Del dicho al hecho…

Esther M. Arjona |

2 septiembre, 2017

Hay una historia detrás de cada dicho o refrán. Si juntamos varias, el cuento se hará más agradable mientras se desenmaraña su procedencia.

¿Qué dichos tiene nuestro idioma? Los hemos repetido por siglos y al día de hoy no sabemos de dónde salieron ni qué significan. Y es que algunos de ellos pertenecen a momentos históricos en que la vida era muy distinta.

Por ejemplo, hace varios siglos atrás el azul era el color más costoso. Si no, que lo dijera un pintor que para dar vida a un celaje en su obra debía invertir bastante, porque esa tonalidad solo se conseguía a partir del lapislázuli. Por eso decimos que el que quiere azul celeste, que le cueste.

Y a veces, cuesta un ojo de la cara. Eso fue lo que le costó a don Diego de Almagro su incursión en América en busca de nuevas tierras para la Corona española. Así se lo hizo saber a Carlos I y lo hizo con tal sentimiento, que la frase se tornaría lapidaria.

Claro, la cosa tampoco está para gastar pólvora en gallinazo. Imagínense, perder recursos en algo que no vale la pena… ¡qué va! Todos queremos que nuestras inversiones rindan. Por eso nos volvemos quisquillosos con aquello que nos ha costado dinero o esfuerzo. Por ejemplo, si va a comprar un caballo usted lo revisaría de pies a cabeza. Sobre todo, la dentadura, crucial para determinar la edad y salud del ejemplar. Pero lo regalado no cuesta y sería injusto encontrarle peros a un obsequio, por eso a caballo regalado, no se le mira el diente. Por eso, a caballo regalado, no se le mira el diente.

Ahora, si uno se gana la lotería, mejor todavía. Imagínese que los ganadores de los primeros sorteos al saberse dueños así de golpe, de una fortuna, se volvieran como locos y rompieran todos los muebles. Total, podrían hacerse de todo el mobiliario nuevo. No resultaría extraño que ellos tiraran la casa por la ventana.

El problema es que uno no tiene esa suerte tan seguida. Eso ocurre cada muerte de obispo… Si no, piense usted, ¿cuántas veces en su vida ha escuchado el anuncio “habemus papam”? Generalmente, uno no escucha el anuncio del nuevo papa si el anterior no ha fallecido, excepto con el Papa Francisco. Es automático. Lo mismo ocurre con reyes y presidentes. Por eso se dice que a rey muerto, rey puesto, o de otra manera: “¡El rey ha muerto, viva el rey!,”, porque aunque quien ostente el cargo ya no esté, la institución continúa.

Armadura

En la Edad Media, Babia, región de la española provincia de León, era lugar de descanso para los reyes. De allí el dicho: El rey está en Babia”, o el equivalente a que alguien se encuentre algo perdido o distraído.

En los reinos siempre habrá monarcas, y también aduladores. En otras épocas, la máxima expresión de admiración y reverencia era besar los pies de esta persona; eso no ocurre en la actualidad,  pero algunos serían capaces de exagerar la nota tanto que estarían dispuestos a chupar las medias de cualquiera.

Por ello, reyes, emperadores y hasta generales debían mantenerse atentos y no dormirse en los laureles. No por haber logrado la gloria o la victoria puede uno darse el lujo de descuidarse. Esas ramas con las que coronaban a los triunfadores no serían garantía de un futuro sin problemas.

Hablando de generales, si ellos veían que uno de sus soldados se dormía en sus laureles, tomaban medidas inmediatamente. La porra, un bastón largo que portaba el tambor mayor del regimiento, servía como referencia para señalar el lugar donde debían retirarse los soldados que eran sancionados. Imagínese cómo le decían: “¡Váyase a la porra!”.

Actualmente, mandan a cualquiera a lugares mucho menos gratos, es cierto. Pero también hay gente que no necesita ser enviada a lugares lejanos. Ellos solitos se van para allá y algunos no quieren regresar.

Volvamos a los monarcas. En la Edad Media, Babia, región de la española provincia de León, era lugar de descanso para los reyes. Pero claro, en el palacio, en más de una ocasión se reclamaba la presencia de su majestad para resolver todo tipo de temas y allí era cuando, muy seguido, la respuesta era: “El rey está en Babia”. El monarca estaba ausente y, lejos, era bastante poco lo que podía resolver. Hoy en día, algunos monarcas no parecen estar en Babia, sino más bien en Bosnia o, ¿en Narnia?

Pero bueno, esa no es razón para andar de capa caída y mucho menos, arrastrando la manta. Total, capítis díminutio, ‒término del derecho romano que significa pérdida parcial de los derechos‒ no es el fin del mundo. Eso debieron tomar en cuenta quienes tenían algún problemita en lugar de estar delatando su estado de ánimo arrastrando su capa públicamente si habían perdido los favores de la corte o si padecían mal de amores.

Por el contrario, hay quienes llevan la procesión por dentro, nada de estar sufriendo ni haciéndose la víctima en público. Eso se deja para el Viernes Santo. Por eso es que cuando uno ve a alguien con el mismo sufrimiento pasada la Pascua… hay gato encerrado. No hablamos de ningún felino. Así se llamaba siglos atrás a la bolsa donde se guardaba el dinero. Los amigos de lo ajeno solían estudiar muy bien si habría ganancia en un robo y de manera misteriosa se reunían para descifrar si había gato o no.

Donde hubo fuego

“Donde hubo fuego, cenizas quedan” es un dicho muy sabio que nos recuerda que todo tiene consecuencias y que un amor difícilmente se olvida.

Había que tener mucho cuidado con estas aventuras, imagínense de ser acusados  del delito, ¿quién pondría las manos en el fuego por ellos? Dudo que alguien realmente quisiera. En la antigüedad, las autoridades obligaban a cualquier acusado de quebrantar la ley o cometer un pecado a poner las manos en el fuego por sí mismo. Dios mismo daría fe de la inocencia del imputado evitando que tuviese quemaduras graves o alguna complicación en su curación,  pero la verdad, no hay fuego que no queme.

Y no hay fuego del que no queden cenizas, es decir, las consecuencias de los hechos se ven, los resultados permanecen. En otras palabras, la materia no desaparece, se transforma.

Por eso los viejos amores de su pareja son la principal preocupación de hombres y mujeres celosos. No es nada gracioso que a uno le vayan a poner los cuernos. ¿Acaso uno es como el buey, que aun con una cornamenta filosa obedece sumisamente la orden de su amo? Pues no. Hay que darse a respetar y no aceptar engaños.Hay quienes se batirían a duelo para recuperar el honor mancillado. Total, es mejor morder el polvo en el campo del honor a que le vean a uno la cara… Así actuaban los caballeros que se sentían mortalmente heridos. Así se mostraba al amor y respeto a su tierra, mordiendo un puñado de tierra.

Pero manifestaciones como estas son difíciles de encontrar en la actualidad. Es más, si todos pudiéramos tendríamos un chivo expiatorio que cargara con nuestras culpas y, sobre todo, nuestros castigos. Así celebraban los antiguos judíos el día de la expiación. A un macho cabrío se le imputaban todos los pecados del pueblo hebreo. Los príncipes y otras figuras de la realeza ya no tenían un animal dispuesto para el castigo, pero otra persona, usualmente amiga del futuro monarca cargaría con él. Imagínense ¿cómo iban a pegarle al rey si hacía una travesura? Tendría que faltarle un tornillo a quien se le ocurriese eso. Sí, los tornillos aparecieron tiempo después, con la revolución industrial. Tal vez en ese momento nadie sabía exactamente cómo funcionaban, pero sí sabían que la falta de una pequeña pieza podría hacer que las cosas no funcionaran como debían.

Nada estaba garantizado. Cada nuevo invento era una gran apuesta; sin embargo, muchos estuvieron dispuestos a meterse en camisa de once varas para demostrar que su proyecto tendría futuro. Sobre las camisas, no estamos hablando de moda. Siglos atrás las conquistas militares se hacían escalando las murallas de los fuertes o castillos. Estas se llamaban camisas y su altura, se medía en varas. Escalar una de once varas, muy alta, era un proyecto muy difícil de lograr.

Falta tornillos

Si a alguien le falta un tornillo es porque algo no funciona como debería, tal como sucedería con una máquina sin esta preciada pieza.

Para el tiempo de la revolución industrial se inventó la máquina de vapor y los oficios de los marinos cambiaron completamente. Anteriormente, no se requería ni siquiera que ellos supieran nadar. Por ello, una orden para que todos se raparan la cabeza, por cuestiones de higiene, no prosperó. Más de uno en medio de un naufragio se salvó por un pelo

Frente a esta realidad, muchos decidieron poner las barbas en remojo, y aprendieron, al menos a flotar y, por supuesto, dejaron crecer sus melenas. Hay que aclarar que en lugar de barbas se trata de bardas y cuando vea las de su vecino arder, pues remoje las suyas, no vaya a ser que por no tomar precauciones le ocurra lo mismo a usted.

Y así como se le recomienda remojar las bardas, no se vaya a poner a sembrar cizaña, no porque pueda dañar la cosecha de sus granos con una planta dañina, como lo estableció Jesús en una de sus parábolas, sino porque la labor de poner a unos contra otros les generará el rechazo de los demás. La actitud del cizañoso no es más que un talón de Aquiles para el logro de cualquier meta, y no es que le dificulte caminar o correr, se trata de una simple desventaja que le hará mella en su desarrollo personal.

Esto de los dichos puede tornarse un poco complicado. A uno le hablan de una cosa y realmente se están refiriendo a otra. Es como si le quisieran meter a uno gato por liebre o, como diríamos en buen panameño, borriguero por iguana.

El problema de los gatos no se quedó en las hospederías de reputación dudosa de otros siglos donde muy probablemente servían a los comensales gato, en lugar de liebre o cabrito. En pleno siglo XXI hay que estar pendientes de los operativos del Ministerio de Salud, no vaya a ser que en ese restaurantito que tanto le gusta le estén sirviendo gato por pollo. No deje de estar pendiente, porque camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.

Este artículo fue publicado originalmente en la edición de noviembre de 2014.

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