Cusco: una aventura mística

Alida de Roux |

19 septiembre, 2004

Aunque sonaba interesante, al recibir la invitación jamás pensamos que se trataría de un viaje tan enriquecedor, de esos que jamás se olvidan. El destino escogido este año por el Young Presidents Organization (YPO) era Cusco, el centro turístico más importante de Perú. La Tierra de los Incas, como muchos conocen al país suramericano, nos abriría sus puertas y nos brindaría su mejor cara.

Considerada una de las ciudades más altas del mundo, ya que está ubicada aproximadamente a 3,350 metros sobre el nivel del mar, Cusco se encuentra en la parte sureste de los Andes Peruanos. La manera más fácil de llegar es por avión, desde Lima, ya que por carretera toma nada más y nada menos que 20 horas. Salimos del aeropuerto Jorge Chávez a las 6:30 a.m., con el cielo gris característico de mediados de año. Una hora más tarde comenzó nuestra aventura mística.

Desde la ventana del avión podíamos apreciar la capa de nubes más espesas jamás vistas: parecía una alfombra de algodón tratando de esconder, bajo su manto, los maravillosos picos que conforman la cordillera de Los Andes, algunos de los cuales se asomaban majestuosamente por encima de las nubes. El sentimiento de paz era tal, que nadie pareció preocuparse por los 20 minutos extras que estuvimos sobrevolando Cusco, debido a que las nubes estaban muy bajas y obstruían la visibilidad. Era como si los Incas no quisieran darnos paso, aún, a su majestuoso territorio. Afortunadamente, como por arte de magia el cielo se abrió y pudimos apreciar la inmensidad y belleza de aquellas montañas que celosamente protegen esta hermosa ciudad, por muchos señalada como la capital arqueológica de América. Ya habíamos escuchado que a Perú le llamaban “tierra de contrastes” y el primero de ellos lo vimos allí, al salir del aeropuerto Velasco Astete: el azul del cielo era como el de una postal.

La ciudad de Cusco ofrece varias alternativas hoteleras para sus visitantes. Nuestra elección fue el Hotel Monasterio que, como su nombre indica, era un convento de monjes que conserva su belleza y arquitectura original, pero que ha sido dotado de todas las comodidades modernas. Al llegar, lo primero que hicimos fue tomarnos nuestro té de coca, una bebida especial hecha de las hojas de coca que posee conocidas propiedades curativas y digestivas, para luego irnos directo al cuarto a reposar. Las indicaciones eran claras: los 3,350 metros de altura a los que se encuentra la ciudad de Cusco no son relajo. La enfermedad de la altura se presenta con insomnio, mareos, dolores de cabeza, náuseas y vómitos. Por esto es recomendable, sobre todo en las primeras 24 horas, reposar, tomar abundante liquido, no ingerir comidas pesadas y evitar el alcohol, hasta que el cuerpo se acostumbre a trabajar inhalando menores cantidades de oxígeno que lo habitual. Con todo y estas precauciones, no faltaron los síntomas en ciertos miembros de nuestro grupo, quedando algunos en el hospital. ¡Y es que la altura afecta tanto, que el Hotel Monasterio es el único en el mundo en ofrecer, por $25 la noche, suministro de oxígeno en la habitación!

Después de un ligero almuerzo, cuando la mayoría del grupo ya estaba adaptado a la altura, comenzamos nuestro recorrido por la ciudad con un conjunto de guías que parecían enciclopedias ambulantes. Nunca, durante los cuatro días que estuvimos allí, nos dejaron de sorprender, y es que parecían saberlo todo y en todos los idiomas. Uno se pregunta: ¿Cómo gente de esta remota ciudad sabe tanto? Y es que en Cusco la educación es primordial, ya que su economía está basada en el turismo. Más tarde nos enteramos de que existen 3,000 guías certificados en Perú. Algo que nos sorprendió agradablemente fue que todos: niños, madres y ancianos, tenían una sencillez y amabilidad únicos, que le hacían sentir a uno como en casa.

En nuestro recorrido por la ciudad visitamos El Templo de Coricancha, uno de los principales centros de adoración de los Incas; La Merced y la majestuosa Catedral de Cusco, donde la arquitectura española se mezcla con el trabajo en piedra de los indios, relatándonos en silencio el pasado de esta ciudad, fundada por los Incas y conquistada por los Españoles hasta su independencia, en 1821.

A la mañana siguiente realizamos una visita obligatoria al Valle Sagrado de los Incas, uno de los principales centros de agricultura del Imperio Inca por su posición geográfica, la riqueza de sus tierras y su excelente clima. Uno de los recuerdos más gratos de nuestra visita a El Valle Sagrado se dio cuando, en bicicleta, atravesamos uno de sus pueblitos, Maras, que parecía salido de un libro de cuentos. Recuerdo que tenía una iglesia muy sencilla hecha de arcilla, ¡pero cuál sería nuestra sorpresa al entrar y encontrarnos con un inmenso altar de oro! Allí también pudimos visitar las minas de sal de Maras, las cuales existen desde hace 1,400 años y lo más increíble es que en ellas se sigue utilizando el mismo método de producción hasta el día de hoy. Aquí el tiempo no pasa y la tecnología no es necesaria. Muchísimos kilómetros de pozos son llenados con un chorrito de agua que sale de la montaña y se impregna con la sal de la tierra. Estos pozos, una vez llenos de agua salada, se dejan evaporar por el sol, lo que regularmente toma dos semanas. Es entonces cuando los indios recogen sacos de 120 lbs. de sal y los suben en sus espaldas para la venta.

En la tarde nos dirigimos a la estación de tren de Ollanta, en Ollantaytambo, otra de las poblaciones del Valle Sagrado y el único pueblo Inca cuyas casas, aún intactas, sirven como viviendas a sus actuales habitantes. Aunque el sueño nos trataba de vencer, el indescriptible paisaje que pasaba por nuestras ventanas nos revivía. El inmenso silencio que llenaba nuestro vagón sólo se explicaba con las miradas de asombro de nuestros compañeros al admirar aquella vegetación, la cual se volvía selvática a medida que nos acercábamos a nuestro destino final: el pueblo de Aguas Calientes.

Localizado a 110 kms. de Cusco, Aguas Calientes es un pintoresco pueblito, famoso por el secreto que guarda en sus montañas. Es sorprendente y admirable la muy bien desarrollada infraestructura con la que cuenta para atender a la inmensa cantidad de turistas que llegan, a diario, de todas partes del mundo.

Nos alojamos en el Hotel Pueblo para más tarde subir a los buses que nos llevarían a la parte alta de la montaña, el Santuario de Machu Picchu. Gracias a Dios era de noche y no nos percatamos de los enormes precipicios que pasaban por nuestras ventanas, como queriéndonos intimidar a lo largo de los 20 minutos de nuestro ascenso.

Esa era una noche importante, ya que fuimos invitados a la ceremonia de “Pachamama”, u ofrenda a la Madre Tierra, celebrada por los indios en agradecimiento a su Diosa. Llegamos silenciosos con nuestras linternas y, poco a poco, nos fuimos sentando alrededor de cuatro chamanes que, bajo la inmensa luna llena y con la imponente montaña Hayna Picchu como marco, comenzaron la ceremonia incorporando sus ofrendas en mantas atadas, para luego quemarlas en señal de sacrificio hacia la Madre Tierra.

Cuando todos estuvimos sentados un chamán, ayudado por un traductor, nos solicitó que cerráramos los ojos y nos volteáramos en dirección hacia la luna. Nos pidió un momento de silencio para darle vida a nuestros deseos y luego comenzó a agradecer a la luna por la iluminación, a la tierra por hospedarnos, a las montanas por abrazarnos. A nuestro alrededor se podían apreciar las caras de hombres y mujeres civilizados con los ojos humedecidos. La energía que había en el ambiente era impresionante y el mensaje era claro: las cosas básicas de la vida son las más importantes y debemos apreciarlas. Acabada la ceremonia todos habíamos cambiado un poquito, estábamos más felices, tal vez agradecidos.

A la mañana siguiente, visitamos la ciudadela de Machu Picchu, (también conocida como “Montaña Vieja” o “Vieja Cumbre”) mandada a construir por Inca Pachacutec para extender su imperio. Estratégicamente localizada sobre la cúspide de una montaña, entre dos picos rocosos de los Andes peruanos, acariciada por el río Urubamba y rodeada de selva tropical, yace una impresionante ciudad abandonada: uno de los enigmas arqueológicos más bellos y fascinantes del Hemisferio Occidental.

Ni el paso del tiempo, ni los terremotos han podido derribarla. Se cree que era una universidad y que sus residentes eran familias nobles y sacerdotes que se dedicaban al estudio y adoración del Sol. Cada piedra utilizada en la construcción encaja con la otra de una manera mágica y el agua pasa por doquier a través de pequeños canales. Las terrazas construidas alrededor de la ciudad, sobre enormes precipicios, sirven de contención, de un lado, y para sembrar, del otro. Y lo más impresionante es que se cree que cada grano de tierra utilizado para rellenar las terrazas fue traído desde El Valle Sagrado, ¡a más de cien kilómetros de allí! ¿Como? Pues eso nadie lo sabe, ni tampoco se sabe cuántos hombres ayudaron a construir este impresionante lugar, ni cuántos siglos tardaron.

Lo que sí se sabe es que estos indios, quienes carecían de escritura, estaban muy adelantados a sus tiempos y adoraban al Sol. También se sabe que los españoles nunca descubrieron este magnífico lugar, de casi 32,000 hectáreas, que yacía escondido bajo una basta vegetación. Machu Picchu no fue descubierta hasta 1911. Durante más de 700 años permanecieron ocultos sus increíbles templos, acueductos, fuentes e incontables escaleras, hasta que un joven profesor norteamericano de Historia Latinoamericana de la Universidad de Yale, Hiram Bingham, realizó la expedición más importante de su vida, un descubrimiento que seguiría maravillando a muchas generaciones por venir.

Una visita a Cusco sin visitar Machu Picchu sería imperdonable. Pero una visita a Perú sin visitar Cusco lo sería aún más. Capital del fabuloso Imperio Inca, Cusco nos invita a recorrer sus angostas calles mientras nos ofrece una interesante mezcla del mestizaje de tres culturas: la india, la española y la moderna. Considerada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, Cusco es una ciudad única donde la realidad se mezcla con la fantasía, el tiempo parece no transcurrir y el milagro de la naturaleza nos penetra hasta el fondo de nuestras almas… una aventura mística digna de recordar.

Fotos cortesía de Ileana y Richy Paredes, Alida y Ricardo Roux, Luisa y Fernando Motta.

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