Vida en el espacio… ¿hay alguien allá afuera?
No tenemos pruebas de que otros astros del universo alberguen seres inteligentes y tan complejos como los que vivimos en la Tierra. Sin embargo, la vida necesita muy pocos ingredientes para surgir y el espacio está dotado de esos pequeños elementos que la hacen posible.
Vestido con su mono azul de la NASA y de pie ante un auditorio ocupado por cientos de personas, el astronauta norteamericano Jerry Ross contesta todo tipo de preguntas. El público que ha asistido a la Ciudad del Saber para escuchar la charla magistral de este hombre, que ostenta el record de ser el único ser humano que ha viajado siete veces al espacio, quiere todo tipo de información. Y en ese caudal de interrogantes, Ross debe saber –sin duda debe saber- que una muy particular está por llegar. Finalmente alguien la formula: “¿Cree usted, señor Ross, que existen seres vivos en otros lugares del espacio?”
La respuesta de Ross es sensata: “Hay un 50% de posibilidades de que se encuentre vida en el espacio. Es una cuestión matemática: sólo hay que ver la cantidad de astros, estrellas y planetas que hay más allá de la Tierra para imaginar que posiblemente haya vida en otros lugares del universo”.
Para el astronauta, quien estuvo en Panamá en marzo pasado, una de las razones por las que el hombre estudia el espacio es precisamente “porque estamos fascinados con las historias sobre extraterrestres. Pero”, se apresura a dejar claro con una gran sonrisa, “ninguno ha venido a tocar mi puerta últimamente”.
Ni la puerta de Ross, ni la de nadie. La cruel realidad es que ningún simpático E.T de barriga abultada y grandes ojos ha pasado por nuestro planeta. No existen pruebas científicas de que algún tipo de vida superior proveniente del espacio haya estado en la Tierra, para disgusto de aquellos que, al igual que el protagonista de la serie televisiva Expedientes X, “quieren creer” que ovnis surcan nuestros cielos conducidos por pequeños seres verdes con cuerpos de niño.
Sin embargo, seríamos muy ingenuos si pensáramos que en un universo tan grande no existe otra galaxia como la nuestra, o incluso otro sistema solar aquí mismo, en la Vía Láctea, en los que también se hayan producido las condiciones adecuadas para desarrollar algún tipo de vida, quizás con características distintas, pero vida al fin y al cabo.
La experiencia en la Tierra
Probablemente todos recordamos a Jodi Foster en la película Contacto, sentada durante horas con los audífonos puestos en las orejas frente a un monitor de computadora, esperando recibir señales enviadas por una civilización extraterrestre. Lo que hacía la actriz en la película, lo han hecho durante años muchos astrónomos, dotados no sólo de radiotelescopios cada vez más modernos, sino de una paciencia infinita y de una tremenda resistencia a la frustración porque, hasta el momento, ninguna señal en forma de ondas radiales y enviada por otros seres inteligentes ha llegado hasta aquí. Sin embargo, sólo hay que echar un vistazo a los programas del Instituto SETI, siglas de Search for Extraterrestial Intelligence (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), para comprobar que el mundo está lleno de cientos de astrónomos y astrobiólogos entusiastas que siguen esperando por una señal emitida a través de tecnología tan avanzada o más que la nuestra.
Mientras esa señal llega, la búsqueda de vida fuera de la Tierra se limita a identificar aquellos elementos que podrían hacerla posible, para lo cual los científicos se basan en el conocimiento que tienen sobre la forma en que las primeras criaturas vivientes aparecieron en nuestro planeta y el modo en que los seres más elementales se nutren del entorno para desarrollarse.
La primera pregunta que hay que hacerse para comprender el camino que siguen las investigaciones es, ¿qué necesita la vida para surgir? La respuesta es bastante simple: materia prima, un medio en el que pueda desarrollarse (agua, por lo que sabemos) y suficiente energía para nacer, crecer y reproducirse.
Con esto en mente, es muy fácil entender por qué los astrónomos saltan de alegría cada vez que descubren que hay agua, o existe la sospecha de que la haya, en otros astros del sistema solar. Simplemente porque la vida en la Tierra se gestó por primera vez en un gran caldo líquido. Hace más de 3 mil millones de años, cuando la superficie terrestre era un lugar hostil y carente de oxígeno, las primeras criaturas vivientes -apenas pequeños organismos unicelulares y algas con material genético propio que recibían energía del entorno-, vivían en el agua. Y si aquí ocurrió así, ¿no podría ocurrir lo mismo en cualquier otro planeta?
En la década de los 90 se descubrió por primera vez que Marte albergaba masas de agua congelada, y en marzo de 2004, se dio la noticia de que alguna vez el planeta rojo había estado cubierto por grandes masas de agua líquida. No hace mucho se descubrió igualmente que Europa, una de las cuatro lunas gigantes de Júpiter, mostraba señales de esconder agua bajo una capa de hielo. Y hace apenas unos meses, la sonda Cassini de la NASA, reportó reservas de agua en Encelado, una pequeña luna de Saturno. Encelado tiene lagos congelados bajo cuya superficie se producen explosiones de agua en forma de géiseres.
Podríamos pensar que en aquellos planetas más alejados del sol, el frío es demasiado intenso como para que ninguna criatura viviente pueda soportarlo. También podríamos imaginar que sería imposible para cualquier ser viviente sobrevivir en una atmósfera carente de oxígeno o cargada de nubes de ácido. Pero si nuestro argumento está basado en temperaturas extremas o ambientes inhóspitos, estaríamos llegando a falsas conclusiones. Una vez más, la Tierra nos sirve de ejemplo y nos enseña lo que un organismo vivo es capaz de soportar. En los polos terrestres, existen microorganismos capaces de vivir cómodamente a 12 metros bajo el frío hielo de la Antártida, mientras que otros sobreviven felices en géiseres cuya humareda, procedente del centro de la Tierra, alcanza los 350 grados centígrados. Una temperatura que los humanos y muchas criaturas terrestres seríamos incapaces de soportar, pero para las cuales estos pequeños seres están perfectamente adaptados. Entonces, pensemos otra vez: si en la Tierra hay organismos extremófilos, que no necesitan del sol para obtener energía sino que la absorben de los elementos químicos que hay en su entorno, ¿no habrá bacterias capaces de soportar el ambiente cargado de ácido sulfúrico en la atmósfera de Venus o los 140 grados Celsius bajo cero a los que desciende la temperatura en Marte?
Otra evidencia de que la vida en el espacio es posible es que hasta el momento se han identificado 130 moléculas orgánicas fuera de la Tierra, las mismas que organismos terrestres utilizan para desarrollarse y reproducirse. Hace escasos dos meses, por poner un ejemplo, un grupo de astrónomos británicos descubrió en la Vía Láctea una gigantesca nube formada por alcohol etílico o metanol, en el mismo lugar donde se ha detectado el nacimiento de estrellas. No olvidemos que en la Tierra el metanol lo producen bacterias anaerobias, es decir, que no necesitan oxígeno; sí, las mismas que poblaron por primera vez este planeta, en el que miles de millones de años después aparecimos nosotros.
Más recientemente, la tecnología también ha permitido a los astrónomos saber que fuera de nuestro sistema solar, existen por lo menos 100 planetas que orbitan alrededor de estrellas como nuestro Sol. ¿Habrá otra Tierra entre ellos?
El amanecer de una era
El tema de la búsqueda de vida en el espacio genera, en la mayoría de las ocasiones, más preguntas que respuestas. Y es que querer mirar hacia fuera, más allá de nuestro planeta, es inevitable. Los humanos tenemos una curiosidad desbordante, gracias a la cual existe la ciencia, y sería ir en contra de nuestra propia naturaleza dejar de preguntarnos: ¿habrá seres vivos allá afuera? Una pregunta que para muchos va acompañada de otra tan desafiante como aterradora: ¿qué tal si la vida en el espacio es completamente distinta a la que conocemos y, por lo tanto, seremos incapaces de reconocerla?
Durante varios meses, el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York proyectó en su planetario el documental The Search for Life. Are We Alone? (La búsqueda de vida. ¿Estamos solos?), que hacía un recorrido por todos aquellos descubrimientos que llevan a la lógica conclusión de que la vida fuera de nuestro planeta, e incluso fuera de nuestro sistema solar, es posible.
Tras haber visto el documental, -que dejó de exhibirse a finales de 2005-, uno abandona el planetario con la sensación de encontrarse ante las puertas de una era de enormes descubrimientos sobre el espacio y lo que podemos aprender de él; con la certeza de que los descubrimientos que se logran a través de las investigaciones sobre el resto del universo no hacen otra cosa que devolver la mirada hacia nuestro origen y evolución, y hacia el único planeta que somos capaces de habitar, con el ambicioso propósito de conocernos mejor.
Fotos:
Marte, luna de Júpiter y Marte distante : © American Museum of Natural History/NASA
Nacimiento de sistema solar y nacimiento de estrella: © AMNH/SDSC/NCSA
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