¡Casi me muero!

Gladys Navarro de Gerbaud |

17 marzo, 2003

Pocas cosas resultan más intrigantes que pensar en nuestra muerte. Lo desconocido e incierto del tema lo hacen desaparecer de nuestro diario vivir, hasta que un día, y sin querer, nos topamos con personas que han estado a punto de abandonar este mundo sin previo aviso.

Quienes han pasado por esta experiencia reevalúan sus vidas, a menudo cambian sus prioridades y analizan, a conciencia, si su perspectiva de existencia es la más correcta, un ejercicio espiritual que no nos vendría mal a todos los demás.

Tomás Francisco (Pancho) Guardia Escoffery
«De repente, entrando al puente, oí un ruido espantoso, como si fuera un temblor. Era el bus que venía cayendo, para encima de nosotros».
Esta es una de las memorias más claras que tiene Pancho Guardia del accidente que casi le quita la vida. Eran las 7:20 de la noche y regresaba, junto a su esposa, de una boda en el interior. Nunca imaginaron que, menos de diez minutos después de haber entrado en la Interamericana, chocarían con un bus que acababa de colisionar con un camión, dejando un saldo de doce muertos. Cuando vieron el bus de frente que venía deslizándose volteado desde una loma, no había hacia dónde tomar. Pasó rastrillando el lado en el que él manejaba, y su carro se salió de la carretera, chocando contra un cerro que había a un costado.

Diez minutos después, con una enorme herida en el brazo izquierdo, con ocho costillas rotas y el bazo roto, Pancho despertaba de la inconsciencia. A su esposa no le pasó nada. Por la magnitud del accidente que se había producido, fue cerca de la una de la madrugada que pudo llegar al hospital en la ciudad de Panamá. Era el sábado 19 de junio de 1999, el día antes del Día de Padre. Pancho sólo tenía 50 años, un año más que la edad en que murió su padre, el Ing. Tommy Guardia.

A partir de ese momento y hasta el 20 de septiembre de ese año, día en que salió del hospital, sólo tiene vagos recuerdos. En realidad, fueron tres meses de agonía constante por complicaciones inesperadas. Aparte de extraerle el bazo, causante de una hemorragia interna, el estado de sus pulmones era preocupante. Pero lo más grave es que su delicado estado de salud fue cultivo fértil para adquirir una bacteria nosocomial, de aquéllas que sólo se encuentran en los hospitales. A partir de entonces, tuvo un paro renal y fue conectado a una máquina de diálisis; y sufrió un paro pulmonar y fue conectado a un respirador, el cual nunca se le pudo quitar. Estuvo cuatro semanas en cuidados intensivos y rebajó 50 libras. En tres ocasiones los doctores dijeron: «no pasará la noche». Dos veces su hijo fue traído del extranjero para el último adiós.

Pero no era su turno de partir. ¿Lo salvó ese antibiótico supuestamente obsoleto que finalmente logró combatir la infección o fueron las constantes plegarias de sus seres queridos? En cualquier caso, Pancho se salvó y su vida empezó de nuevo. ¿Vio algo? ¿Tuvo alguna experiencia sobrenatural? «Sólo tuve un sueño interminable, con muchísimos episodios angustiosos, en uno de los cuales me llevaban a enterrar pensando que estaba muerto. Fue terrible», nos cuenta.

Para Pancho, lo más importante de esta experiencia fue que lo llevó a valorar y agradecer lo que tenía. Y es que hoy Pancho Guardia es un hombre distinto, quien a diario se cuestiona: ¿Qué hago aquí? ¿Cuáles son mis prioridades? ¿Estoy cumpliendo mi responsabilidad con el prójimo? «Si Dios me dio la oportunidad de vivir de nuevo, tengo que aprovecharla. El trabajo es importante, pero más importante es mi familia. Ahora trato de ser más consciente de que debo hacer el bien, trato de no pelear o regañar por cualquier cosa, y tomo todo con más calma. ¡Qué lástima que para cambiar tu vida tengas que pasar por algo así!».

Dra. Marisín Villalaz de Arias
«Me sonreí, porque me di cuenta que no iba a morir».
Nunca pensó que le pasaría algo así, menos a ella, otorrinolaringóloga de profesión y, por lo tanto, conocedora de los trastornos del cuerpo. Quizás el dicho: «en casa de herrero, cuchillo de palo» se aplica perfectamente en el caso de doña Marisín, quien a pesar de sufrir de intensos dolores de estómago por meses, no prestó mayor importancia a su pesar. Cuando lo hizo, ya casi era muy tarde. Con una terrible úlcera, llegó a urgencia con una hemoglobina de 5.9, cuando lo regular para una mujer es de 12 o 13. Tenía sólo 47 años y casi muere desangrada.

«Me sentía sumamente débil, muy mal. De inmediato me pusieron una transfusión de sangre pero, como doctora, veía que estaba muy lenta y le pedí a mi madre que buscara a una enfermera. En ese momento, sentí que me elevaba y subía hasta una especie de superficie donde vi a mucha gente que conocía. Se veían pequeñas y todas estaban muy contentas. Cuando iba llegando, caí en cuenta que significaba que iba a morir y empecé a pedirle a Dios, con todas mis fuerzas, que no me llevara, porque tenía dos hijos muy jóvenes. ¿Qué sería de ellos? Entonces sentí que empezaba a bajar, hasta volver a la cama», nos relata doña Marisín.

Al día siguiente, la operaron del estómago. Aunque fue un procedimiento difícil, a juicio de los doctores el peor momento de su gravedad fue cuando llegó al hospital. Incluso uno de ellos, sin conocer su experiencia sobrenatural, le preguntó qué había sentido al estar tan cerca de la muerte.

Hoy, a sus 72 años y con una energía contagiosa, doña Marisín reflexiona sobre esta experiencia que le hizo ver y vivir la vida de otra forma. Nos dice que a partir de ese día realizó que era mortal y que podía morir joven. Por eso, se propuso vivir a plenitud cada minuto que tuviera en sus manos. Haciendo honor a esta promesa, su perseverancia innata se fortaleció para enriquecer una carrera y una docencia médica que acabó a los 63 años, y para brindar apoyo total a la Cruzada Civilista, aun en los momentos más riesgosos.

«Me di cuenta que no valía la pena mortificarse tanto y me volví un tanto filosófica, siguiendo la línea del pensamiento: si tienes un problema y tiene solución, ¿para qué te preocupas? Y si no tiene solución, ¿para qué te preocupas? Luego de casi morir, me apegué mucho más a la vida, siendo más positiva que antes, proponiéndome cosas que a veces la gente no entendía. Y es que nunca descanso, pues todavía tengo mucho por hacer y mucho que ver».

Dr. Juan Francisco de la Guardia
«Uno está en esta vida para hacer algo, y hacerlo bien».
Corría el año de 1977 y a Juan Francisco, de 22 años, sólo le faltaba un semestre para graduarse de médico. Regresaba, en carro, de pasar vacaciones en Guatemala, en compañía de un primo. Luego de cruzar la frontera entre Nicaragua y Costa Rica, la llanta delantera izquierda explotó y su auto chocó de frente contra un camión que venía en dirección opuesta. Su primo murió al instante y Juan Francisco quedó en coma por cuarenta días. Nadie sabía si despertaría, menos aún cómo estaría al hacerlo. En ese lapso, sufrió cuatro paros cardíacos, cinco paros pulmonares, tuvo diabetes insípida, convulsionó y tuvo innumerables daños, incluyendo la fractura de seis costillas que todavía permanecen mal alineadas. Al despertar, tenía limitaciones serias: el lado derecho del cuerpo estaba paralizado y tuvo que aprender a caminar, escribir y hablar de nuevo.

La experiencia de estar al borde de la muerte le hizo comprender que la vida era pasajera y que Dios le había dado otra oportunidad. Por eso, se impuso vencer todos los obstáculos de una ardua rehabilitación y, gracias a su perseverancia, a los seis meses logró regresar a la universidad.

Los años pasaron y premiaron su actitud: se realizó profesionalmente como otorrinolaringólogo, cuya asociación hoy preside. En lo personal, formó una hermosa familia y, en 1994, recibió la Orden «Manuel Amador Guerrero», en Grado de Gran Oficial, por su desempeño como presidente del Cuerpo de Delegados del Tribunal Electoral. Entonces ocurrió lo inimaginable: a los 43 años, nuevamente estuvo a punto de morir. Fue en 1998, cuando se sometió a un CAT (tomografía axial computarizada) para diagnosticar las causas de ciertas molestias en el pecho. Como parte de la prueba, había que inyectar yodo en el cuerpo, lo que en Juan Francisco produjo una reacción alérgica severa que ocasionó un choque anafiláctico, del cual pocas personas se salvan.

En esa ocasión, Juan Francisco quedó inconsciente y experimentó algo que nunca había sentido. «Sentí que caminaba inmensamente feliz hacia personas que nunca logré reconocer, pero a medida que me acercaba a ellas mi felicidad aumentaba. Era una sensación maravillosa de una paz que jamás había sentido. De repente, todo se explicaba por sí solo. Me recriminaba por haberme puesto bravo y por haberme preocupado por tantas tonterías. Entonces sentí que me estaban tratando de despertar, y disgustado ansiaba que me dejaran, porque estaba feliz».

A partir de ese momento, su vida fue otra. Haber vivido esa experiencia le confirmó que hay un más allá y que nos están esperando. Fue una vivencia que lo marcó y lo hizo cambiar su escala de prioridades, cuestionar su existencia y tomar todo con más calma. «Además de convertirme en una persona mucho más humilde, me llevó a analizar: ¿Para qué me pones estas cosas en mi camino? ¿Para qué me das más tiempo? ¿Qué esperas de mí? Y desde entonces me he entregado mucho más a Dios, buscándolo en las cosas pequeñas y dedicándome mucho más a mi familia».

Martha Cucalón de Guerra
«Le toqué la puerta y me dijo que todavía tenía que hacer algo abajo».
Dos días después de haber cumplido 35 años, el 27 de noviembre de 1993, Martha se sometió a una operación para separar ciertas adherencias entre sus ovarios e intestinos. Como cualquier tratamiento quirúrgico, existían riesgos, pero nunca considerados mortales. Ya en su habitación, al caminar Martha sintió gases incómodos, que poco a poco se convirtieron en dolores abdominales insoportables. Le administraron medicamentos para el dolor y así pasó las siguientes 72 horas. Lo que ni Martha ni los doctores sabían era que, a pocas horas de salir de la operación, se le habían perforado los intestinos en un lugar que suponen quedó demasiado débil.

Desde ese momento, el estado de salud de Martha empeoró considerablemente. Estuvo 19 días en cuidados intensivos, quince de ellos inconsciente. Le hicieron dos operaciones para lavar sus intestinos y aminorar la septicemia que le invadía el cuerpo. Por su débil situación, en cuidados intensivos adquirió otra bacteria. «Me combatían una, y salía otra», nos cuenta. Aparte, en un procedimiento se le perforó uno de los pulmones y fue conectada a un respirador artificial. La trataron veintidós médicos distintos. En una de las crisis, sus familiares fueron informados que quizás no pasaría la noche y su hermana viajó del exterior para despedirse de ella.

Pero a Martha no le tocaba partir. Menos de un mes después de la operación original, logró salir de cuidados intensivos. Tenía tantos deseos de vivir, que no vaciló en fijarse difíciles metas de recuperación y olvidar los dolores, cicatrices e incomodidades de los tratamientos. El 23 de enero de 1994 logró salir del hospital, y, después de poco más de un mes, estaba de vuelta en su trabajo. Sin embargo, su vida cambió significativamente a raíz de esta experiencia. Meses después logró tener esa niña que ella y su esposo habían anhelado por más de diez años. Se volvió una persona más apegada a Dios y le agradece esa misión que puso en su vida: criar a su hija. «La vida toma otro valor», nos dice, «aunque no tengo la misma fuerza física que antes y sufriré de problemas digestivos por el resto de mis días, soy feliz, muy feliz».

Alfredo (Fello) de la Guardia D.
«Vi a mi ángel y era una belleza».
Tenía 56 años y era un hombre bastante saludable. Caminaba regularmente y llevaba una vida tranquila. Pero cuando las emergencias llegan, lo hacen sin avisar, aunque se trate de algo tan común como un catarro mal cuidado, y eso fue lo que le pasó a Fello. En menos de lo que imaginó, y principalmente debido a que se autorrecetó y no le dio a su cuerpo oportunidad para recuperarse, el catarro se convirtió en una «leve» pulmonía. Ingresó en el hospital esperando salir en tres días, pero su estadía se extendió a casi un mes. Aparte de estar diez días en cuidados intensivos, desarrolló septicemia, sufrió un paro cardíaco, tuvo un paro renal y los pulmones inhabilitados. Los doctores esperaban lo peor y alertaron a la familia que un transplante de corazón quizás sería necesario. Su hijo viajó del exterior para poder verlo antes de morir.

«Luego de ingresar al hospital, como estaba débil me infecté con una bacteria tan fuerte que en dos días me dejó en cuidados intensivos y no había antibiótico capaz de combatirla. Al poco tiempo, me hicieron una punción en los pulmones y eso ayudó», nos cuenta. Fello estuvo al borde de la muerte y, al despertar de su inconsciencia, narró que había visto a su ángel, al cual incesantemente señalaba en una esquina, maravillado. «Allí, en la pared, estaba, con una túnica blanca que tenía un brillo especial. El pelo era largo, de color amarillo intenso, y la cara como de una niña de siete años, pero no la pude distinguir bien. Luego de verla, sentí mucha tranquilidad y paz. Mi esposa después me confesó que ese día le habían estado rezando a los ángeles», nos cuenta.

La experiencia de casi morir dejó en Fello huellas muy profundas. Se siente más católico, más caritativo, y mucho más sensitivo al dolor y las necesidades de los demás. «Dios me quiso dejar aquí más tiempo y, aunque no le temo a la muerte, quiero seguir viviendo. Me encanta compartir con mis hijos, ver, mientras vivo, que son felices y ayudarles en lo que pueda. Definitivamente creo que hay un ser divino que nos protege y que a algunos, como a mí, nos da otra oportunidad».

Son historias impresionantes, de gente común y corriente que un día, por circunstancias inesperadas, vuelven a vivir. Pero lo más increíble es que todos ellos, sin excepción, regresan fortalecidos y enriquecidos espiritualmente, con enseñanzas divinas que los llevan a vivir cada día con más humildad, con más deseos de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida junto a sus seres queridos y con más ímpetu para realizarse como individuos a través de la ayuda a los demás. Dios les dio otra oportunidad y ellos la han sabido aprovechar siendo mejores personas… y, quién sabe, si parte de su misión sea que los demás comprendamos la importancia del mensaje, que se han dado la tarea de transmitir desde que «volvieron a nacer».

Fotos: Ariel Atencio.

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