retirar las hojas de la acera, en vez de la manguera; no dejar correr el agua innecesariamente al enjabonarse en la ducha, al lavarse los dientes, al afeitarse, al fregar los platos o lavar el auto.

La basura: Panamá no tiene una cultura de reciclaje generalizada y la ciudad tampoco está preparada para hacerse cargo de los desperdicios que se pueden volver a utilizar. Así, se desechan materiales como el plástico y el caucho que, al quemarse en los vertederos, desprenden gases de efecto invernadero. Al reducir el uso de objetos hechos con estos materiales, es menos lo que tiramos a la basura. Cuando vaya de compras o al supermercado, rechace el exceso de bolsas de plástico y aproveche unas cuantas a toda su capacidad, o lleve de casa una bolsa de tela que podrá utilizar una y otra vez.

Árboles: Cuando un bosque se tala, todo el dióxido de carbono acumulado en los árboles regresa a la atmósfera. Recuérdelo la próxima vez que decida deshacerse de un árbol que le estorba en la finca y apoye a las organizaciones que defienden la conservación de los parques nacionales y promueven la reforestación.

Fotos: Alejandro Balaguer / Fundación Albatros Media

 

Quizás te puede interesar