China y su nueva generación

Lorena Valencia de Sosa |

25 septiembre, 2011

El futuro de China toma un nuevo rumbo ante los ojos de su juventud. Un relato sincero nos expone la realidad de esta nueva potencia, a través de la perspectiva de la nueva generación de estudiantes chinos.

La nueva generación de esta potencia asiática está siendo criada con una visión global y expectativas muy elevadas que le son inculcadas desde pequeños.

“¡Te destruyo a ti y a toda tu compañía! ¡Yo soy una persona de mucho poder en el gobierno y tengo las conexiones necesarias para cerrar tu compañía!”. Esto no es una cita del implacable inversionista neoyorquino Gordon Gekko, el personaje principal de la película “Wall Street,” sino el papá de una de mis estudiantes, expresándome su deseo de que su hija sea aceptada en una de las mejores 20 universidades de Estados Unidos.

Aunque no se puede generalizar la actitud de toda una población basándose en un comentario individual, lo cierto es que eventos como éste ocurren a diario en mi trabajo como “college counselor” o asesora educativa en una compañía privada de educación, cuya sede es Shanghái, donde vivo actualmente con mi esposo. Los padres de mis estudiantes hacen lo que sea necesario para que sus hijos o hijas puedan ser aceptados en la mejor universidad posible en los Estados Unidos, donde pueden escoger qué carrera estudiarán.

Aunque mi vida diaria en China parezca común y corriente, representa un microcosmo de las relaciones de esta nación con el resto del mundo. Al igual que los padres de mis estudiantes, el pueblo chino está preparado para trabajar incansablemente con el fin de convertirse en primera potencia mundial. China está en un momento en el que todo es posible, no hay límites. El país entero está motivado a alcanzar la excelencia y se están movilizando de manera efectiva y rápida para lograrlo.

Los niños deben ingresar a un buen kínder para tener más posibilidades de éxito en el futuro. Los limitados cupos ocasionan una gran presión en los pequeños de cinco años.

Y es que el grado de competencia y exigencia existente en este país asiático es inverosímil. Desde que nacen, los niños son presionados para entrar a un buen kínder, cuyos limitados cupos exigen un examen olímpico de matemáticas y piano que certifica que el pequeño de cinco años es talentoso en esas áreas. La asistencia a un kínder superior puede facilitar la entrada a una escuela primaria de primera y, luego, a una secundaria de igual categoría, lo que permitiría obtener excelentes puntuaciones en el examen final del último año. Los resultados de este examen determinan qué carrera estudiará el joven chino: si sus puntajes son bajos, probablemente será un mecánico; pero si son superiores, él o ella estudiarán nanotecnología.

En busca de una superación académica completa, a diario recibo en mi oficina a padres y madres que llegan junto a su hijo o hija. Las mamás, conocidas como “tiger moms” en el mundo occidental –o mamás extremadamente estrictas–, son las más activas en el futuro educacional de sus hijos. Usualmente, durante mis reuniones con los padres empezamos discutiendo las calificaciones escolares de sus hijos, así como los resultados de SAT, SAT II y TOEFL. En cuanto al SAT, la mayoría obtiene un puntaje perfecto en la sección de matemáticas. Debido al alto nivel de matemática impartido en las escuelas, mis estudiantes se burlan del componente de matemática del SAT diciendo que está diseñado para estudiantes de primer año de secundaria. Como el vocabulario en inglés de la mayoría de mis estudiantes no es bueno, ellos se memorizan alrededor de 10,000 palabras durante seis meses para así poder garantizar un puntaje alto. Para esto, durante el verano llegan religiosamente a nuestras oficinas todos los días (incluyendo fines de semana) a las 8:00 a.m. y sus padres los recogen a las 5:00 p.m. A esa edad, no creo que hubiera podido tener esa disciplina y, ciertamente, al menos hubiese necesitado el fin de semana para descansar.

Este esfuerzo sobre normal por parte de los estudiantes es reflejado en la población general que, al igual que los estudiantes, no para de trabajar. Cuando mi esposo y yo nos mudamos a China celebraban sus fiestas patrias. El ciudadano promedio solo tiene aproximadamente cinco días libres al año, más los feriados. Tomando esto en cuenta (y comparándolo con Panamá), estábamos anonadados cuando, durante la vacación nacional más importante de China, todos los negocios seguían abiertos. En mi compañía, las vacaciones y días feriados son los más ocupados. Creo que esto deja mucho que decir y especular sobre China. Son un gigante enorme que se ha despertado y ha decidido no parar hasta lograr su cometido. ¿Cómo no lo va a hacer si básicamente tiene a 1,400 millones de personas trabajando hacia el mismo objetivo?

Volvamos a mis estudiantes. La siguiente etapa de la aplicación para las universidades es escogerlas. Los padres esperan que, independientemente de los puntajes y notas, sus hijos vayan a un “Ivy League”. Les explico que, aunque se tenga puntajes altos, es muy difícil ser aceptado ya que la mayoría de sus competidores directos, otros aplicantes chinos, también tienen puntajes elevados. Lo que los diferencia son sus actividades extracurriculares, pero la mayoría de ellos se han concentrado en estudiar o en haber aprendido a tocar un instrumento musical cuando eran pequeños. En el sistema educativo chino, los estudiantes van a la escuela hasta las 5:00 p.m. Al terminar, muchos reciben clases especializadas en matemáticas o inglés, para después llegar a sus casas a cenar y hacer tareas. Los sábados, los estudiantes de secundaria deben asistir a la escuela. Por ende, el único día de asueto es el domingo. Consecuentemente, es muy difícil involucrarse en actividades después de la escuela.

En el sistema educativo chino, los estudiantes casi no tienen tiempo libre. Según Lorena Valencia de Sosa, a quien vemos con estudiantes de la Escuela Secundaria Jinling, en Nanjing, fundada hace 100 años y conocida por ser la cuna de la élite china, hay un enorme nivel de competencia entre los jóvenes chinos.

Cuando les digo a los padres que es muy importante que ellos tengan intereses aparte de sus notas, por muy estereotípico que pueda ser, ellos no entienden por qué. Para ellos, las notas son todo y no comprenden por qué las universidades de Estados Unidos quisieran aceptar a alguien con notas más bajas, pero que haya podido participar en actividades muy interesantes y probablemente benéficas para su comunidad. Igual me pasa cuando llegamos al tema de las cartas de recomendación pues no comprenden que es incorrecto que yo, como asesora educativa pagada por ellos, escriba una carta a la universidad que debe ser hecha por un consejero o profesor de su escuela. Los padres ven esto como una parte necesaria en la aplicación, que aunque sea mentira, va a ayudar a que su hijo sea aceptado.

A mi parecer, esta actitud la mantienen en varios aspectos de su vida. En sus negocios, por ejemplo, no entienden por qué, además de pagarle un sueldo a un empleado, deban darle otros beneficios. En el caso de muchas fábricas en China, los trabajadores duermen en dormitorios pequeños e insalubres dentro de las fábricas. Debido al aumento en el índice de suicidios, los dueños de fábricas han tenido que construir parques, gimnasios y otros lugares de recreo para mejorar la calidad de vida de sus empleados.

Pero antes de juzgar esta búsqueda frenética e insaciable del éxito por parte de la población china, es importante entender su historia. Durante la “Gran Hambruna China” de 1960, donde hubo alrededor de 27 millones de muertos, si no llegabas de primero en la fila para recibir arroz, no comías y te morías. Hechos históricos como el “Gran Salto Adelante”, de 1950, y la Revolución Cultural, a partir de 1966, todavía tienen un gran impacto en las acciones de los ciudadanos chinos.

Los jóvenes son completamente diferentes a la generación de sus padres y abuelos. Les ha tocado vivir en un país distinto, con un marcado consumismo y nuevas reglas.

Cuando hablo con mis estudiantes sobre mi frustración ante este fenómeno de lograr el éxito a toda costa, me aseguran que poco a poco la situación ha cambiado. Ellos son completamente diferentes a la generación de sus padres y entienden que hay maneras diferentes y a veces mejores de lograr resultados, se atreven a criticar las políticas gubernamentales en privado, hablan de filantropía y quieren estudiar en el extranjero para mejorar su país al regresar. Sobre todo, por la gran explosión económica que China ha experimentado en los últimos años, les ha tocado vivir en un país totalmente diferente al de sus padres y abuelos ya que nacieron en un tiempo en el que, pese a la rigidez del sistema comunista, han podido experimentar un sentimiento individualista, soñar con un mejor futuro y establecer nuevos parámetros.

En general, el ciudadano común chino tiene más ingresos ahora que lo que jamás había tenido. Con alrededor de un millón de nuevos millonarios cada año, las marcas extranjeras, que hace 15 años los chinos no sabían que existían, se han posicionado fuertemente y la población se ha nivelado con el resto del mundo en diversos aspectos como moda, gustos, cultura y tecnología: se mantienen al tanto de las noticias, películas y revistas extranjeras, y absorben como niños lo que encuentran a su alrededor, lo que incluye las nuevas tecnologías como QQ, la versión china de MSN o del Gmail chat, que le permite a la nueva generación el intercambio expedito de ideas.

Aunque no estoy de acuerdo con el hecho de que en China los límites son excedidos, considero importante reflexionar sobre las enseñanzas que podemos obtener de este fenómeno: padres que están dispuestos a migrar a ciudades lejanas, vivir en un cuarto de 15m2 cerca de su trabajo para así poder trabajar siete días a la semana hasta las 12 medianoche y visitar a su familia una vez al año, todo con el objetivo de recibir un mejor salario y que sus hijos y nietos tengan una mejor educación que ellos. China es un país que, estando a la par de Estados Unidos y Europa en el aspecto tecnológico y económico, a toda costa quiere ser mejor, tome lo que tome, y para eso se está preparando a través de la educación.

La nueva generación, que día a día se prepara para superarse, seguirá desarrollándose e involucrándose directamente en su futuro. Aquí vemos a la autora con un grupo de jóvenes que, por su talento, fueron escogidos para participar en una conferencia nacional de Naciones Unidas en la Universidad de Pekín, la más prestigiosa en China.

 

Una cosa es segura: la nueva generación, esa que me llega a visitar y que sigue mis instrucciones al pie de la letra para competir con el resto de los jóvenes del mundo por un disputado puesto en las mejores universidades norteamericanas, seguirá desarrollándose y adquiriendo nuevos gustos, empezará a cuestionar el sistema educativo, sus profesiones y sus vidas en general. Ya lo han empezado a hacer.

 

Lorena Valencia de Sosa es graduada de las universidades de Georgetown y Columbia. Vive en Shanghái, China.

Fotos:
Página 68: © Martin Puddy / Corbis
Página 70: © Randy Faris / Corbis
Páginas 72 y 76: Cortesía de la autora
Página 74: © Asiaselects / Corbis

 

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