¡Yo quiero llegar a los 90…!

Carlos A. Leiro P. |

19 junio, 2004

Cuando murió mi padre, a los 75 años de edad, yo tenía 40, y pensé que había sido bueno para mí haber podido disfrutar de mi padre hasta esa edad. Cuando él murió, yo me sentía maduro y preparado –si es que puede haber tal cosa- para afrontar esa pérdida. Sin embargo, me hubiera gustado que él y mis hijos –sus nietos- se hubieran disfrutado más. Saqué cálculos y me puse a pensar que me gustaría que mis hijos tuvieran la misma oportunidad de tener a su papá vivo y sano, por los menos hasta que ellos tuvieran la edad que yo tenía cuando murió mi papá, o, si era posible, mucho más.

Eso empezó mi búsqueda de información y me llevó a hacer varios cambios en mi estilo de vida, como hacer ejercicio regularmente y comer un poco más sanamente. En mi búsqueda de información, descubrí cosas interesantísimas, como la importancia de la respiración, la alimentación baja en grasas, la relación entre salud dental (si ¡dental!) y la longevidad, la importancia de la Vitamina E y del Selenio como factores protectores de los estragos que hacen los radicales libres alrededor de todo nuestro cuerpo, y otras cosas más.

Sin embargo, como psicólogo al fin, lo que más me interesó fueron los factores de “estilo de vida” y de “forma de ser” de las personas longevas. Así, entré en contacto con interesantes libros como “Longevidad Cerebral”, de Drama Singh, y “Living to 100”, de Thomas Perls y Margery Hutter, y me di cuenta de que no se trataba de llegar a los 80 o los 90 así por así, sino más bien de cómo uno iba aprendiendo a vivir su vida de una manera más sabia, para tener y conservar la calidad de vida. Pensé que con buena salud física y mental debía ser delicioso llegar a los 90, y empecé a revisar la literatura buscando los aspectos psicológicos y de la personalidad de los longevos o aún centenarias.

En mi búsqueda de información se me ocurrió -además- preguntarle a algunas personas mayores de 90 años que por qué creían que estaban vivas a esa edad y con relativa buena salud, y qué creían ellas que habían hecho, a lo largo de sus vidas, para merecer tan codiciado honor: ¿Qué les había ayudado a llegar a esa edad? Específicamente, le pregunté a dos personas: Al Dr. Armando Lavergne, médico ginecólogo y docente universitario por más de 30 años, a quien conozco y admiro desde hace tiempo, y que tiene 93 años de edad. Y a Cristina Rodríguez Martínez, mujer sencilla y trabajadora agrícola y manual, vallera de pura cepa, quien tiene 94 años de edad, y aún cocina y atiende la casa donde viven ella y su hijo de 70 años. Lo que sigue a continuación es el resultado de las observaciones que he podido hacer debido a la gentileza de mis entrevistados, y producto de mis lecturas acerca del tema de personalidad y longevidad.

Me parece que pudieran haber, al menos, 7 factores psicológicos clave: 1) sentido de propósito en la vida, 2) capacidad de tomarse un poco a la ligera a si mismo, 3) actitud de fe, 4) presencia sostenida de redes sociales de apoyo, 5) actitud de aceptación de lo que es, 6) intereses que estimulan la actividad cerebral, y 7) moderación y disciplina.

1) Sentido de propósito:
Cuando le pregunte al Dr. Lavergne qué le gustaba de su vida, se le enjugaron los ojos y me dijo “haber podido dar… compartir con los demás y haber enseñado a otros lo que yo sabía”. La investigación científica parece estar de acuerdo con sus observaciones y muestra que las personas longevas han mantenido una sensación de propósito a lo largo de sus vidas. Tal parece que sentir que la vida tiene sentido da, en efecto, “vida” a las personas longevas. Para los longevos, generalmente la vida no ha sido fácil, han sufrido sacrificios y cada uno de los logros han sido duramente trabajados. Para los longevos, muchas veces el trabajo, realizado con vocación e integridad -independientemente de si fue remunerado o no- le ha dado sentido a sus vidas.

2) Capacidad de tomarse a la ligera:
Una de las características que con mayor frecuencia nos sorprende de las personas longevas es su capacidad de encontrar el lado humorístico de las situaciones difíciles. Esa actitud cautiva, deslumbra y cuestiona a los demás. Nosotros, los “chiquillos” de 40 a 70 años, con muchos menos problemas, a veces mantenemos una actitud pesimista. Cuando entrevisté a Cristina Rodríguez, me recibió con una sonrisa pícara y me dijo “¿qué quiere un buen mozo como usted con una mujer tan pobrecita y tan fea como yo…?” Y soltó una risita nerviosa. El humor sirve para reconocer realidades difíciles y para protegernos del dolor de las heridas emocionales.

3) Actitud existencial de fe:
Tal parece que, a medida que van llegando a edades más avanzadas, las personas tienden a irse acercando más a Dios. Cristina Rodríguez reza y habla con Dios casi todo el día. Se siente muy cómoda en su relación personal con Dios y se asombra de que Dios la tenga por acá todavía… Los científicos saben que la espiritualidad ayuda a que la gente viva más, pero exactamente cómo ocurre esto es, aún, un misterio. Cualquier científico o médico estará de acuerdo con que la religión es buena para el alma y para el cuerpo, y que las personas con una fe sólida tienden a vivir más y mejor, y hasta a morir más tranquilamente.

4) Presencia sostenida de redes de apoyo:
Aún cuando ella a veces pasa días sola, Cristina Rodríguez siempre tiene compañía que la visite. “Ella es la persona más viejita que tenemos en el barrio y siempre estamos dándole la vuelta para ver como está”, me dijo María Esther, residente de El Hato, en el Valle de Antón, y quien fue mi contacto con Cristina. Ya sea la postura de fe, el humor o la capacidad de contar historias que muchos ni siquiera recuerdan, esa “actitud ante la vida” que parecen transmitir las personas longevas, hace que los demás se sientan atraídos a ellas y las visiten. El Dr. Lavergne me habló de su familia y del bienestar que le proveía el contacto con sus hijos, dos de los cuales vivían en el mismo edificio. Los doctores Thomas Perls y Margery Hutter comentan en su libro sobre los hábitos de los centenarios que les sorprendió ver con qué frecuencia los centenarios que estudiaron vivían cerca de familiares o amigos, que los visitaban con frecuencia.

5) Aceptación de lo que es:
Tal parece que las personas longevas tienen una actitud de aceptación de las cosas como son. Pareciera que no pelean tanto con la realidad como otras personas. El día que visité al Dr. Armando Lavergne, no hacía más de 4 meses que una de sus hijas había muerto, y sólo dos meses desde que su esposa Marta, con quien estuvo casado por más de 63 años, “se había ido”. La actitud de Don Armando era de serena aceptación. La investigación de los doctores Perls y Hunter, citada arriba, reporta que el factor psicológico que más diferencia a las personas longevas del resto de la población es la capacidad de “no pelear con la realidad”, de aceptar las cosas como son. Como grupo, las personas longevas se enojan mucho menos y son menos impulsivas que el resto de la población, y éste es un rasgo que los acompaña desde siempre. Se trata de personas que están en paz con ellas mismas, tienen una sana autoestima y no internalizan el enojo, sino que cuando hay que hacerlo, son capaces de sacarlo de una manera apropiada.

6) Intereses que estimulan la actividad cerebral:
Además de realizar las labores de la casa a diario, hasta hace poco Cristina tejía suéteres, medias, camisetas y gorros. El Dr. Lavergne, aparte de ser un ávido lector y un excelente conversador, se encuentra en proceso de terminar un libro sobre su vida. Los neurólogos geriátricos comentan que las personas longevas que mantienen actividades complejas, que requieren de la participación de diferentes áreas cerebrales (como escribir, realizar manualidades o tocar un instrumento musical, etc.), logran crear constantemente nuevas reservas para compensar las pérdidas neuronales del proceso de envejecimiento.

7) Moderación y disciplina:
Cuando le pregunté al Dr. Lavergne qué podía imaginar él que lo había ayudado a llegar a esta edad con salud, me dijo que si podía haber sido algo, habrían sido las dos cosas que siempre había practicado: la moderación y la disciplina. Estas dos actitudes, que a su vez había aprendido de su padre, lo habían ayudado en momentos difíciles a tener muy claro como comportarse, y a decidir entre lo bueno y lo malo. Y me comentó que estos mismos dos principios lo seguían ayudando en el arte de aprender a envejecer con dignidad y, de paso, disfrutarlo. La moderación tiene una manifestación cimera en el campo de las emociones, específicamente en lo relacionado con el, enojo, la ira y el resentimiento. Cuando le pregunté a Cristina Rodríguez cuál era su secreto para haber llegado a los 94 años, me dijo que -aparte del té de Cedrón hervido en Agua Bendita que tomaba todos los días- la clave había sido “no coger rabias por nada”.

Conclusión
Es seguro que estas reflexiones no pueden cambiar el peso de la genética en nuestra expectativa de vida. Contra eso, no hay mucho que podamos hacer. Sin embargo, hay mucho que sí podemos hacer. Los factores psicológicos mencionados arriba se cristalizan en conductas que podemos incorporar en nuestro diario vivir. Podemos cambiar poco a poco, con el concurso de nuestra perseverancia, o rápidamente, con el concurso de nuestra autoconciencia y nuestra voluntad. Al revisar mi conducta y mis actitudes frente al modelo de las personas longevas, puedo encontrar al menos una arista de crecimiento y cambiar. Con el poder de mi esfuerzo, puedo ampliar mi expectativa de vida y alargar mis días en este lugar.

 

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