Quebec City… un rincón de Europa en América
Es una ciudad fascinante, con callejuelas empedradas, el hotel más fotografiado del mundo y una herencia cultural europea que nos transporta de inmediato.
Si me lo hubieran contado, no lo habría creído. Me hubiese parecido sorprendente que, en este lado del mundo y en pleno año 2015, uno se hubiese podido sentar en un café dentro de una placita con edificaciones del siglo XVII, mientras un coro de afinadas voces entonaba composiciones de famosas óperas ante un público francoparlante, con una preciosa iglesia de piedras como fondo y un aura mágica como referente. Esta fue tan solo una de las tantas experiencias maravillosas que descubrí en un lugar que cada año es visitado por miles de turistas, que permite la toma de fascinantes imágenes y que nos remonta de inmediato a otra época.
Quebec City es, sin lugar a dudas, un destino fascinante. Pasear por las callejuelas de su parte antigua, o Vieux Québec, te transporta a épocas pasadas en un ambiente completamente europeo, limpio, seguro y tranquilo. Probar distintas variedades de chocolates artesanales o una de sus tradicionales galletas francesas, los macarons, es un placer que compite seriamente con la satisfacción de admirar el talento de un lugareño que cada tarde se sitúa con su guitarra en una esquina para el deleite de los transeúntes.
Pero empecemos por el principio. La ciudad de Quebec, capital de la provincia del mismo nombre al este de Canadá, es la ciudad más francesa de Norteamérica. A tan solo tres horas en carro desde Montreal, es un lugar en el que aún hoy en día se respira parte de la historia que hace 400 años empezó a forjarse cuando el 3 de julio de 1608 el explorador francés Samuel de Champlain fundó uno de los más antiguos asentamientos europeos que existen en Norteamérica. Guerras fueron y vinieron y, a fin de cuentas, los británicos se hicieron del control de este icónico sitio que Francia les tuvo que ceder en 1763, con la particularidad de que la ciudad de Quebec mantendría, hasta el día de hoy, el idioma e idiosincrasia franceses que siguen sorprendiendo a sus visitantes.

Un emblemático y muy transitado funicular conecta las partes baja y alta de Vieux Québec. Ambos niveles están repletos de tienditas y deliciosos restaurantes.
Resulta realmente curioso visitar una ciudad a todas luces “francesa”, que pertenece a un país independiente como Canadá, cuyos fuertes vínculos con Inglaterra se han mantenido tras su separación pacífica en 1867, al punto de ser hoy en día, aparte de un estado federal y una democracia parlamentaria, una monarquía constitucional que reconoce a la reina Isabel II como jefa del Gobierno del país. Por algo en las calles empedradas del Viejo Quebec somos testigos de un escenario único.
Aunque la ciudad de Quebec no se restringe únicamente a su parte antigua, no es casualidad que Vieux Québec fuese declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en 1985. Y es que el centro histórico es, definitivamente, la cereza del pastel y la única ciudad amurallada al norte de México. Compuesta por dos niveles naturales dada la topografía del área, es fácil ubicarse rápidamente al distinguir a la Ciudad Alta (Haute Ville), en la parte de arriba de una monumental estructura rocosa conocida como Cap Diamand, y a la Ciudad Baja (Basse Ville), situada entre los acantilados y el enorme río San Lorenzo que bordea la ciudad. Ambos niveles están conectados por una empinada calle, una escalera para valientes y, además, por un curioso y llamativo funicular.

La Terrasse Dufferin es una enorme terraza que ofrece espectaculares vistas tanto del hotel como del río San Lorenzo y las montañas que rodean la ciudad.
La Ciudad Alta se distingue por el imponente Fairmont Le Château Frontenac, el hotel más fotografiado del mundo, compuesto de varias torres cuya magnífica composición nos transporta a un cuento de hadas. Una enorme terraza, conocida como Terrasse Dufferin, se sitúa frente al hotel y brinda un amplio espacio de esparcimiento desde el cual se aprecian vistas inigualables del río San Lorenzo y de las montañas que rodean la ciudad. La sensación que tuve al estar en ese emblemático punto me recordó las vistas panorámicas que en varios puntos de Juneau, Alaska, también lo dejan a uno sin aliento.
Continuando el recorrido de la Ciudad Alta, es imprescindible visitar la Ciudadela o La Citadelle, magna instalación en forma de estrella que se distingue por ser la más grande fortificación militar de Norteamérica todavía ocupada por tropas militares. Durante el verano, cada día a las diez en punto de la mañana, podemos ser testigos del cambio de guardia, un espectáculo militar que de inmediato nos transporta al Palacio de Buckingham y nos recuerda la estrecha relación de Canadá con el Reino Unido como parte de la Commonwealth o la Mancomunidad de Inglaterra.

Quebec City es un lugar maravilloso que cuenta con dos niveles naturales. En la Ciudad Alta o Haute Ville resalta el hotel Fairmont Le Château Frontenac, icónica edificación cuyas instalaciones originales abrieron en 1893.
Cerca de allí, vale la pena recorrer los Llanos de Abraham, planicie que sirvió de escenario para la batalla que definió el destino de la nación y que terminó de inclinar la balanza hacia el dominio británico en esta parte del Nuevo Mundo. Aparte de las numerosas tienditas, restaurantes y cafés que componen la parte superior del Viejo Quebec, resulta muy agradable entrar a la Basílica de Notre Dame de Quebec, prender una velita y maravillarse ante el espectáculo que ofrece una de las catedrales más antiguas de Norteamérica.
La Ciudad Baja está a la misma altura en atracciones y sitios de interés para todos los gustos. Uno de los aposentos más pintorescos y fantásticos es el barrio histórico de Petit Champlain, repleto de pequeños comercios y músicos que alegran el día. En la Place Royal sí que nos sentimos transportados al pasado, casi como si estuviéramos en la época de la colonia, con sus callecitas de piedras y edificaciones antiguas, muchas de las cuales hoy en día albergan deliciosos restaurantes y tiendas artesanales. En esta plaza, que es una de las más lindas e íntimas que he conocido, está enclavada la iglesia más antigua de Canadá, la de Notre Dame des Victoires.
Camino al puerto, en lo que se podría denominar –valga la redundancia– la parte más baja de la Ciudad Baja, pasamos por agradables calles empedradas repletas de tiendas de antigüedades y galerías de arte, y llegamos a un bien abastecido y limpio mercado, repleto de frutas, vegetales, flores, quesos, patés y demás delicias, que nos deleita con productos frescos y de temporada. Finalmente, para concluir el recorrido de la Ciudad Baja es obligatoria una parada en dos museos que llenan de orgullo a los quebequenses: el Museo de la Civilización de Quebec, o Musée de la Civilisation de Québec, y el Musée Pointe-à-Callière. Ambos tienen exhibiciones muy interesantes que se relacionan, entre otros temas, a la cultura e idiosincrasia de la ciudad.
Luego de haber sido testigos de la historia de la ciudad al palpar, en el Vieux Québec, lo más íntimo y auténtico de la cultura francesa sin habernos tenido que trasladar al Viejo Continente, un pantallazo de las inmediaciones de Quebec resulta refrescante, motivador y muy emocionante.
A media hora en carro, dirigiéndonos hacia el norte por la ruta costera, encontramos la hermosa región de Côte-de-Beaupré. La primera parada es una que fascinaría a cualquier amante de la naturaleza. Se trata de los Montmorency Falls, cascadas gigantescas de 83 metros de alto –más altas que las famosas Cataratas del Niágara– a las que se puede subir en un teleférico e, incluso, admirar desde arriba parados sobre un enorme puente situado encima de ellas. Durante el verano, la fuerza salvaje del agua al caer es un recordatorio de lo que la naturaleza nos brinda y enseña; mientras que en invierno se percibe una tranquilidad y paz enormes al admirar la blancura del lugar congelado.
Muy cerca de allí vale la pena visitar la Basilique Saint Anne de Beaupré, majestuosa catedral de proporciones enormes. Los designios del Señor, el destino o, menos probable a mi parecer, la casualidad, nos llevó a visitar este maravilloso lugar, el más antiguo sitio de peregrinaje que existe en Norteamérica, justo el día en que se celebraba la festividad de Santa Ana, encontrándonos allí con una marejada de devotos que cada año llegan de todas partes de Canadá y el mundo entero a rezar, pedir milagros y agradecer los favores ya concedidos por la madre de la Virgen María. Una misa repleta, columnas cubiertas de muletas y otros signos de milagros concedidos, así como muchísimas velitas encendidas fueron los acompañantes perfectos de esta grata experiencia.

La Basilique Saint Anne de Beaupré es imponente, pero lo más impresionante es el fervor con el que miles de devotos la visitan cada año para orar y agradecer los milagros concedidos. No por casualidad es el más antiguo sitio de peregrinaje en Norteamérica.
Al terminar la visita de Côte-de-Beaupré es recomendable pasar, al regreso, por Ile d´Orleans, una encantadora isla en el río San Lorenzo llena de granjas, viñedos, la mejor chocolatería que en mucho tiempo había probado y, por supuesto, una arquitectura colonial que ha sido mantenida en la mayoría de las más de 600 edificaciones existentes.
En cualquier época del año, la ciudad de Quebec y sus alrededores brindan a propios y extraños experiencias enriquecedoras y únicas. Es un destino que nos acerca al Viejo Mundo de una manera fantástica y difícil de olvidar.
© María Elena Gerbaud Navarro
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