Zoológicos con garras
Los zoológicos del siglo XXI son instituciones que han cambiado el antiguo concepto de exhibir animales para el entretenimiento humano, por una apuesta concertada a favor de la conservación de especies que la naturaleza podría perder para siempre.
Una mañana de primavera en el zoológico del Bronx, voy en busca de los gorilas. Permanezco un rato en el área destinada a los visitantes y espero a que alguno se asome por allí. Pero me quedo con las ganas; parece que esta mañana ningún pequeño King Kong está dispuesto a abandonar los más de 26 mil metros cuadrados de terreno en los que se mueve en este rincón de Nueva York, para acercarse al cristal de observación.
A diferencia de los antiguos menageries europeos o de esos tristes lugares que muchos todavía conocimos, donde osos y leones daban vueltas en jaulas pequeñas y sucias, los zoológicos modernos dan prioridad al bienestar del animal. Enormes espacios de terreno son destinados a reproducir su hábitat natural, ya sea que se trate de la sabana africana o la estepa rusa, la humedad del trópico o las aguas heladas del Polo. De allí que, dependiendo de la temporada del año, o del humor del animal, no está garantizado que ciertas especies se dejen ver.
Nada desanima, sin embargo, a los millones de entusiastas visitantes que en todo el mundo acuden a la cita anual con el mundo animal. ¿Curiosidad, ganas de aprender o es que los humanos seguimos pensando que es entretenido ver a los animales en espacios convenientemente preparados para nuestra observación?
“No creo que el zoológico moderno mantenga a las especies para el entretenimiento de la gente. Todo lo contrario”, dice Robert Cook, director general de los cinco parques zoológicos de Nueva York, del que forma parte el zoológico del Bronx. “Estos animales son embajadores que sirven para educar al público sobre los desafíos de la conservación”.
No hay duda. Basta darse una vuelta por alguno de los grandes zoológicos de ciudades como San Diego, Berlín, Viena, Nueva York o Londres, para darse cuenta de que la forma de concebir nuestra aproximación al mundo animal ha pasado del acto simplista de descubrir criaturas distintas a nosotros, a vernos involucrados en el esfuerzo de entenderlas como seres vivos que tienen un lugar en el balance de la vida en el planeta.
Y es que a medida que la ciencia fue revelando información sobre cada uno de los grandes grupos de animales y las crecientes amenazas a su entorno natural, aquellos zoológicos que nacieron en el siglo XIX con el único propósito de estudiar el comportamiento animal, sintieron la necesidad de ampliar sus objetivos: las puertas de sus instalaciones se abrieron para todos y se desarrollaron proyectos de conservación.
Otros, sin embargo, nacieron ya con la idea de darles un trato especial a sus habitantes. Es el caso del zoológico de Chester (noroeste de Inglaterra), cuyo fundador, George Mottershead, soñaba desde pequeño con tener un zoológico “sin barrotes”. Su sueño se cumplió en 1930 y en el 2007 el zoológico fue nombrado por la revista Forbes como “el zoológico más popular del Reino Unido”.
“El zoológico está evolucionando y cambiando constantemente”, dice Kevin Buley, jefe de Programas del zoológico de Chester. “Se hace un gran esfuerzo de planificación para adaptar los recintos al bienestar de los animales pero también para que sean atractivos para el público”.
La misión de los zoológicos, por otra parte, ha evolucionado a tal punto que podría decirse que la exhibición de los animales es únicamente la parte frontal de un engranaje en el que intervienen cientos de personas (investigadores, veterinarios, voluntarios) e instituciones científicas y de conservación, que no sólo se concentran en el cuidado de los miles de animales que tienen directamente bajo su cargo, sino que hacen llegar sus esfuerzos fuera de sus fronteras.
“El mejor lugar para salvar una especie no es el zoológico, es la naturaleza; un buen zoológico buscará enfoques multidisciplinarios, apoyando iniciativas de conservación dentro y fuera de sus límites”, dice Rachel Ashton, jefa de Relaciones Públicas del zoológico de Chester, que elabora y lleva a cabo sus programas de cría en coordinación con la Asociación Mundial y la Asociación Europea de Zoológicos y Acuarios.
La filosofía es la misma para la mayoría de las grandes sociedades zoológicas del mundo: la Sociedad para la Conservación de la Vida Salvaje no sólo es la responsable de velar por los 20 mil animales que viven en los parques zoológicos de Nueva York, sino que además desarrolla alrededor de 500 programas de conservación en 60 países del mundo. Y la Sociedad Zoológica de Londres cuida de las 650 especies que habitan en el zoológico de la capital británica –112 de ellas en peligro de extinción–, al tiempo que mantiene programas de investigación y educación en 80 países de Europa, Asia, África y América.
De una forma más modesta, el Parque Municipal Summit de Panamá cuida de 40 especies de animales nativos del país, de las cuales diez se encuentran en peligro de extinción. Actualmente, trabaja con el Zoológico Nacional de Washington, DC en un proyecto que busca la técnica más eficiente para conservar material genético del tapir centroamericano. Y participa en proyectos de investigación y conservación con la Universidad de Panamá, el zoológico de Houston, el zoológico de New England (Massachusetts), el Instituto Smithsonian (Washington, D.C.), el Cheyenne Mountain Zoo (Colorado Springs) y el African Safari, de México.
Reserva para el futuro
Todo parece indicar que si los esfuerzos de conservación actuales no alcanzan sus objetivos en un plazo relativamente corto, los zoológicos serán los únicos sitios donde podrán verse especies de animales que hoy están severamente amenazadas o que ya tienen las patas puestas en la lista de especies extintas en la naturaleza.
“Muy poca gente es consciente de que en los zoológicos tenemos especies que ya no existen en su hábitat natural”, dice Robert Cook. “Nuestra meta es tener control de estos animales a perpetuidad, hasta el día en que podamos reestablecer áreas seguras para ellos fuera del parque”.
De acuerdo con el director general de los parques zoológicos de Nueva York, especies como el sapo de Wyoming, el ciervo Padre David (o Milu, como se le conoce en China), el caballo salvaje de Mongolia, el bisonte de América del Norte y el martín pescador de la isla de Guam han sido rescatadas por medio de los programas de cría.
En Panamá, del grupo de especies amenazadas del que forman parte el jaguar, el tapir, el águila harpía y el mono ardilla, ha sido un anfibio la primera en dejar el bosque tropical para ir a refugiarse bajo el cuidado humano.
“A nuestra rana dorada ya no la ves en la naturaleza, sólo en zoológicos”, dice Adrián Benedetti, director del Parque Municipal Summit. “A medida que los pueblos se urbanizan, los zoológicos terminan siendo el único espacio donde las personas podrán tener contacto con lo natural, aunque sea de forma semiartificial”.
Los zoológicos incluso se prestan parejas de animales para apoyar los programas de cría en cautiverio. China ha prestado a Estados Unidos parejas de osos panda, en un intento por aumentar el número de individuos de un animal que se ha convertido en el símbolo de todas las especies amenazadas. El éxito no siempre está asegurado, pero cuando una cría nace saludable después de un complejo proceso reproductivo, los zoológicos lo celebran. ¿Recuerdan a “Knut”, el oso polar nacido en el zoológico de Berlín, posando junto a Leonardo DiCaprio en la portada de Vanity Fair? ¿Y a “Bayano” y a “Houston”, dos crías de tapir nacidas en el Parque Municipal Summit a las que la prensa panameña también prestó atención? De acuerdo con Benedetti, “Houston” ha sido enviada al Zoológico de Nashville (EEUU) como parte de un programa regional de cría en cautiverio que busca evitar la endogamia entre las poblaciones.
Con tres objetivos claros –educar, conservar y aportar conocimiento– los zoológicos del siglo XXI trabajan para fortalecer esta cadena viviente que se debilita. Son instituciones valientes, con garras, que intentan decirnos algo.
“Creo que el ansia instintiva de conectar con la naturaleza es parte de la evolución humana”, concluye Robert Cook. “Es en el parque zoológico donde la gente puede volver a tener experiencias personales. Y creemos que al hacer esta conexión, se tomarán decisiones que tendrán un impacto positivo en la conservación y en el futuro de nuestro planeta”.
Vale la pena visitar |
El zoológico para niños de Central Park (Nueva York, EUA): Porque no hay nada que produzca más emoción en un niño que darle de comer, con sus propias manos, a una cabra.
El zoológico de San Diego (California, EUA): Porque es una institución especialmente reconocida por su labor de preservación. Es uno de los pocos zoológicos del mundo que alberga osos panda y tiene la mayor población de estos animales en Estados Unidos. El zoológico de Viena (Austria): Porque es el zoológico más antiguo del mundo. Empezó como un menagerie en 1752, con el único propósito de exhibir animales. En el siglo XX adquirió su condición de zoológico, ampliando sus objetivos a las áreas de investigación y conservación. El zoológico de Berlín (Alemania): Porque es sumamente completo. Aparte de su gran tamaño, posee la mayor cantidad de especies animales existentes en un zoológico en el mundo. El Parque Municipal Summit (Panamá): Porque es zoológico y jardín botánico al mismo tiempo; porque está cerca y porque es una buena forma de empezar a conocer nuestra fauna y a sentirnos responsables de su conservación. |
Fotos:
© Zoológico de Chester, Inglaterra
© Julie Larsen Maher ©WCS
© Stephane Pilick / epa / Corbis
© Klaus Dietma Gabbert / epa / Corbis
© Johannes Eisele / dpa / Corbis