Tu granito de arena
Sólo basta leer un periódico o encender la televisión para entrar en contacto con un mundo plagado de tragedias, de niños que mueren de hambre o por falta de atención médica, de gente que vive bajo techos de cartón o son víctimas de la violencia, de abusos, hasta de esclavitud.
Son escenas que tratamos de evitar a toda costa, pasando la página o cambiando de canal. No queremos saber que mientras vivimos cómodamente en nuestros hogares hay un mundo, cerca o lejos de nosotros, donde se sufren esas realidades.
Pero, ¿por qué queremos desconectarnos y simular que esto no existe? En primer lugar, simplemente por higiene mental. Vivir sabiendo lo que realmente pasa alrededor sería agobiante. Preferimos convencernos de que no hay nada a nuestro alcance para luchar contra esos males (sobre todo si se ubican en regiones geográficas distantes). También solemos argumentar que esas responsabilidades le incumben al Estado.
¿Podrá llegarse a tales razonamientos, cuando la médula espinal de nuestras creencias religiosas descansa sobre los principios de la caridad y el amor al prójimo?
Somos conscientes que nuestros gobiernos, desde el más democrático hasta el más autoritario, no están en condiciones de echarse al hombro, solos, esta tarea. Es decir, no podemos pretender entregar el paquete del bienestar de los ciudadanos única y exclusivamente al Estado. Esta es una tarea que nos incumbe a todos.
¿Qué podemos hacer? ¿Cómo nos involucramos en la tarea? ¿Por dónde puedo empezar? La respuesta es corta y sencilla: EL VOLUNTARIADO.
La labor del voluntariado a nivel mundial es sencillamente impresionante. No quiero siquiera imaginar un mundo donde no contáramos con la ayuda voluntaria y espontánea de miles de personas que se han convencido de que contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de los que habitamos este mundo es responsabilidad de todos.
Para dar un ejemplo sencillo, tomemos el tema del ambiente. ¿Qué pasaría si nuestros esfuerzos no estuvieran destinados a recalcar, mediante la educación, la importancia de mantener un ambiente limpio? Cada ciudadano consideraría que tirar un papel por la ventana no es un gran problema y, finalmente, tendríamos una ciudad sucia y contaminada, llena de enfermedades y de alimañas. De un ejemplo como éste se llega claramente a la conclusión de que es nuestra obligación educar, y que es importante contribuir con nuestro granito de arena, por más pequeño que sea.
Como padres y ciudadanos, tenemos la obligación de educar a nuestros hijos, desde pequeños, y hacerles saber que vivimos en un mundo desigual, que debemos ayudar al necesitado y que juntos podemos hacer grandes diferencias. Soy creyente en una educación integral, donde al niño se le prepare para todo, incluyendo las realidades del mundo que enfrentará.
¡Hay tantas formas de ayudar! Podemos dar nuestro tiempo para alegrar la vida de un anciano; repartir comida a un hambriento o dar nuestros servicios como profesionales a quienes más lo necesitan (médico, abogado etc.), regalar ropa o juguetes, recoger fondos y donaciones. Lo importante es que todos, sin excepción, tenemos algo que dar.
Lo que muchos no saben es que dar no sólo ayuda al que lo recibe. Dar es enormemente reconfortante para quien da. Dar es un acto que nos acerca a la felicidad y nos acerca a Dios. Dar es echar a andar la rueda del bien. Pero, para creer esto, hay que haberlo practicado. Esto sólo lo comprende quien ha sido voluntario.
Estamos inmersos en un mundo materialista, donde vivimos en busca de placeres egoístas y pasajeros, y luchamos por una ridícula meta: tener, tener y tener. Aquellos que creen que la vida tiene más significado mientras más cosas tengamos están totalmente equivocados. El verdadero significado está en la convivencia humana, en la caridad, en el amor al prójimo. El alma de cada uno de nosotros contiene la semilla divina de ayudar, sólo debemos cultivarla con la práctica.
Hay muchas maneras de iniciarse en el voluntariado: compren un molde de pan y regálenlo a un hambriento; compren un juguete y llévenlo a un hogar humilde; vayan a una institución y ofrezcan su tiempo. No se compliquen, esto empieza con el ejercicio.
Como el ejemplo empieza por casa, cierro con una anécdota personal sobre cómo me inicié en el voluntariado. Para Navidad, hace algunos años, comenté a una amiga que quería dar una fiesta para niños pobres. Ella me puso en contacto con Nutre-Hogar. Decidimos que haríamos la actividad en los Valles de Cañazas.
Empecé a organizarla. Fui a comprar juguetes para niños y niñas, di el dinero para comprar la comida que se cocinaría en grandes pailas, sobre leñas en sitio. Planificamos para dormir en Santiago y luego ir con los carros de Nutre-Hogar hasta el lugar.
Esa mañana fue indescriptible: decenas de padres y niños (que habían bajado de las montañas, muchos descalzos, con rostros cansados, pero esperanzados) esperaban nuestra llegada. Organizamos las mesas de juguetes y las líneas de comida, con los Voluntarios de Nutre-Hogar (hombres y mujeres de un enorme corazón con quienes he compartido hermosas experiencias). Trabajamos arduamente repartiendo comida y juguetes, y terminamos con la presentación de un payaso que trajimos desde Santiago.
La cara de la gente lo decía todo. No faltaban las palabras. Mientras escribo, me emocionan esos gratos recuerdos. El voluntariado es así, son tan intensas las emociones, que tu espíritu te pide repetir la experiencia.
El autor es abogado y miembro de la Junta Directiva de Nutrehogar.
Fotos: Ariel Atencio y otras cortesía de Nutre-Hogar.