Aquí, ahora, en este punto del universo

Eva Aguilar |

25 junio, 2009

En el 2009, Año Internacional de la Astronomía, estamos invitados a apuntar nuestros telescopios al cielo para continuar el camino de exploración que la humanidad empezó hace miles de años, cuando el horizonte era el único límite conocido.

Galileo Galilei bien se merece el honor de ocupar un lugar destacado en la lista de los hombres más subversivos en la historia de la ciencia. El astrónomo italiano dio un duro golpe a las creencias antropogénicas de su época cuando quitó de una vez por todas a la Tierra del centro del “cosmos”, y echó por el suelo la creencia de que el mundo físico es un lugar estático, cuando afirmó que la Tierra rotaba sobre su propio eje. Atormentado por las amenazas de la Inquisición, Galileo se retractó de sus afirmaciones al final de su vida. Pero ya era demasiado tarde: la revolución astronómica había empezado.

En ocasiones, sin embargo, parece que los astrónomos aún se ven obligados a dar explicaciones por atreverse a continuar con el legado de Galileo. El problema es que la astronomía es una ciencia sumamente costosa y existen argumentos, que muchas veces provienen de la misma comunidad científica, que sostienen que los billones de dólares que se invierten en telescopios gigantes y en artefactos espaciales podrían muy bien destinarse a impulsar las investigaciones para resolver terribles problemas como el cáncer, el sida o la crisis ambiental.

“Probablemente hoy tengamos que enfrentarnos a asuntos científicos más apremiantes, como la necesidad de hacer frente al cambio climático, pero la astronomía tiene varias cartas a su favor que la hacen digna de celebración. Tiene las mejores imágenes. Es relativamente fácil de comprender. ¿Y qué puede ser más trascendente que mirar hacia el cosmos y reflexionar sobre nuestro lugar en él?”, dice Martin Durrani, editor de la revista Physics World, en el ejemplar dedicado al Año Internacional de la Astronomía.

Sin duda la exploración del universo sigue teniendo un impacto muy profundo en nuestra cultura y en nuestra manera de concebir la dimensión de todo lo que nos rodea. Además, los humanos somos hijos del espacio exterior y estamos íntimamente conectados a él de múltiples maneras. El hierro, por ejemplo, el elemento más abundante en el universo, tiene la función vital de ayudar a nuestros glóbulos rojos a llevar oxígeno al cerebro y al resto de los órganos del cuerpo. ¿Y qué será de la vida el día en que se apague el Sol? ¿Se acabará también?

Tamaños y distancias que asustan
Establecido por la Unión Astronómica Internacional y avalado por la UNESCO, el Año Internacional de la Astronomía que celebramos en el 2009, conmemora los 400 años de la primera vez que Galileo Galilei (1564-1642) utilizó un telescopio para escrutar el cielo. Galileo no inventó el telescopio y tampoco fue el primero en utilizarlo con fines astronómicos; sin embargo, sus precisas observaciones le otorgan el crédito de haber dado el paso de sustituir el ojo desnudo por la tecnología en el estudio del espacio exterior.

Dotada de potentes telescopios, el cálculo matemático y las teorías físicas, la astronomía nos habla hoy de distancias y tamaños que no caben fácilmente en nuestra comprensión. Los aproximados 384,399 kilómetros que separan a nuestro planeta de su satélite, la Luna, e incluso los 150 millones de kilómetros que separan a la Tierra del Sol, son medidas bastante sencillas de concebir. Pero cuando los kilómetros se acaban para dar paso a los años luz (un año luz es aproximadamente 10 billones de kilómetros), entonces las cosas se complican. La gran muralla Sloan, un súper conglomerado de galaxias, es actualmente el objeto más distante del que se tiene conocimiento. Fue descubierto en el 2003 y se encuentra a un billón de años luz de la Tierra.

Al día de hoy, los astrónomos también han documentado la existencia de unos 330 planetas que orbitan otras estrellas en nuestra galaxia, la Vía Láctea. Algunos de estos planetas son muy parecidos a la Tierra en su composición, si bien muchos de ellos son entre tres y diez veces más grandes que ésta.

 

En otras palabras, la Tierra -por no decir cada uno de nosotros- es una pequeñísima partícula en un universo enorme y dinámico. Pequeña y frágil, si además tomamos en cuenta que cada cierta cantidad de años, la órbita de la Tierra coincide con la de algunos asteroides. Hoy se sabe que en ocasiones nos hemos salvado de perecer como civilización porque algún asteroide pasó a apenas unos cuantos miles de kilómetros de la Tierra. Hasta el momento la NASA ha identificado 800 asteroides “potencialmente peligrosos” y el próximo impacto está pronosticado para el 16 de marzo del año 2880.

Y en cuanto a lo que a todos nos intriga, es decir, si somos la única forma de vida en este vasto universo, por el momento sabemos que ninguna posibilidad debe descartarse. El modelo a seguir siempre será el más cercano: el nuestro. Si existen planetas parecidos a la Tierra orbitando alrededor de estrellas parecidas al Sol, a distancias parecidas a la que separa a la Tierra del Sol, entonces, piensan los astrónomos, esto permitiría la existencia de agua líquida en la superficie del planeta o cerca de ella. Y donde hay agua, sobre todo si es líquida, puede haber vida.

En el futuro, nuevos telescopios espaciales permitirán no sólo comprobar la composición de estos planetas que hoy se consideran primos de la Tierra, sino que además será posible estudiar otros sistemas solares, otras galaxias y la atmósfera de gigantes gaseosos en busca de otros elementos que intervienen igualmente en el sustento de la vida, como el oxígeno y el dióxido de carbono.

Por otra parte, proyectos para construir nuevos observatorios en tierra están en camino. El European Extremely Large Telescope (E-ELT), una colaboración entre el European Southern Observatory y astrónomos de todo el continente europeo, es uno de esos grandes proyectos. Sin que se haya decidido aún el país en el que estará localizado, su construcción e instrumentos costarán mil millones de euros (1,300 millones de dólares, aproximadamente) y deberá iniciar operaciones en el 2018. Ese mismo año se espera que también estén listos el Telescopio Gigante Magallanes (en Chile, a un costo estimado de 700 millones de dólares) y el Thirty Meter Telescope (en Chile o Hawai, a un costo de mil millones de dólares).

Entre los potentes observatorios terrestres se encuentra el telescopio solar Pic du Midi, en las montañas francesas, cuya cúpula resulta impresionante.

Entre los múltiples objetivos científicos que tendrán estos telescopios de nueva generación, estará el estudio de lo que los científicos llaman “materia oscura” y “energía oscura”, que no es más que ese 96% del universo que todavía no sabemos de qué está compuesto. El Thirty Meter Telescope tendrá también entre sus funciones salir en búsqueda de los primeros elementos pesados que se formaron en la “niñez” del universo.

Aunque probablemente no haya que esperar otros nueve años para saber qué fue lo que ocurrió hace 13,700 millones de años tras el nacimiento del universo. El 10 de septiembre de 2008 la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN por sus siglas en francés) puso en funcionamiento el Gran Colisionador de Hadrones (LHC), el mayor proyecto científico jamás creado, y en el que han participado 2,000 físicos de 34 países.

El LHC es un acelerador de partículas construido a 100 metros bajo tierra muy cerca de Ginebra, en la frontera entre Suiza y Francia. Su objetivo es recrear las condiciones que se produjeron después del Big Bang, al hacer que dos haces de partículas subatómicas llamadas “hadrones” viajen en direcciones opuestas dentro del gran acelerador circular, y choquen de frente en un ambiente cargado de energía. Las partículas que se produzcan como consecuencia de ese choque, serán analizadas por físicos de todo el mundo, en busca de esos primeros elementos que formaron el universo.

No hay vuelta atrás
Vieja, revolucionaria y hermosa por sí misma, en el camino del descubrimiento ninguna otra ciencia es capaz de producir tanto asombro como la astronomía, que nació antes de los números y la alquimia, cuando el hombre ya miraba al cielo en busca de explicaciones.

Y no hay marcha atrás. La humanidad es aquí y ahora la civilización que rebasó sus propios límites para ir en pos de otros mundos. O por lo menos eso es lo que deberíamos creer hasta que no descubramos que otros también han salido en nuestra búsqueda.

Fotos:
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