El valor detrás del valor
Este artículo fue publicado en la edición de marzo 2018.
Tengo gratos recuerdos de las dinámicas que exigió mi última certificación de coaching. Fueron sumamente enriquecedoras; una en particular, en donde en parejas teníamos que practicar cómo sería una sesión real, siendo un miembro el “coach” y, el otro, el supuesto cliente. La idea era que el primero debía ayudar al segundo a establecer un plan de acción en aras de alcanzar una meta. Si bien era un ensayo, todos escogíamos objetivos que realmente quisiéramos para nuestras vidas. Me llamó la atención que muchos de mis compañeros –todos profesionales, inteligentes y emprendedores– establecían como ideal conseguir ahorrar más. Ansiaban que, para el nuevo año, se les dificultase menos gastar sin endeudarse y lograr estrategias para tener un dinero a buen recaudo, algo que les depararía tranquilidad y seguridad, amén de la posibilidad de alcanzar algún sueño anhelado.
Aquel día y ya en mi casa, me quedé horas pensando en por qué a algunos adultos se nos dificulta separar una parte del ingreso mensual y guardarlo para un futuro, aun a sabiendas de que esta acción sería crucial en caso de un imprevisto que requiriera una cuantía económica importante (una emergencia médica, por ejemplo). Sin duda, las campañas publicitarias que nos atiborran de productos atractivos para los sentidos y la prioridad que a veces le damos al tener, sobre el ser, tendrían que ver.
Y si a los adultos nos cuesta apretarnos el cinturón y no gastar en cosas poco necesarias, ¿qué podemos esperar de un niño que no tiene la misma madurez y cuyas estructuras corticales relacionadas con el autocontrol están en pleno proceso de formación? Un niño que, además, no necesita tener dinero propio para subsistir (una vez que depende de sus padres) ni tiene una carga económica a la que se deba. De ahí la necesidad de que poco a poco se le ayude a desarrollar lo que los psicólogos llamamos “conciencia financiera” (que vendría a ser la capacidad que te hace valorar el dinero en su justa medida y acorde a la capacidad económica personal) a la par del hábito del ahorro.
¿Ganancias de esta enseñanza? Muchas. Aparte de que los menores que interiorizan este concepto y se acostumbran a ahorrar tienen más posibilidades de que en su vida adulta sepan gestionar bien sus finanzas y logren estabilidad económica, su actitud presente ante la vida probablemente sea más rica. Cuando aprenden a apreciar lo que tienen, cuando saben que las cosas no caen del cielo, cuando se les educa en la prudencia a la hora de comprar y conocen los límites que han de tener los gastos, se fortalece en ellos un valor que –según mi criterio– es de los más importantes para su desarrollo porque, entre otras cosas, impacta en otros valores: el esfuerzo. Y es que los jovencitos que se esfuerzan para alcanzar objetivos loables, que son capaces de posponer una gratificación inmediata porque quieren alcanzar un sueño, que no sucumben a caprichos momentáneos porque están a la espera de una mejor recompensa a largo plazo estarán más preparados para los avatares en todos los ámbitos de la sociedad.
Fotos: Getty Images