Marruecos… un destino fascinante
Ciudad repleta de sabores, olores, idiosincrasia y paisajes cotidianos con interesantes mezclas culturales.
“Dime que eso no es lo que creo que es”: estas fueron las primeras palabras de mi madre cuando caminábamos por Jemaa El-Fnaa, la plaza principal de la medina de Marrakech, y vio a un encantador de serpientes hacer que una cobra saliera de una cesta y se levantara frente a ella. Su miedo irracional hacia estos reptiles hizo que nos moviéramos hacia uno de los pasillos más densos de los souqs, o zocos, los clásicos mercadillos árabes. Como en una película del Medio Oriente, los callejones y pasajes estaban repletos de vendedores de lámparas, alfombras, pan, pipas de narguile, aceites y perfumes.
Marruecos sí es como me lo imaginaba: caótico, caliente, a veces cosmopolita y siempre delicioso. Es África y es el Medio Oriente: un reino soberano situado en el Magreb, al norte de África, con costas en el océano Atlántico y el mar Mediterráneo.
Explorando Marrakech

La mezquita Kutubía es uno de los monumentos más representativos de Marrakech, Marruecos.
Marrakech es la ciudad más conocida y cosmopolita del país, y el puerto de entrada de preferencia en Marruecos, aparte de Casablanca. Comenzamos la aventura en la plaza de Jemaa El-Fnaa, en el medio de la medina de la ciudad. La medina es la ciudad vieja; la parte de la ciudad donde comenzó el comercio y donde vivían y se agrupaban las personas. De día está llena de encantadores de serpientes, artistas de henna (expertos en colocar imágenes en la piel usando el tinte natural de color rojizo), monos adiestrados y bailarinas haciendo belly dance, la danza del vientre. De noche, la plaza de transforma en un mercado de comida con más de 100 puestos vendiendo caracoles, cordero, especias, nueces y mucho jugo de naranja natural (el puesto #50 es particularmente delicioso). La mezquita está llena de riads, antiguas casas de familias que se convirtieron en posadas y ahora hoteles, algunos modestos y otros de lujo. Además de la plaza, los zocos y los riads, la medina tiene innumerables restaurantes y casas de té, mezquitas y rooftops donde puedes conseguir la comida más deliciosa a precios muy asequibles. En esta parte de la ciudad llamada el Kasbah está la mezquita Kutubía —una de las más importantes del mundo islámico cuando concluyeron su construcción en el siglo 12—, cuyo minarete, el punto más alto, recuerda a la Giralda, en Sevilla. Adicionalmente, entre gatos y cigüeñas, está el barrio judío, las impresionantes residencias del Palacio de Bahía y las tumbas Saadinas, que tienen los restos de los sultanes de esa dinastía.
En Marrakech visitamos la residencia del diseñador de moda Yves Saint Laurent, el Jardín Majorelle y, cerca, el museo de arte Bereber. Para descansar después de un largo día de turismo están los hammam, los baños árabes con su arquitectura tradicional, piscinas y mucho vapor para renovar la piel. El palacio-hotel La Mamounia es parada obligatoria para quienes disfrutan del lujo y el interiorismo. De noche, y pasadas las horas de oración, en el Hivernage hay restaurantes que se convierten en fiesta donde van celebridades locales e internacionales, como Bô Zin y Comptoir Darna.
De gira por las ciudades imperiales
Fuera de Marrakech y subiendo por la costa se llega a las otras tres antiguas ciudades imperiales de Marruecos: Rabat, Mequínez y Fez. Nuestra primera parada manejando a Fez fue en Casablanca. De esta ciudad conocía dos cosas: que tiene una mezquita inmensa y que existe una película con el mismo nombre que ganó un premio Oscar. Al llegar, nos encontramos con una ciudad relativamente desarrollada con sitios modernos y muchos expatriados. De hecho, Casablanca es la ciudad más grande y el puerto más importante del país. La ciudad colinda con el océano Atlántico, y muchos de sus restaurantes tienen vistas espectaculares al mar y una oferta de pescados y mariscos excelente. La Mezquita Hassan II es fascinante: es el templo más alto del mundo, su minarete es el segundo más grande después de La Meca, y es la mezquita más grande de África. Parte del templo está construido sobre el mar, creando una ilusión óptica fascinante que la complementan los musulmanes que descansan en sus pasillos durante el caliente verano marroquí. La película Casablanca, lastimosamente, no tiene mucho que ver con esta ciudad. Fue filmada en Hollywood, y aunque Humphrey Bogart e Ingrid Bergman se frecuentan en Rick’s Café —un sitio que de facto existe en Casablanca— no tiene nada que ver con la ciudad.

La Mezquita Hassan II es el templo más alto del mundo y es una de las pocas mezquitas del mundo musulmán que permiten la visita de turistas no musulmanes.
Seguimos nuestro camino en Rabat, la capital del Reino de Marruecos, donde vive el rey Mohamed VI, actual monarca y parte de la dinastía alauí, y donde la mayoría de las representaciones diplomáticas están agrupadas. Lo más impactante de Rabat es el Kasbah les Oudaias, un barrio construido dentro de un fuerte del siglo 12 y cuyas paredes azules y blancas recuerdan en menor escala a la ciudad de Chefchaouen, al norte. La vista al océano Atlántico y el río Bou Regreg es sublime.
Otra ciudad imperial que visitamos fue Meknès, o Mequínez, donde vivió una tribu bereber que cayó ante el Imperio romano. El sultán Moulay Ismael construyó mezquitas y obras impresionantes, pero la más impactante es Bab Mansour, la puerta más grande del norte de África. Camino a Mequínez nos detuvimos en Volubilis, una ciudad romana cuyos restos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Fue instaurada por personas de Cartago —ciudad fundada por los fenicios y tierra actualmente ocupada por Túnez— y fue anexada al Imperio romano por el emperador Calígula. Las ruinas son impresionantes y demuestran la majestuosidad que alguna vez tuvo ese lugar.
La magia de Fez
Finalmente, después de un paseo por la costa atlántica de Marruecos, llegamos a Fez. Esta misteriosa ciudad es el centro cultural y religioso del reino. La zona antigua dentro la ciudad amurallada, Fès el-Bali, contrasta con la del barrio francés y su arquitectura más contemporánea. Las calles perecen un laberinto del cual aparecen puestos, mezquitas, tiendas de todo tipo y hasta una universidad. Probé por primera vez —y quizás no será última— una hamburguesa de camello en Café Clock, un bar que existe hace 250 años. Cerca de Bab Boujeloud está la curtiduría o tenería Chouara, la más antigua del mundo. Ahí tiñen el cuero animal y es una experiencia inolvidable —tanto por su arte como por su fuerte olor.
Estando en Fez en la época de Ramadán —uno de los cinco pilares del mundo islámico en el cual se ayuna desde el amanecer al anochecer por un mes— aprendí mucho sobre su religión y cultura. Por ejemplo, cuando rompen el ayuno, break fast, o “des-ayunar”, da origen a la palabra que usamos para describir la primera comida del día.
Más allá de las ciudades
Hay ciertas actividades famosas en Marruecos que valen la pena vivir: visitar las montañas del Atlas, las cuales conectan la mitad del país; dormir en el desierto del Sahara, un lugar épico, e ir a las playas de Esauira y a la ciudad azul de Chefchauen. Esauria queda muy cerca de Marrakech, y se puede hacer un viaje a pasar el día y conocer las tradiciones de los pescadores locales que ahí habitan. Hay otras playas famosas por sus olas y donde se practica el kitesurfing, como Tangier. Chefchauen es una ciudad cerca de Tetuán, en las montañas Rif, famosa por sus casas pintadas de azul. La leyenda cuenta que el color ayuda a evitar los mosquitos que abundan en la zona, pero hoy en día es tradición, así como sus artesanías.
De Marrakech también puede visitarse el desierto del Sahara. Esta experiencia es una de esas que quedan para toda la vida y puede hacerse de muchas formas; la más popular es contratar un tour. La aventura comienza manejando desde Marrakech hasta Ouarzazate, ciudad famosa por ser el set de películas y series como Ben Hur, Gladiador y Juego de Tronos. Al amanecer, un viaje inigualable en camellos lleva a los turistas a sitios de camping o glamping en el desierto, los cuales ofrecen una variedad de actividades desde deportes en el desierto hasta experiencias gastronómicas fabulosas bajo las estrellas que brillan como el sol por la ausencia de luz artificial.
La comida marroquí
Una de las cosas más importantes de Marruecos es su gastronomía. La base de muchos platos es el cuscús, y se acompaña del tajine, un guiso de carne y verduras que se ha cocinado a fuego lento en un recipiente de barro. Los tajines populares son de pollo con aceitunas y limón, cordero, res con miel y camarones con salsa de tomate picante. La bastilla está hecha como un milhojas horneado relleno con carne de paloma y almendras. La harira es una sopa de lentejas, garbanzos, caldo de cordero, tomates y verduras. Por todo el país se consiguen nueces de todo tipo, maíz en barbacoa, y maakouda, buñuelos de puré de patata fritos. En Marruecos el consumo de licor es legal, y cervezas locales como la Casablanca, Flag Special y Stork ayudan con el calor. Para las tardes o noches, el vodka bereber que se prepara con anís e higos es una gran opción.
Marruecos es lo que esperaba: misterioso, aventurero, delicioso, enigmático y cambiante. Definitivamente, un destino que vale la pena visitar.
Fotos: Getty Images