El matoneo o ‘bullying’
En el colegio mis compañeros creían que estaba muy loco, pues era diferente de los demás. Cada vez que me decían “loco” reaccionaba con violencia, ya que sentía que me comparaban con un loquito callejero llamado Nazario. Este personaje siempre andaba en la calle con la ropa raída y un costal viejo y sucio, actuaba sin sentido y era agresivo; mientras que yo sentía que mi comportamiento tenía lógica y razón de ser. Por eso no aceptaba que me llamaran como a ese loco. Cierta vez, un compañero a quien llamábamos “Tamba”, mucho más acuerpado que yo, me dijo “loco” y tuvimos una gran pelea de la cual salí con la camisa sin botones y el ojo inflamado.
Estas peleas en mi época no tenían una trascendencia grave. Hoy en día, vemos cómo este fenómeno llamado matoneo o “bullying” adquiere un protagonismo desbordante que ha generado muertes, agresiones y suicidios debido a la intimidación obsesiva por parte de uno o varios niños contra sus propios compañeros. Estos actos de crueldad, irrespeto y humillación están dejando una huella muy grande en el corazón de estos niños, que por innumerables razones como son la timidez y los defectos físicos se vuelven presas frágiles y vulnerables.
Como padres, no creemos que nuestro hijo puede ser víctima de estos verdugos emocionales o puede ser un maltratador que está haciéndole daño a alguno de sus compañeros, o que puede ser un testigo silencioso, indiferente y que, por miedo, celebra lo que está sucediendo en contra de su compañero.
El matoneo empieza como si fuera una burla chistosa, y lentamente el grupo se va asociando en contra del afectado, hasta llevarlo a hacerse sentir culpable y temeroso de no ser aprobado por sus compañeros, lo que puede fácilmente terminar en que la víctima atente contra ella misma o contra el agresor. Se ven miles de casos en que la víctima llega a estados altos de depresión, ansiedad o incluso hasta el suicidio.
Debes, entonces, estar alerta de las actitudes y conductas de tus hijos, porque si no quiere ir al colegio, si está presentado una conducta extraña, está deprimido, intolerante, tiene pesadillas o presenta bajo rendimiento académico, puede ser que él esté siendo víctima de matoneo.
Si crees que tu hijo es víctima de matoneo, o crees que participa en un grupo que está maltratando a otros, o crees que es el líder maltratador, no ignores ni menosprecies el problema, ni busques cómo echarle la culpa a tu hijo. Si tu hijo es el agredido, no le restes importancia al sentimiento, al dolor o al miedo que está experimentando, ni lo tildes de débil o de tener problemas de integración o socialización.
Debes comenzar por mejorar tu comunicación con él, escuchándolo en silencio sin interrumpir, sin prejuicios, sin juzgar ni etiquetar; simplemente escuchándolo atentamente y con mucho amor. Mientras escuchas, no des opiniones, ni consejos, ni te irrites; cuando realmente estás escuchando, desciendes al corazón de tu hijo y lo puedes inspirar y ayudar para que haga su proceso de transformación interna y pueda despertar. Háblale indirectamente con ejemplos tuyos, historias de tu niñez, pero contándole cómo lo resolviste o con ejemplos de situaciones que escuchaste que suceden en otros niños, con cuentos, etc. Así el niño podrá probablemente contarte lo que le está pasando. Por otro lado, debes hablar con el consejero o director en el colegio para que esté pendiente de lo que está viviendo el niño, especialmente en los recreos, cambios de clase y almuerzo.
Lo más importante es que tu hijo fortalezca su interior, que crea en él y en sus cualidades, dones y talentos. Tú como padre puedes ayudar a inspirarlo y guiarlo a encontrar eso.
Recuerdo aquellas palabras sabias de mi abuelo cuando regresé a casa después de la pelea con mi compañero: “Si continúas escuchando todo lo que la gente y tus compañeros dicen de ti, vas a vivir siempre triste y amargado. Debes aprender a escuchar la voz interior que sale de tu corazón. Siempre que ellos te critiquen o te ofendan devuélveles con amor”. Al oór estas palabras entendí que en la vida hay dos opciones: creer lo que la gente dice de uno y amargarse la vida viviendo pendiente del “qué dirán”, o aprender a no dar importancia a lo que digan sino a lo que uno se dice a sí mismo en cada amanecer.
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Foto: © Dan Brownsword / cultura / Corbis