Escocia mira hacia el futuro
En tiempos de cambios para el Reino Unido y Europa, Escocia se descubre como una nación con una vasta riqueza natural, histórica y cultural.
El 18 de septiembre de 2014, salí de casa un poco después de cenar y caminé hasta mi centro de votación. De camino, todavía me costaba creer que el gobierno escocés me permitiera ser parte de un acontecimiento tan importante como lo es un referéndum en el que se juega el futuro de todo un país, simplemente por el hecho de vivir en la nación que aspira a independizarse.
Permítanme explicarme: no soy escocesa y mucho menos británica. Me crié en Panamá y vivo en el Reino Unido porque mi nacionalidad española me otorga el privilegio de moverme con libertad dentro de la Unión Europea (UE). A Escocia llegué hace tres años y tengo que confesar que fue amor a primera vista. La amabilidad y la hospitalidad de los escoceses me resultaron vivificantes, y el paisaje natural tan cautivador como desconcertante. Con sus inmensos páramos despoblados, sus más de 700 islas, sus senderos desafiantes, sus montañas melancólicas y sus impresionantes acantilados costeros, Escocia posee uno de los mayores reductos naturales de Europa occidental. Y si a ello agregamos las edificaciones –desde granjas abandonadas hasta señoriales fortalezas–, que las ocupaciones humanas han ido dejando con el paso del tiempo, entonces el hechizo es total.
Aquel día de septiembre, Escocia decidió quedarse en el Reino Unido. Aunque regidos por un gobierno nacionalista y proeuropeo, los escoceses –y los que no lo somos– pensamos que lo mejor para todos era mantener los lazos con Londres. No importó que un año antes el primer ministro británico hubiera prometido a su vez un referéndum para sondear la posibilidad de que el Reino Unido dejase de ser miembro de la UE. Y no importó quizás porque entonces nadie creía que el resultado fuera a ser el que luego resultó ser.

Partidarios de la independencia de Escocia del Reino Unido portan la bandera nacional por las calles de Edimburgo durante una manifestación celebrada antes del referéndum de septiembre de 2014.
El 23 de junio de 2016, en la consulta nacional sobre si el Reino Unido debía seguir siendo miembro de la UE, la mayoría de los votantes decidió que había llegado el momento de abandonarla. Escocia, sin embargo, se mantuvo fiel a sus inclinaciones con un 62% de los escoceses a favor de quedarse en Europa. Y con el Brexit (vocablo que nace de las palabras en inglés Britain y exit y que abrevia el concepto de la salida del Reino Unido de la UE) en el horizonte cercano, el gobierno nacionalista escocés volvió a plantear la posibilidad de convertir a Escocia en un país independiente, libre de mantener o reanudar los lazos con la UE.
¿Lo lograría en un segundo intento? ¿Qué tiene Escocia que inspira tanta confianza en los independentistas? ¿Qué ofrece a sus habitantes y al resto del mundo este pueblo que nació libre y con su propia idiosincrasia? En resumen, bastante más que tartanes, gaitas y kilts.
A sangre y fuego

El área peatonal de la calle Buchanan, en Glasgow, es una muestra de la reciente modernización de la ciudad escocesa: antiguo paso vehicular, es hoy un popular centro dedicado al comercio y la moda.
Adherida políticamente a Inglaterra tras el Tratado de la Unión de 1707 –que disolvió el Parlamento escocés y centralizó el poder en el Parlamento inglés con sede en Westminster, Londres–, Escocia ha sabido mantener una sólida identidad propia. Con miles de años de historia en su haber (los primeros habitantes de la región llegaron a ella 4000 mil años A. C.), Escocia ofrece su pasado trágico y turbulento como una de sus principales atracciones. Cientos de castillos y palacios narran episodios de dramas personales e intriga política; mientras que valles y montañas guardan el recuerdo de cruentas batallas.
Entrar en la torre noroeste del palacio de Holyrood, en Edimburgo, es poner los pies en la escena del brutal asesinato, en 1566, de David Rizzio, secretario personal de María Estuardo, la más desventurada de todos los monarcas escoceses. Y contemplar las llanuras que se extienden a los pies del castillo de Stirling, en el centro de Escocia, es descubrir los campos de batalla en los que los héroes escoceses William Wallace, en 1297, y Robert Bruce, en 1314, libraron y ganaron sendas contiendas contra los ingleses, reafirmando la soberanía escocesa durante una convulsionada Edad Media.

El faro de Neist Point está ubicado en Skye, que es la más grande de las islas escocesas y uno de los lugares más visitados de Escocia por sus paisajes y sus fabulosas rutas para practicar el senderismo.
La Escocia que quita el aliento hay que buscarla en los imponentes paisajes de las highlands (tierras altas) y de las islas del oeste. Atravesar por carretera el majestuoso valle del Glencoe en un día de niebla y llovizna es una experiencia sobrecogedora; mientras que cruzar a la isla de Skye, la más grande de las islas escocesas, es deleitarse con un paisaje tan variado como espectacular, que mezcla el mar con impresionantes acantilados, y lagos con campos de pastoreo.

Es probable que el castillo de Eilean Donan (isla de Donan), en la entrada del Loch Duich, en las highlands escocesas, haya tenido sus cimientos en una capilla del siglo VI..
Imponentes son también las tranquilas aguas del lago Ness, que se extiende a lo largo de 37 kilómetros y que son el hogar del legendario Nessi. Nadie ha podido probar la existencia del monstruo más famoso de Escocia, pero es particularmente curioso ver cómo la región explota su leyenda con un alegre desparpajo.
Los recursos naturales, son, como su historia, un componente clave de la identidad escocesa y de su desarrollo. Escocia es rica en petróleo y gas natural (la mayor parte de la reserva del Reino Unido localizada mar adentro se encuentra en territorio escocés); mantiene a flote una boyante industria de producción y exportación de whisky (se exportan 34 botellas de licor por segundo, según la Asociación Escocesa de Whisky) y hoy por hoy un tercio de las necesidades energéticas las cubren fuentes de energía renovable (los fuertes vientos hacen de Escocia un lugar ideal para instalar parques eólicos).
Sus dos ciudades principales, Edimburgo y Glasgow, son modernos centros de actividad comercial, en los que se practica la ciencia y se cultivan las artes. En los meses de verano, Edimburgo se convierte en la ciudad de los festivales: la música, el teatro, la ópera, la danza, el cine y la comedia se apropian de los locales y las calles de la capital. Glasgow, por su parte, ha sabido recuperarse de la decadencia que produjo el final de su glorioso periodo industrial, y es hoy una ciudad con un gran espíritu innovador, amante del arte moderno y con una excelente oferta de bares, restaurantes y pubs tradicionales.

Turistas y curiosos se congregan alrededor de un artista callejero en la Royal Mile de Edimburgo con motivo de The Fringe, el festival artístico más grande de Europa y que se celebra cada agosto en la capital escocesa.
Al mal tiempo…
En 1999, Escocia volvió a instalar en Edimburgo su propio parlamento, con autoridad para tomar decisiones en áreas como la sanidad pública, la educación y la actividad de los gobiernos locales. Durante la campaña del referéndum del 2014, y como una forma de aplacar el deseo independentista, Westminster accedió a otorgarle poderes adicionales sobre la recaudación y el manejo de los impuestos.
Pero si bien es cierto que fuera de la UE, y fuera del mercado único europeo, el Reino Unido ya no es el país en el que Escocia decidió quedarse en el 2014, la nación del norte tampoco es la misma que era hace dos años. Actualmente, el precio del barril del petróleo es demasiado bajo como para sostener las esperanzas de un país naciente, y así lo demuestran los números: Escocia pasó de recibir 1,800 millones de libras (2,345 millones de dólares aproximadamente) en impuestos provenientes de la venta de petróleo, a recibir únicamente 60 millones de libras (78 millones de dólares aproximadamente) en el último año.
La caída del precio del petróleo es también culpable, en buena parte, del déficit en las finanzas públicas que arrastra actualmente el Gobierno escocés, lo que para muchos expertos hace imposible pensar en un nuevo intento de independencia. Escocia quiere seguir siendo miembro de la UE y del mercado único, cuando lo cierto es que el principal cliente de sus productos es el resto del Reino Unido: mientras que el 65% de su comercio se tramita con los vecinos del sur, apenas un 15% se lleva a cabo con el resto del continente.

Con su extraño y controversial diseño arquitectónico, el nuevo edificio del parlamento escocés, −ubicado frente al palacio de Holyrood, en Edimburgo− fue inaugurado en 2005 y es el lugar en el que se concentra el poder político de Escocia.
Con todos estos elementos en mente, el Gobierno escocés ha decidido no precipitarse y empezar por sondear un elemento sumamente importante en los nuevos planes de independencia: el ánimo de los escoceses. Para ello, el pasado septiembre, el partido gobernante (Scottish National Party) lanzó una campaña de consultas para saber si, con el Brexit en el horizonte, los votantes que hace dos años eligieron permanecer en el Reino Unido han cambiado de opinión.
Por el momento, no parece que ese sea el caso. Escocia, como el resto del Reino Unido y Europa, vive momentos de incertidumbre sobre su futuro, pero la mayoría de sus habitantes todavía quiere conservar la unión con el resto de las naciones británicas, lo que, para muchos, ya es un primer paso hacia delante.
Sea como sea, Escocia encontrará su nuevo lugar en Europa. Orgullo nacional, sobra. Y si hablamos de carácter a prueba del tiempo y los vendavales, los escoceses tienen para dar y regalar.
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