Ángeles de carne y hueso
Conocerlos fue un privilegio; escucharlos… una inspiración. Verlos haciendo su trabajo, toda una experiencia. Y lo más interesante es caer en cuenta que si ellos han podido ser agentes de cambio tan poderosos, todos podemos serlo.
No van vestidos de blanco ni tienen alas o corona. No viven en las nubes ni se aparecen como por arte de magia. Pero estas personas comunes y corrientes alivian y consuelan vidas igual que los ángeles. Son seres humanos que demuestran que, a pesar de que vivimos en un mundo difícil y a veces injusto, el amor y la bondad pura, todo lo pueden. He aquí sus historias.
Geraldine Brake: el ángel de los ancianos
En el salón principal de la Fundación Nueva Vida, un hogar de adultos mayores ubicado en la antigua base de Howard, solo se respira paz. Veinte ancianos están sentados en un círculo alrededor de una señora delgada, alta, con acento extraño, que les habla sonreída y llena de vida. Su tono de voz es bajo y dulce, y ellos la escuchan atentamente. Les cuenta, con mucha emoción, que mañana irán de paseo al Casco Antiguo y les invita a dar sus opiniones al respecto. Esa señora es sister Gerri, como se le conoce de cariño a la hermana Geraldine Brake, fundadora y directora de esta fundación, que brinda a los adultos mayores –algunos de ellos sin familia y sin recursos– un ambiente sano, agradable y digno para vivir.
Sister Gerri nació en el estado de Delaware, en Estados Unidos, entre doce hermanos y hermanas. Desde pequeña, su madre le leía historias de lugares lejanos, donde las cosas eran diferentes a lo que ella conocía. “Teníamos una visión global del mundo. Desde los seis años me inspiró la idea de ir a otro país porque en los Estados Unidos tienes mucha riqueza, pero otras personas de otras partes del mundo no tienen ese privilegio”, cuenta.
Esa inquietud que nació en su corazón desde pequeña, la hizo unirse a la congregación de las Hermanas de MaryKnoll desde muy joven, camino que la llevó hasta Nicaragua, donde trabajó como misionera ayudando a personas desplazadas durante los años violentos de la insurrección sandinista. “Yo siempre pensaba: ¿qué hace una joven de Delaware aquí?”, recuerda con una sonrisa. Fue una experiencia difícil, pero enriquecedora, y sister Gerri volvió a los Estados Unidos por unos años, hasta que llegó a Panamá en enero de 1989. “Pensé que sería más tranquilo y entonces sucedió la invasión… ¡otra vez, qué cosa!”, recuerda.
Sister Gerri venía con el propósito de ser consejera pastoral pero en la mañana de la invasión quedó en el colegio de Balboa atendiendo a los damnificados del Chorrillo. Entre los damnificados se encontraban ancianos que quedaron sin nada y luego de unos meses de arduo trabajo sister Gerri comenzó a trabajar por un gran sueño: hacer una casa para ellos, que les brindara un sentido de comunidad y seguridad. Así nació la Fundación Nueva Vida, que hoy en día alberga a 75 ancianos. Ahora, sister Gerri vela por la felicidad y el bienestar de estas personas. Les habla con dulzura y cariño, y junto a otras misioneras y voluntarios, les da la calidad de vida que se merecen.
Su filosofía de vida es simple, pero poderosa: “Cuando uno comparte, recibe más. Mi vida es mucho más feliz cuando estoy compartiendo y dando a los demás”. Y es con esa simplicidad que uno es capaz de cambiar el mundo poco a poco, así como sister Gerri lo ha hecho para muchísimas personas.
Fortunato Peirotén: el ángel de los niños
Fortunato Peirotén nació en un pequeño pueblo de Burgos, España, y nunca imaginó que terminaría en un pequeño pueblo llamado La Chorrera, en Panamá, siendo el director de la Ciudad del Niño, un albergue para niños en riesgo social, por más de 30 años. Desde muy joven se unió a un grupo misionero, haciendo obras sociales en su tiempo libre, pero no fue hasta años después cuando decidió dedicar su vida a ayudar al prójimo. “Para mí fue un descubrimiento de que, como cristiano, yo tenía responsabilidades en el mundo y que no es necesario ser religioso o sacerdote para tomar compromisos serios en la vida, de hacer cosas”, cuenta.
Su trabajo de misionero lo trajo a Panamá en lo que pensó que sería una experiencia de algunos años, pero nunca se fue. Los niños de l a Ciudad del Niño lo enamoraron y se quedó para siempre. Como director, “hace de todo”, desde funciones administrativas, hasta trato personalizado con los niños, y ha visto crecer y evolucionar a decenas de ellos que han crecido en Ciudad del Niño y que, gracias al albergue, han tenido oportunidades que nunca habrían podido tener por sus condiciones de vida. “Cuando llega un ex alumno al que hace años que no ves, con una personita al lado que es su mujer y unas personitas que son sus hijos… son cosas que no se pueden medir de la satisfacción que da”, dice. Su amor por la Ciudad del Niño y por su trabajo lo han mantenido al frente del albergue, un ejemplo de una casa-hogar eficiente y bien llevada.
Y aunque no siempre ha sido fácil, Fortunato nunca ha perdido la fe en lo que hace. “Claro que hay días difíciles cuando un muchacho no quiere ir por donde tú crees que debe ir… sin embargo, a pesar de esos días grises, la generalidad es de recibir muchas satisfacciones”, admite.
Para él, su trabajo cotidiano no es algo especial, ni del otro mundo, es el modo de vida que escogió porque le da felicidad. “En realidad, es un privilegio tener la posibilidad de apoyar en la medida que podamos cada uno, a hacer que un niño tenga un mundo mejor o que un anciano tenga un presente menos doloroso, esa es de las grandes satisfacciones, de las grandes alegrías que podemos vivir”, dice. Así, piensan los ángeles de carne y hueso.
Margoth Sapler: el ángel de los deseos
Margoth Sapler es como el hada madrina de los cuentos: rubia, parlanchina, sabia, de personalidad burbujeante y activa, y lo más importante: cumple deseos, sin varitas mágicas pero con mucho esfuerzo. Como una de las fundadoras y miembros más activas de la Fundación Pide un Deseo, lleva 12 años concediendo deseos a niños con enfermedades que ponen en riesgo su vida.
Con la ayuda de otros “ángeles”, Margoth –que nació en Bogotá pero lleva 26 años viviendo en Panamá– ayudó a establecer esta fundación en nuestro país y puso en marcha un gran proyecto que da a niños enfermos la posibilidad de sonreír aunque sea por un día, mientras batallan contra la muerte.
Desde su inicio, Margoth ha ayudado a cumplir más de 450 deseos. ¿Por qué lo hace? “Es mi manera de agradecer a Dios lo que me ha dado, ayudando a gente”, dice sencillamente. Pero es mucho más que eso. Verla abrazar al padre de Zuly, una niña con leucemia cuyo deseo fue recibir una peinadora, revela la gran fortaleza y el enorme corazón de Margoth. “Ya lo siento como un deber, me gusta llamar todos los días, no me gusta perderme un deseo”, dice. Ese día, cuando Zuly vio su peinadora y dijo “¿esto es para mi?”, la cara de Margoth reveló todo.
Para algunas personas, podría ser difícil trabajar con niños que están cerca de la muerte y ver a algunos fallecer, pero para Margoth no es así. “Esta fundación trabaja con la parte positiva, solo es diversión. El día del deseo los niños se paran a las cinco de la mañana, quieren que les ponga la inyección rápido, porque se quieren ir para el deseo”, cuenta Margoth. Ella no se pone triste, sino que disfruta lo que es, para muchos, el día más feliz de sus cortas vidas. Además, para Margoth es una forma de poner su vida en perspectiva. “Después de un deseo me siento en el carro y ningún problema que tengo en mi casa se vuelve problema”, comenta.
Además, Margoth también trabaja como voluntaria en Operación Sonrisa, ya que es instrumentista quirúrgica de profesión y pone sus conocimientos a trabajar en la sala de operaciones. Sin embargo, ella siente que solo es alguien en una gran cadena. “Yo digo que nosotros no somos los que damos, somos el vehículo para que otra gente nos dé y llevemos esa felicidad”. Pero para los miles de niños que han visto sus deseos hechos realidad, Margoth seguirá siendo su hada madrina, que con su varita mágica les da un gran momento de felicidad.
Con su trabajo, estas tres personas han hecho la diferencia para con su prójimo. Son admirables y un ejemplo a seguir, porque, como humildemente dice Margoth Sapler: “El que tiene mucho da mucho. El que tiene poco, da poco. Pero es importante dar”. |
Fotos: Tito Herrera