Esos monstruos maravillosos

Eva Aguilar |

23 septiembre, 2007

La fascinación que sirenas, dragones, grifos y gigantes han producido en los seres humanos, sólo es comparable con la apasionante explicación que la ciencia ha aportado sobre el origen de estas criaturas míticas que se niegan a abandonar nuestra cultura y siguen alimentando nuestra imaginación.

En 1493, durante su segundo viaje a esas tierras que todavía no se llamaban América, Cristóbal Colón dejó constancia escrita de haber visto tres sirenas en las costas de Haití. La descripción del almirante acerca de estos seres con torso de mujer y cola de pez no es, sin embargo, lo que podríamos esperar. «No son tan hermosas como las representan; por sus rostros, parecen hombres», escribió Colón desencantado.

La misma decepción se había llevado Marco Polo con los unicornios, un siglo antes durante un viaje a Sumatra. En sus crónicas, el viajero italiano contaba que la fauna de la isla estaba compuesta por «elefantes salvajes y gran cantidad de unicornios». De estos últimos decía: «Tienen un cuerno negro en el medio de la frente y son bestias muy feas. No son en absoluto como las describimos cuando relatamos que se dejan capturar por doncellas vírgenes».

La verdad es que ni Colón vio sirenas ni Marco Polo unicornios. Hoy se sabe que lo que el primero avistó fueron rechonchos manatíes y el segundo tuvo su primer encuentro con rinocerontes. Sin embargo, a ninguno de los dos puede culpársele de su confusión.

Ellos solo tuvieron la suerte de vivir en tiempos en los que las selvas y los océanos eran lugares desconocidos, y cada nuevo viaje de descubrimiento se emprendía con el espíritu atemorizado por los monstruos que, se decía, podían partir un barco por la mitad.

Alentados por la fascinación que las criaturas míticas han producido en la gente durante milenios, cinco museos de diversas partes del mundo han colaborado para llevar a cabo la exhibición «Criaturas míticas: Dragones, unicornios y sirenas», que se estrenó en el Museo de Historia Natural de Nueva York el pasado junio, y donde permanecerá abierta al público hasta enero de 2008. De allí iniciará un periplo mundial que durará hasta el 2011. «Las criaturas míticas dan forma a las más grandes esperanzas, temores y a los sueños más apasionados de la humanidad», puede leerse en una de las paredes de la exhibición, un espacio en el que paleontólogos y antropólogos han ordenado fósiles, documentos y objetos antiguos para explicarnos el origen de esas entrañables criaturas que pueblan las leyendas y que, en algunas culturas, aún son objeto de veneración.

El ojo del cíclope

Si bien las sirenas, unicornios, cíclopes, grifos, dragones, hombres de las nieves, humanos gigantes y el kraken son seres que jamás poblaron la faz de la Tierra, no están tan alejados de la realidad: todos nacieron de interpretaciones equivocadas y adornadas con elementos fantásticos de animales que aún habitan el planeta y de los restos de muchos otros que desaparecieron hace miles y hasta millones de años.

Los antiguos griegos fueron maestros en la creación de criaturas míticas y tenían buenas razones para ello. El cálido Mediterráneo en el que se asentó la civilización griega clásica había sido durante el periodo Pleistoceno (última era glacial) el hogar de mastodontes, mamuts, rinocerontes lanudos y otros mamíferos de gran tamaño que se extinguieron dejando esparcidos una buena cantidad de fósiles. «Imagina lo que debe haber pensado un granjero griego al encontrar grandes huesos de mastodonte en sus tierras», dice Adrienne Mayor, especialista en Historia de la Ciencia Antigua e investigadora en la Universidad de Stanford (California). Hace unos años, cuando preparaba un libro sobre los primeros cazadores de fósiles en la época de la Grecia y la Roma antiguas, Mayor recibió un regalo de su esposo: un pequeño mamut armable al que ella decidió darle otra forma. «Lo rehice intentando imaginar cómo los antiguos griegos habían armado huesos sueltos de un mamut, cuando no habían visto siquiera un elefante. ¡Y lo que obtuve fue la imagen de un gigante con dos piernas!», dice Mayor sobre su descubrimiento.

Aquello tenía bastante sentido. Los largos huesos que forman la estructura ósea de la familia de los elefantes son lo suficientemente parecidos a los de los humanos como para ser confundidos. Pero también son dos veces más grandes, por lo que no es de extrañar que dieran lugar a la leyenda de los hombres gigantes, hijos de Urano y de Gaya, que lucharon contra Zeus por el derecho a existir.

De los restos de mastodontes se originó también el mito de los cíclopes, como el gigante Polifemo de La Odisea. ¿Qué era ese agujero en el cráneo de enormes animales que los griegos no habían visto nunca? Hoy sabemos que era la cavidad nasal de la que nace la trompa, pero en la época de Homero aquel agujero no podía ser otra cosa que un gran ojo.

Hace siete años, Adrienne Mayor fue también la primera persona en proponer la teoría de que el grifo, ese animal mitad águila y mitad león que cuidaba del oro en el desierto de Gobi (China), tuvo su origen hace 2000 años gracias a los escitas. Los habitantes de la antigua región indoeuropea de Escitia eran un pueblo seminómada que, en sus recorridos por el desierto, seguramente tropezaron con restos de Protoceratops, un dinosaurio que vivió hace 65 millones de años, y al que convirtieron en el temido grifo.

Los escitas no tenían lenguaje escrito, por lo que fueron los griegos quienes difundieron, a través de su propio arte, el aspecto del grifo descrito por los viajeros: criaturas aladas que no volaban, y que podían destrozar entre sus patas a caballos y bueyes.

Gracias al fósil de un Protoceraptos encontrado en el desierto de Gobi por el paleontólogo norteamericano Roy Chapman Andrews a principios del siglo XX –y expuesto en la exhibición «Criaturas míticas»– Mayor pudo hacer las comparaciones. Tanto el Protoceratops como los grifos tienen pico y cuatro patas. Y aunque no tenía alas, el dinosaurio tiene un omoplato largo y estrecho, similar al de las aves vivientes. «“Los pueblos antiguos estaban muy familiarizados con la anatomía de las aves y de los mamíferos, gracias a la cacería y a las ceremonias en las que estos se ofrecían como sacrificios», explica Mayor. «Así es que cuando la gente veía este tipo de omoplatos, daba por hecho que un par de alas habían estado pegadas a ellos».

Mitos que perduran
Protagonista absoluto de la exhibición «Criaturas míticas» es el dragón. Y es que no existe criatura mítica más respetada u odiada que el dragón. De él se han dicho las cosas más hermosas y las más terribles. El dragón era para los europeos la encarnación del diablo; poderoso y aficionado a devorar a jóvenes doncellas. Para los chinos, sin embargo, el dragón es sabio y representa la armonía; criatura de la primavera y mensajero de la lluvia, es capaz de producir todo tipo de perfumes con su saliva.

No se sabe a ciencia cierta cómo nació la mítica figura del dragón; existen cientos de fisonomías distintas según quién lo describa. Pero a juzgar por las características generales de su cuerpo alargado, sus patas cortas y su gran cabeza, no es difícil imaginar que sea una composición de muchos animales. Un erudito chino decía, 200 años antes de nuestra era, que «los cuernos del dragón son como los del ciervo; su cabeza como la del camello; sus ojos los del demonio; su cuello como el de una serpiente; su vientre como el de una almeja; sus garras como las de un águila y sus orejas como las de una vaca».

Todavía en el siglo XVII, los naturalistas lo consideraban una criatura real y sus hábitos eran discutidos como los de cualquier otra especie. «Dragones alados vuelan hacia África y con sus colas golpean hasta matarlos a animales tan grandes como los toros», escribió en 1640 Ulissis Aldrovandi, profesor de Ciencias Naturales de la Universidad de Boloña. Cuando los fósiles de los dinosaurios empezaron a tomar una forma coherente en el siglo XIX, y los científicos identificaron estos restos como los de criaturas que habían vivido millones de años antes del ser humano, también entendieron que el esqueleto descomunal de un Tyranosaurio rex podía, perfectamente, haber servido para fortalecer y perpetuar la leyenda de los dragones. Hoy, el dragón no es sólo un mito sino una figura mediática que arrastra a millones de fanáticos en todo el mundo. Es, al fin y al cabo, la prueba de que los humanos no estamos dispuestos a dejar morir a los hijos de nuestra imaginación, y de que conservamos la habilidad de agregar especies nuevas a la lista de criaturas fantásticas. ¿De qué otra forma podríamos explicar que en pleno siglo XXI, los chinos aún veneren al dragón como lo han hecho durante los últimos 3000 años y que en América Latina le hayamos otorgado al chupacabras poderes de experto cirujano, cuando en realidad los precisos cortes que exhibe el ganado muerto son la marca que dejan los líquidos orgánicos al abandonar el cuerpo en descomposición?

«Los humanos siempre hemos tenido una necesidad emocional de sentirnos maravillados y sobrecogidos por el mundo que nos rodea.», opina Adrienne Mayor. «Y no importa cuánto entendamos y controlemos la naturaleza, siempre habrá misterios fuera de nuestra comprensión».

Fotos:
Foto página 24: © Buddy Mays / Corbis
Foto página 26: © Ulises Rodríquez / EFE / Corbis
Fotos páginas 28 y 30: © D. Finnin / Museo Americano de Historia Natural
Foto página 32: © R. Michens / Museo Americano de Historia Natural

 

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