Hoy felices…. ¿y mañana qué?

Ángela Marulanda |

23 febrero, 2018

No se por qué hoy en día es tan difícil decirle ¡no! a cualquier cosa que pidan los hijos. Supongo que tiene que ver con que nos duele verlos tristes cuando no les damos lo que piden; o que nos mortifica que formen un pleito terrible si no los complacemos; o que queramos que nos amen mucho a pesar de que nos vean poco… Lo cierto del caso es que hoy los padres estamos muy interesados en que nuestros hijos vivan sonrientes.

Lo que me llama la atención es que la mayoría de los padres no fuimos criados así, porque hasta hace un par de generaciones en la niñez solo nos daban lo que necesitábamos y, muy de vez en cuando, algo que queríamos. Como a nuestros papás no les interesaba vernos felices sino formarnos como personas responsables, nos exigían mucho y nos complacían poco. Y por eso desarrollamos la capacidad de esforzarnos para lograr lo que soñábamos y la dicha de valorar lo poco que teníamos.

Sin embargo, actualmente a los hijos se les da todo lo que piden para mantenerlos sonrientes y dichosos. Y por eso, la mayoría de ellos tienen todo lo que se les antoja desde pequeños: reloj (que nosotros recibimos como regalo de Primera Comunión) antes de que siquiera reconozcan los números; habitación privada (que nosotros tuvimos cuando nos casamos) desde los 8 o 10 años. Y, desde que tienen uso de razón, les damos o permitimos que tengan computadora personal, PlayStation, i-Pad, celular, televisor con DVD… ”porque todos los tienen“.

Yo me pregunto: ¿qué pueden ambicionar estos niños? ¿Con qué ánimo se van a esforzar por aprender, por capacitarse para ”ganarse la vida“ si siempre han recibido todo sin tener que hacer nada? ¿Cómo van a valorar lo que tienen si todo les ”cae del cielo“? ¿Cómo aprenderán a responder por sus errores, si nosotros solucionamos todos los problemas en que se meten? Si lo que queremos es darles lo mejor, ¿será que facilitarles y proporcionarles todo lo que quieren es en realidad ”lo mejor“ para ellos?

Lo grave es que al educarlos en esta forma, los niños no solo están disfrutando poco en la niñez sino que pagarán caro en la adultez, porque al tener demasiado no aprecian ni cuidan lo que tienen, no agradecen ni valoran lo que reciben y no están aprendiendo a lidiar con la frustración ni a postergar la gratificación.

Parece que para evitar que nuestros hijos crezcan dominados por los rigores del autoritarismo del pasado, los padres nos dedicamos a facilitarles la vida y los dejamos sin nada por qué luchar y sin la capacidad de responder por sus acciones y omisiones. Y así, a pesar de que tienen miles de cosas y oportunidades, la mayoría no son más entusiastas y responsables, como podría creerse, sino que a menudo son más inconformes y más irresponsables.

Las cualidades que necesitan los hijos para vivir una existencia plena y feliz, como lo son el autocontrol, la generosidad, la bondad, la responsabilidad y la integridad, no son el resultado de vivir en la abundancia sino en la moderación. Es precisamente cuando tenemos que luchar por lo que queremos cuanto más nos esforzamos y valoramos lo que logramos, así como cuando tenemos poco es que más apreciamos y agradecemos lo que recibimos.

De tal manera que criar hijos felices no es cuestión de darles todo lo que se les antoja, sino de amarlos mucho para ponerles límites aunque no les gusten; obligarlos a que colaboren en casa para que el día de mañana lo hagan en sus propios hogares; otorgarles pocos privilegios para que aprecien mucho todo lo que tienen… es decir, tener el valor de darles poco de lo que quieren y de exigirles mucho de lo que deben y necesitan.

Fotos: Getty Images

Este artículo fue publicado originalmente en la edición de septiembre de  2013.

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