Cuando se trabaja con orgullo

Lil María Herrera C. |

22 marzo, 2006

¿Se ha puesto a pensar cómo es la rutina de aquellas mujeres policías que a diario nos dirigen al trabajo? ¿O de aquel paletero cuya campana sonando alegra a más de cuatro? ¿Y qué de aquel recogedor de basura que tiene que subir y bajar del camión una veintena de veces? He aquí sus historias.

El esfuerzo del panameño trabajador es digno de admirar. Conocer hombres y mujeres que a diario salen de sus hogares a dar lo mejor de sí para desempeñar un papel útil en la sociedad da gusto, más aún cuando se desempeñan en labores que requieren ciertas “destrezas” especiales: estar de pie y caminando todo el día, bajo un sol rajatabla o un aguacero torrencial, en contacto directo con la población en general.

Estos protagonistas del día a día, con los cuales muchos de nosotros nos encontramos al salir a la calle, son personas que por su espíritu tenaz y emprendedor nos demuestran que cualquier trabajo, por más difícil que parezca, puede ser reconfortante y honorable. Manuel Orozco, Licky Briz y Pedro Juan González son tres ejemplos de tantos otros que, como ellos, pasan muchas veces inadvertidos. Su trabajo hace la vida de todos los demás más llevadera, organizada y fácil.

Manuel Orozco
La campanita precede sus pasos, así como los sabores de fruta congelada que él ofrece. Con el humor a flor de piel y a sus 67 años de edad, Manuel Orozco aún trabaja arduamente para mantener a una familia de siete personas, incluyendo nietos. Vive en Nuevo Amanecer, Alcaldedíaz, y labora en la empresa La Italiana hace más de 28 años, desde la época en que las paletas de frutas costaban 15 centavos.

Su ruta es la de Juan Díaz: Pedregal, Ciudad Radial, Chorrillito, Santa Inés, Guayacanes, Marcasa, Romeral… la misma desde hace 28 años. Cada mañana sale a la calle con unas 200 paletas en su carrito refrigerado, de las cuales las que más vende son las de coco, limón, fresa, nuez y chocolate.

Su faena empieza a las 10 a.m. y termina alrededor de las 7 p.m. Trabaja de martes a domingo, camina y camina sin descansar, y “el día que me quedo en casa, me siento mal”, nos comenta orgulloso. Se considera discreto, no tiene vicios de ninguna clase y no se mete con nadie. Este señor, al que todos en el barrio conocen, tiene una clientela muy leal: “el día que no voy, al día siguiente me dicen: oiga tío, ¿qué le pasó ayer?”. Otros le dicen: “usted aquí se mete a legislador y sí que saca votos”.

Pero la popularidad no es lo más importante para Orozco. Salir de su casa aseado y bien presentable es esencial. Su uniforme consta de gorra y camiseta anaranjados, y va “bien limpiecito”, porque “el que está sucio, en la calle no camina”.

“Limón para la presión, piña para la niña, coco pa’ los locos”, así va ofreciendo sus paletas a toda voz este señor que todavía se siente lleno de condiciones y cuyo lema es no andar bravo. “Cuando me preguntan digo que para qué ponerse bravo… a mal tiempo, buena cara”. Y detrás de esa sonrisa afable encontramos un panameño que disfruta lo que hace y logra que los demás también lo hagan. “Hay viejo pa´ rato”, nos dice, con una carcajada de pura satisfacción.

Licky Briz
La subteniente de Policía Licky Briz vive con su madre y su hermana. Nació en La Chorrera. Nunca conoció a su padre biológico y su mamá era madre soltera de 7 niños, incluyéndola. “Había que trabajar muy fuerte y estudiar para salir adelante”. Por ello, cuando la subteniente Briz cuenta que incluso llegó a recoger latas para ayudar en el sustento de su hogar, lo dice con emoción.

Briz se interesó por la carrera de policía desde antes de los 18 años, edad en que se permite empezar dicha profesión, probablemente porque ya tenía dos hermanos policías, uno que es oficial y el otro cabo. En 1997 logró entrar a la Policía a través de un curso becario para oficiales extranjeros al que aplicó. Así, estudió en Venezuela durante cuatro años obteniendo, aparte del rango como oficial de policía, la carrera de Ciencias Policiales, Mención, Seguridad y Orden Público.

Briz ha laborado como policía operativamente, en la Policía de Frontera, en el área de San Felipe y ahora en la Policía de Tránsito. Para ella, “todas las áreas de la Policía son bonitas, la cuestión es querer el trabajo y gustarte lo que haces. Entonces yo no veo excusa de los jóvenes para decir no hay trabajo. Sí hay trabajo y siempre la Academia de Policía los necesita”.

Actualmente, como subteniente de tránsito es bastante la responsabilidad que tiene, con sus compañeros bajo su mando, con sus superiores, con las personas que están detrás del volante, con los peatones. “Trato de mediar en lo que puedo, de que no se formen esos tranques que verdaderamente molestan a la ciudadanía, trato de que las personas, sobre todo los conductores, tomen conciencia sobre lo que es ir detrás del volante. Más que ponerles una boleta les aconsejo. Yo creo que es mejor, es mucho mejor”, afirma Briz, quien sin lugar a dudas tiene una vocación magisterial muy clara.

Un día en la rutina diaria de la subteniente Briz es bastante agitado: “Me levanto prácticamente antes de las 3 de la mañana, para estar en la sede de la Policía temprano, porque si usted llega después de las 4:30 a.m. ya está tarde. La entrada es a las 4:30 a.m. para estar en la vía prácticamente hasta las 8:00 p.m. Son más de ocho horas, pero nosotros trabajamos un día sí un día no, un fin de semana libre, otro no, así que sí se trabaja, pero también se descansa”, nos comenta.

Este año será ascendida al rango de teniente. Quisiera seguir estudiando, otra carrera, pero mantenerse dentro de la Policía, específicamente especializarse en Perito de Tránsito. “Yo tengo muchas aspiraciones: quiero ser explosivista, tomar un curso de francotirador, especializarme en la rama de la balística, en fin, todas carreras afines”.

Para Briz la prudencia es lo más importante a la hora de mejorar la calidad del tránsito de automóviles, tanto de parte de los oficiales como de los conductores. Así nos despedimos, dejándola en plena faena con su silbato presto a poner orden en la vía.

Pedro Juan González
Veintitrés años recolectando basura han servido a Pedro Juan González para educar a sus hijos: uno es técnico en electrónica, otro en refrigeración y el tercero aspira a trabajar en algún barco mercante.

González trabaja en la DIMAUD desde enero de 1983. Antes trabajaba en el mar, en barcos bolicheros hasta que un tío, mecánico de profesión, le consiguió trabajo en la DIMA. Desde hace tres años su ruta es la de Pedregal, desde las 5:30 a.m. hasta las 2:00 p.m. Tiene dos días libres a la semana.

Considera su trabajo bastante peligroso porque tiene que evitar los carros para que no lo atropellen. Además, están los malos olores que por su trabajo tiene que soportar durante las 8 horas de labor en el carro recolector de la basura.

En cuanto a su relación con la comunidad nos comenta: “Usted sabe que en este mundo hay toda clase de gente. Hay quienes nos tratan bien, otros nos critican y así. Nosotros hacemos buena labor, pero siempre hay alguien que no está conforme con algo. Lo bueno es que en Pedregal la mayoría de la gente se lleva bien con nosotros. Saben que nuestro trabajo es duro, porque nosotros tenemos que estar llueva, dándole, sol, dándole, todos mojados y a veces se nos seca la ropa encima y seguimos trabajando. Así, la gente nos ve y dice esta gente sí trabaja”.

Todas las mañanas González le pide a Dios que lleve el control del carro recolector y que cubra a sus compañeros. Una recomendación para la población es que acomoden bien su basura. “Deben amarrar bien las bolsas y cuando viene el carro sacar la basura a tiempo, así podemos hacer la labor más eficiente”.

González y sus compañeros reciclan latas y con ello se hacen un ingreso extra cada día. En algunas casas le tienen las latas y botellas guardadas aparte, lo que les ahorra el tener que rebuscar entre las bolsas. “Yo quisiera ser pronto supervisor”, nos comenta esperanzado, pero aún así no cede en su tenacidad y cada día se levanta con aplomo a trabajar.

Definitivamente, ser paletero, policía o recogedor de basura no es tarea fácil o, mejor dicho, no es un trabajo con el que cualquiera se podría compenetrar, ya que su rutina diaria involucra lo que muchos a diario evitamos: estar bajo el sol o la lluvia, luchando contra el tráfico y evitando los malos olores. Sin embargo, en el caso de Manuel Orozco, Licky Briz y Pedro Juan González estos trabajos son su vida y su orgullo, lo que les proporciona el sustento para sus familias y una labor que, día tras día, realizan con gran energía y optimismo en beneficio de la comunidad en general.

Fotos: Ariel Atencio

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