Palabra de fósil
Mientras el mundo celebraba el año de la astronomía y honraba a Charles Darwin, una serie de magníficos fósiles, que fueron presentados en sociedad a lo largo de doce meses, hicieron del 2009 un año particularmente especial para la paleontología.
Interpretación artística de una Tinanoboa cerrejonensis, probablemente la serpiente tropical más grande que haya existido, en su medio natural.
A veces, el descubrimiento de un puñado de restos fosilizados es capaz de dejar en el ridículo más espantoso a la fantasía y a la ficción. No ocurre con frecuencia y no todos los cazadores de fósiles tienen la fortuna de volver con piezas capaces de alimentar los sueños y las pesadillas del resto de la humanidad. Pero cuando ocurre, las dimensiones del hallazgo resuenan con fuerza más allá de las fronteras de los sitios de excavación y de las paredes de los laboratorios donde los huesos y dientes de criaturas que vivieron hace millones de años toman forma y, finalmente, empiezan a contar una historia.
“La Titanoboa despertó la imaginación de la gente porque es muy grande o porque nos recuerda a Jennifer López en la película Anaconda”, dice Carlos Jaramillo, investigador permanente del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales y director del Proyecto Geológico de Panamá, un programa que en los últimos años ha aprovechado los trabajos de ampliación del Canal de Panamá y las excavaciones de la mina de carbón de Cerrejón, en Colombia, para recolectar piezas fósiles de plantas, reptiles y mamíferos que forman parte del patrimonio más antiguo, y en muchas ocasiones ya extinto, de los bosques tropicales.
De izquierda a derecha, Alex Hastings, Jonathan Bloch y Jason Bourque, investigadores de la Universidad de Florida y autores del descubrimiento y descripción de la Titanoboa cerrejonensis, comparan la vértebra de una anaconda moderna con la de la serpiente gigante.
Entre el 2005 y el 2008, Jaramillo formó parte de una expedición de investigadores que encontró en Cerrejón 27 individuos de una serpiente que hasta el momento no había sido descrita por la ciencia, y que bautizarían como Titanoboa cerrejonensis, en honor a su enorme tamaño y al sitio en el que fueron encontrados sus restos. Una vértebra de la serpiente permitió a especialistas en fósiles de reptiles determinar que la serpiente medía 13 metros y pesaba 1137 kilogramos. Con esas medidas, en realidad la anaconda a la que se enfrentan López y sus compañeros de viaje en el cine es una ridícula caricatura de la realidad.
La descripción de la Titanoboa fue publicada en febrero de 2009 en la reconocida revista Nature y podría considerarse como el punto de partida de una sucesión de fósiles provenientes de diversas partes del mundo que durante todo el año desfilaron por las páginas de las mejores publicaciones científicas y ocuparon lugares destacados en los medios de comunicación.
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El año en fósiles
Unos meses después de haberse dado a conocer a la Titanoboa cerrejonensis, otro equipo de investigadores, que también trabaja en Cerrejón, publicó la primera evidencia de un bosque húmedo neotropical. Tras ocho años de trabajo, la conclusión presentada por los científicos es que los bosques tropicales modernos, rebosantes de una magnífica biodiversidad, parecen haber aparecido en la era del Paleoceno, poco después de la extinción de los dinosaurios hace 65 millones de años. En ese cálido ambiente se movía a sus anchas la Titanoboa.
“Cerrejón es una mina de carbón y el carbón en sí es un bosque petrificado de hace 60 millones de años”, explica Jaramillo. “Hemos reconstruido el bosque de Cerrejón para saber que ésta fue una época de calentamiento global en la que las temperaturas eran tres o cuatro grados más altas de las que tenemos hoy en día. Las mismas familias de plantas que existían entonces existen hoy. Eran bosques muy productivos que mantenían comunidades de vertebrados grandísimos”.
En el 2008, un miembro del Proyecto Geológico de Panamá desenterró en el Corte Culebra del Canal de Panamá, la dentadura más completa que se haya encontrado hasta el momento de un Anchitherium clarencei, un caballo forrajero que habitó el continente hace aproximadamente entre 18 y 15 millones de años. La dentadura, cuya descripción fue publicada en mayo del año pasado, es la evidencia de que este mamífero ya extinto, habitante de Florida, Nebraska y Dakota del Sur, caminó mucho más al sur de lo que se pensaba hasta ahora.
Pero el Canal de Panamá y la mina de Cerrejón no son los únicos puntos del planeta de los que han salido magníficos fósiles que en el 2009 fueron presentados en sociedad.
Hace 26 años, un hombre cuya identidad permanece en el anonimato, rescató del foso Messel (Alemania), los restos de un pequeño primate y los mantuvo conservados en un cajón, donde permanecieron hasta que Jørn Hurum, un especialista en fósiles que trabaja en el Museo de Historia Natural de Oslo, los compró en diciembre de 2006.
Hurum utilizó el nombre de su propia hija para bautizar a “Ida”, el fósil de Primate más completo y mejor conservado que se ha encontrado hasta ahora. Su nombre científico es Darwinius masillae, tiene 47 millones de añosy los investigadores que participan en su estudio, cuyos resultados preliminares se publicaron en mayo de 2009, trabajan motivados por la esperanza de que pueda decirnos muchas cosas acerca de nuestro pasado como especie.
Pero, ¿es “Ida” el eslabón perdido entre los primates primitivos y los humanos? Sus descubridores piensan que sí. El problema es que “Ida” parece un lémur, esos pequeños mamíferos de cola larga y ojos saltones que evolucionaron por una línea separada a los monos, simios y humanos. Y aunque los investigadores encontraron que carece de dos elementos distintivos en los lémures modernos –unas garras muy largas que utilizan para su limpieza y una secuencia de dientes muy finos en la parte frontal de su dentadura–, sus características de lémur tienen a una gran tropa de paleontólogos argumentando que al pequeño fósil le falta todavía mucho por revelar antes de encontrar su verdadero lugar en el árbol de la vida.
En septiembre, la revista Science publicó la descripción de Raptorex, un dinosaurio de apenas tres metros que vivió hace 125 millones de años y que los científicos consideran el prototipo en tamaño pequeño de lo que luego sería el famoso Tyrannosaurus rex. Las piezas fósiles de un Raptorex prácticamente completo fueron halladas en China y también llegaron a manos de los investigadores a través de un coleccionista de fósiles.
Sin embargo, lo que Science nombró como la revelación científica del año fue la descripción más completa que se haya publicado hasta ahora de un Ardipithecus ramidus, una especie de homínido que vivió hace 4.4 millones de años. “Ardi” es el nombre con el que el equipo de 44 investigadores de diversos rincones del mundo ha bautizado las escasas piezas de un esqueleto de hembra de Ardipithecus que ha sido utilizado para presentar las nuevas conclusiones.
En diciembre de 2009, la revista Science eligió como descubrimiento del año la investigación y conclusiones obtenidas a partir de los restos fósiles de especímenes de Ardipithecus ramidus, un homínido que podría ser un ancestro de los humanos, y que vivió en lo que hoy es Etiopía hace 4.4 millones de años.
“Ardi”, que es parte de un grupo de más de 100 especímenes que empezaron a ser desenterrados en Etiopía en 1994, tiene buenas razones para ocupar un lugar destacado entre los mejores descubrimientos del año. Los expertos creen que el último antepasado común que compartieron humanos y chimpancés antes de evolucionar por caminos diferentes vivió hace seis millones de años o más. Y si bien Ardipithecus no es ese último ancestro común, probablemente compartió varias de sus características. Además, Ardipithecus es más de un millón de años más antiguo que “Lucy”, el famoso esqueleto parcial femenino de un Australopithecus afarensis, hallado también en Etiopía en 1974. Hasta el descubrimiento de los nuevos restos de “Ardi”, el registro de fósiles contenía escasa evidencia de homínidos más antiguos que “Lucy”.
Un fósil, una historia
La Titanoboa, “Ida”, Raptorex y “Ardi”, confirman que los fósiles son piezas fundamentales en el arduo trabajo de reconstruir la historia geológica del planeta y de entender un poco mejor el proceso evolutivo por el que han pasado todos los organismos vivos, incluyendo a los humanos.
“Para ir en busca de fósiles hay que tener curiosidad y una gran capacidad de observación”, comenta Jaramillo. “Nuestro negocio es generar ideas”.
Y esas ideas de las que habla el investigador surgen a partir del análisis y la comparación de las piezas recolectadas con especímenes modernos o hallados previamente en diferentes capas geológicas, y que llevan a interpretaciones y conclusiones con las que el resto de la comunidad científica no siempre está de acuerdo. Es la palabra del fósil contra la de un grupo siempre dispuesto a generar nuevas preguntas. Una sana costumbre con la que todos contribuyen a armar los incompletos rompecabezas de todas las formas de vida que alguna vez habitaron la Tierra.
Paul Sereno, paleontólogo de la Universidad de Chicago y autor principal del descubrimiento del tiranosaurio Raptorex, coloca una pieza en la garra del dinosaurio. |
Fotos (suministradas por la autora):
Ilustración de Jason Bourque, Universidad de Florida
Foto de Ray Carson, Universidad de Florida
Ilustración de Fabiany Herrera, Felipe Villegas, Oris Rodríguez, Lina Gonzáles y Carlos Jaramillo
Foto de Aldo Rincón / STRI
Crédito: Science / AAAS
Foto de Mike Hettwer