Saber esperar tiene sus ventajas
La capacidad de postergar la gratificación es una de las habilidades básicas de la inteligencia emocional. Estudio tras estudio se demuestra que los niños y las niñas, y luego las personas exitosas, generalmente tienen la capacidad de saber esperar, postergando o aplazando la gratificación de sus deseos en busca del cumplimiento de objetivos superiores.
Al observador casual, Walter Mischel le hubiera parecido un hombre por lo menos extraño; el experimento que el joven alto y delgado –de origen suizo– había diseñado era casi cruel. Era el año 1964 y el Dr. Mischel era un psicólogo de la universidad de Stanford que pensaba que la “capacidad de esperar” era importante en el desarrollo de la personalidad fuerte y sana.
Y se le ocurrió hacer una investigación. Convocó –con el permiso de sus padres– a un grupo de niños de 4 años y, uno por uno, les dijo a todos más o menos lo siguiente: “Yo voy a tener que salir un momentito y aquí tengo un chocolate. Si tu lo quieres, te lo comes; pero si tu esperas a que yo regrese sin comértelo, cuando yo regrese, te voy a dar éste y otro chocolate extra”. Eso representó un auténtico dilema para estos niños tan pequeños: “tomar el chocolate de una vez y quedarse con sólo uno, o esperar un ratito y quedarse con dos. El experimento astutamente había podido encuadrar para la observación científica el debate interno de unos niños entre satisfacer sus deseos primarios (comerse el chocolate inmediatamente) y el autocontrol; entre la gratificación inmediata y la demora de ésta. El Dr. Mischel observó y grabó detrás de un gran espejo con visión de una sola vía a cada uno de los niños: sus movimientos, sus gestos, y cada uno de los intentos que hacían para no comerse el chocolate que tenían delante.
Algunos niños cantaban o tarareaban alguna tonada; otros trataban de distraerse jugando con sus manos o sus deditos; algunos se rascaban la cabeza tratando de sortear la tarea –que seguro les debió parecer monumental–; otros recorrían el cuarto donde estaban, o se recostaban y trataban de dormirse. Pero todos miraban de reojo el chocolate… Muchos de ellos al final –y otros casi al principio– se comían el chocolate sin esperar la vuelta del Dr. Mischel. Sin embargo, un grupo de estos niños no se comía el chocolate. A través de estrategias diversas, lograban tolerar esos interminables minutos solos enfrente del manjar deseado… Mischel predijo que debía haber algo diferente en esos niños… y los siguió estudiando –esporádicamente– ¡durante los próximos 20 años!
Cuando los niños tenían 15 y 20 años, el Dr. Mischel los volvió a ver, observó sus capacidades y descubrió algo fascinante: los niños que habían podido esperar se encontraban mucho mejor adaptados socialmente que sus compañeritos más golosos. La mayor parte de los que habían podido esperar habían logrado sortear mejor los peligros de la adolescencia, la presión de grupo, el consumo de substancias, etc. Y como grupo, eran personas más decididas y emprendedoras. En general los –ahora jóvenes– que como niños habían contenido sus impulsos, eran personas más equilibradas, menos proclives a desmoralizarse y con más capacidad para tolerar las usuales y frecuentes frustraciones de la vida.
En una cultura como la nuestra, tan acostumbrada al consumo, al “compre ahora y pague después”, al “¡tiene que ser para ya!”, y a la búsqueda de satisfacción inmediata, los resultados de la investigación del Dr. Mischel parecen tener más relevancia que nunca. Flaco favor les hacemos a nuestros hijos cuando los gratificamos y complacemos constante e instantáneamente con cosas materiales. Aprender a esperar es una de las habilidades básicas de la inteligencia emocional. Quien aprende a esperar probablemente aprenderá, poco a poco, a pensar antes de actuar, y aprenderá también a responder en vez de reaccionar.
Esa capacidad de resistir el impulso, de soportar el deseo de actuar inmediatamente, demorando o eludiendo la gratificación para luego poder alcanzar otras metas aún más grandes, constituye un componente básico de la soberanía, pero no de la soberanía como nación, sino de otra soberanía, la “soberanía interior”. Cualquier intento para llevar a nuestros hijos a que poco a poco aprendan a aplazar la gratificación, y a “esperar un poquito”, los ayudará a sortear con mejor timón los accidentados y no siempre apacibles caminos que –cuando adultos– tendrán que transitar.
Aprender a “esperar un poquito” puede llevar a nuestros hijos a llegar muy lejos… Algunas recomendaciones prácticas para lograrlo son éstas: |
· Esperar su turno para hablar cuando otras personas lo están haciendo.
· Tomar turnos en el uso de la computadora para hacer la tarea. · Ganar premios producto de esfuerzos especiales. · Participar en las labores de la casa: recoger la mesa, fregar los platos, etc. · Poner en palabras los deseos que tienen y explicar los motivos de los deseos. · A partir de 4to. grado, ahorrar el 10% de la mesada. · Hablar con los niños acerca de los “pros” y “contras” de comprar algo (ropa, música, juguetes, etc.). · Conversar sobre cómo las tareas escolares –por ejemplo– tienen que ver con el desarrollo de sus planes futuros. · Estimular el sostenimiento de una actividad que permita ver el mejoramiento del niño a lo largo del tiempo (sea deporte, música, arte, etc.). |