Mi vida cambió radicalmente…
De una forma u otra habían llegado hasta allí, luego de haberse repetido una y mil veces que debían cambiar. Pero esta vez no había otro camino, no podían darse el lujo de, nuevamente, fallar en el intento. Esta es su historia, de lo que fueron y de lo que hoy son.
No es fácil desviar el rumbo y empezar de cero, menos aún cuando hacerlo requiere ir en contra de las exigencias de tu propio ser. Tampoco es agradable aceptar, de corazón, que si no haces algo radical podrías estar enterrando no sólo tus sueños, sino los de aquellos que más te necesitan. Cambiar exige determinación, fuerza de voluntad y, en algunos casos, mucho valor.
Las vidas de Eduardo Ameglio y Scott Ford no son casos hipotéticos. Como muchas otras personas, cada uno de ellos sufrió en carne propia el peso de llevar un problema a cuestas. Por años lucharon para eliminar de sus vidas “eso” que los hacía sentir tan mal y que, día tras día, empeoraba. Luego de mucho esfuerzo, perseverancia y apoyo de sus seres queridos, nos cuentan cómo lograron salir adelante y sentirse realmente orgullos de lo que hoy son. El cambio radical que realizaron es un ejemplo de que jamás debemos darnos por vencidos ante los problemas, por más grandes que parezcan. La vida es, en definitiva, lo que hagamos de ella.
Eduardo Ameglio: “Rebajé 175 libras en un año; ahora soy otro”
A los 16 años fue a la primera cita médica para controlar su peso. El problema había empezado. Como cualquier muchacho “sano” hacía deportes, estudiaba y llevaba una rutina normal. Aunque su debilidad era, definitivamente, la comida, para Eduardo Ameglio esos antojos repentinos y constantes no eran preocupantes. Después de todo, siempre lograba convencerse y hasta discutir con los demás que, el suyo, no era un problema de obesidad.
A lo largo de casi 20 años, Eduardo experimentó sin éxito todo tipo de dietas y programas de reducción de peso. La última vez que usó pantalones con cintura tamaño 34 fue en 2do año de secundaria. Durante su último año de universidad ya usaba tamaño 44 y pesaba 250 libras. Su pantalón de boda fue de tamaño 46. En ese entonces ya pesaba 290 libras. Y así, sucesivamente, hasta que, a los 34 años y con una estatura de 1.77 metros, llegó a pesar 355 libras y usar pantalones tamaño 51. En ese momento comprendió que lo que su médico de cabecera le había dicho un año antes: “No vas a pasar de los 50 o 60 años”, podría ser verdad y causarle mucho más daño que el terrible estrés, insomnio y alopecia que este fatídico diagnóstico le había producido en su momento.
El gran sobrepeso le producía todo tipo de problemas. Aparte de roncar estrepitosamente, sufría constantemente de dolores de cabeza, tortícolis, acidez y reflujo. A pesar de que su nivel de colesterol total no era alto, el de colesterol dañino (LDL) era muy elevado. El 52% de su masa corporal estaba compuesta por grasa y su presión sanguínea empezaba a ser un problema porque, a pesar de ser joven, ya era marginal. Dejando el aspecto médico a un lado, la obesidad también afectaba cada detalle de su vida. Su estilo sedentario se traducía en compartir poco tiempo de calidad con sus hijos. ¡Dios librara a quien se le ocurriera despertarlo antes de las 11 de la mañana un domingo o interrumpirlo mientras veía deportes en la televisión con alguna “picadita” de por medio! ¡Y qué problema cuando decidían viajar o ir al cine! Meterse en un espacio reducido, la silla, podía convertirse en un verdadero desafío, más aún cuando en los alrededores se oían comentarios nada halagadores al respecto.
Aunque le costó convencerse, el sobrepeso sí era, realmente, un problema. La mayoría del tiempo tenía que pedir sus camisas por Internet, pues en Panamá no encontraba su tamaño: XXXL. Otra opción era mandarse a hacer ropa a su medida, la cual rotaba constantemente ya que se desgastaba con mucha facilidad. Lo mismo pasaba con los colchones, los cuales no duraban más de 2 o 3 años. Pero lo peor de todo era el daño que Eduardo se estaba haciendo día a día, porque todo sería reemplazable excepto él mismo, el día que su cuerpo no aguantara más.
Quizás la gota que derramó el vaso de agua fue la noticia de que su esposa, Anne Marie, estaba esperando su cuarto hijo. En ese momento se dijo a sí mismo: “No puedo continuar, no puedo seguir así porque me perderán”. Entonces, por recomendación de un familiar que había tenido problemas similares, visitó al Dr. Nicolás Liakópulos, especialista en cirugías para reducción de peso. Menos de un mes después decidió hacerse una operación del estómago en la cual una banda fue colocada en la parte superior de dicho órgano. Al hacer que los alimentos pasaran más lentamente, la banda gástrica haría que Eduardo se sintiera lleno más rápidamente. Y así sucedió.
Pero la operación no fue el único factor que haría que Eduardo pudiera cambiar, radicalmente, su vida. Aunque ella fue un paso esencial para variar el ritmo desenfrenado que llevaba, mucho tuvo que ver con la fuerza de voluntad y la disciplina con la que llevó adelante este nuevo proyecto de vida. Eduardo no seguiría siendo parte del grupo de cerca de mil millones de personas en el mundo que sufren de obesidad. Quería escribir su historia de otra manera, y lo logró.
Cinco meses después de la operación, Eduardo empezó a hacer ejercicios. Al principio únicamente caminaba, pero luego empezó a montar bicicleta montañera. Eso lo cautivó y, a los pocos meses, ya montaba una bicicleta de ruta 5 o 6 días a la semana. Volvió a aprender a comer, reemplazando comidas pesadas por ensaladas, sodas “de dieta” por agua y reduciendo drásticamente el consumo de burundangas. “Todavía tengo tendencia a engordar y estoy muy consciente de eso. Como bien, pero hago ejercicio. Si el pecado es comer, el ejercicio es la confesión”, nos comentó muy animado.
Hoy Eduardo pesa 180 libras, casi la mitad de lo que pesaba dos años atrás. ¡En un año rebajó 175 libras y, lo más importante, es que ha mantenido este peso! Su cuello bajó de 21 a 15.5 pulgadas; usa pantalones con cintura tamaño 33 o 34 y camisas small o medium. Cada día se despierta a las 5:30 de la mañana para montar bicicleta por una hora y media o dos horas. El resto del día lo pasa con mucha energía; atrás quedaron esos días de quejas constantes por el cansancio.
Sus niveles de colesterol son excelentes, el porcentaje de grasa en su cuerpo es de 12% o 13%, una cifra mucho mejor que el 52% anterior, y se enferma mucho menos que antes, aparte de que ya no ronca ni sufre de las otras dolencias. En el último año, Eduardo ha recorrido 14,500 kilómetros en bicicleta, montando un promedio de 50 o 60 kms. cada día que se ejercita. Dejó el cigarrillo, pues le afectaba en su rendimiento deportivo, ya no tiene que pedir extensiones de cinturón cuando viaja y puede comprar ropa en cualquier almacén. “Ahora mi talla la define la dimensión de mi cuerpo y no la barriga”.
“Esto va acompañado de un cambio de mentalidad”, nos dijo. Haberse convencido de que debía no sólo vivir, sino vivir bien, fue decisivo en su éxito. Pero lo más importante para Eduardo es lo que esto representa y representará para su familia. No sólo se enorgullece del ejemplo que hoy les da a sus hijos, evitándoles además burlas indirectas e injustas, sino que con este nuevo patrón de conducta ha abierto una puerta a un mejor presente y futuro para todos. “Ahora paso mucho más tiempo con mis hijos. Los domingos a las 9:00 de la mañana ya he hecho mis ejercicios y estoy listo para ellos. Espero que este cambio en mi vida me permita disfrutarlos por muchos años más”.
Scott Ford: “Ahora siento que estoy viviendo”
La primera vez que la probó lo hizo por curiosidad, como muchos. Con apenas 16 años, aceptó el ofrecimiento de su mejor amigo y fumó marihuana. Jamás pensó que esa primera experiencia iniciaría un amargo y largo camino, concretamente 17 años de desilusión, dolor, soledad y vergüenza. Pasó por todo tipo de drogas: cocaína, anfetaminas, LSD, éxtasis, heroína y crack. Estaba enfermo, pero no lo aceptaba y, por consiguiente, no lograba salir de ese bajo mundo en el que estaba sumergido.
Proveniente de un sólido hogar que día a día perdía terreno frente a un enemigo invisible, Scott llegó a traicionar sus valores y su dignidad como persona. Engañó y se reveló contra sus padres, Thomas y Julee; perdió años de estudios y diversos trabajos; se alejó de buenas amistades; se mudó a otro país; se divorció, todo como consecuencia de las drogas. En el día funcionaba como podía y, en la noche, consumía. Esa era su vida, su meta, su necesidad. Todo lo que ganaba y todo lo que hacía tenía un mismo fin, tan insaciable como perjudicial. Fue padre a los 21 años, pero ni siquiera eso, que le exigió más madurez y aplomo, lo ayudó a dejar el vicio. La infancia de su pequeño, que hoy tiene 16 años, estuvo marcada por su adicción.
En innumerables ocasiones, Scott trató de controlar su problema. Participó en diversos programas de ayuda, tanto en Panamá como en el extranjero. Una y otra vez recaía. Antes de cumplir los 30 años, con un matrimonio destrozado y un hijo que dependía de él, vivió el momento más amargo y triste de su vida. Tras cuatro años de consumir crack y muchos más de negar su adicción, supo que no podía más. “Llamé a mi mamá y le conté lo que me estaba pasando. Siento que es el peor daño que he hecho, lo más difícil y de lo que más me arrepiento en la vida”, nos comentó. Sus padres le ofrecieron hacerse cargo de su hijo de seis años, con la condición de que se internara en un centro de rehabilitación cerca de donde vivía, en Texas. Ese paso le permitió mantenerse limpio por 18 meses, al cabo de los cuales nuevamente empezó a tomar y a consumir cocaína y crack.
A los 31 años regresó a Panamá, con la esperanza de rehabilitarse definitivamente. Pero no fue así. Nuevamente perdió la confianza de todos y se tuvo que ir de la casa. Su consumo de drogas era incontrolable. “No tenía amigos, ni familia, lloré mucho, me sentía muy solo. Me pasaba allí, todo el día, sin hacer nada más. Abusé tanto de las buenas intenciones de la gente, que todo el mundo me abandonó. Entonces, nuevamente, llamé a mis padres, y me dijeron que para regresar a la familia primero tendría que pasar por Hogares Crea, y eso fue lo que hice”.
Hoy Scott tiene 38 años y cinco de estar totalmente limpio. El 12 de septiembre del año 2000 ingresó a Hogares Crea de Cermeño, donde estuvo recluido por 28 meses. Allí aprendió a vivir de nuevo. Le enseñaron desde lo más básico hasta lo más complejo, lo ayudaron a aceptarse como era, a ser fuerte, a ventilar sus problemas, a ser responsable. “Aunque te sientas mal, actúa bien” es el lema que tanto él como cientos de muchachos aplican en sus vidas tras pasar por un exigente programa que, etapa tras etapa, los ayuda a consolidar una nueva personalidad.
Sus padres han jugado un papel trascendental en su rehabilitación pues lo han apoyado en todo momento. “Mi mamá dice que por fin le devolvieron a su hijo. Mi papá se expresa de mí con un orgullo enorme, y eso me llena de satisfacción y me motiva a mantenerme sano”, nos contó emocionado.
Por otro lado, luego de que Scott dejó las drogas, él y su hijo se fueron conociendo de nuevo poco a poco y pudo volver a asumir su rol de padre. Su relación hoy en día está mejor que nunca. Tiene un año de manejar exitosamente su propia compañía de remodelación de casas y oficinas. “Ahora me siento útil. Luego de todo un día de trabajo llego a la casa y me siento bien, me gusta estar con mi familia. Eso no me pasaba antes, cuando sólo quería estar en la calle y los evadía”.
Por selección de sus propios compañeros, Scott es Presidente de la Asociación de Reeducados de Hogares Crea, organización a través de la cual intenta crear conciencia en la población acerca de esta grave enfermedad que destruye a miles de familias panameñas. “Lo más difícil de dejar las drogas es mantenerse limpio. El adicto tiene que querer cambiar, por voluntad propia. Hay muchas maneras de volver a caer, por lo que debe estar alerta para evitar cualquier tentación a tiempo”.
Scott es, realmente, una persona diferente. Luego de superar su adicción a las drogas volvió a nacer. Hoy se siente mejor que nunca y sabe apreciar cada momento de su existencia. Aprendió a vivir responsablemente, a respetar y tratar bien a los demás, a ser humilde. “Lo peor que me hicieron las drogas fue hacerme actuar en contra de mis principios y de mi moral, pero ya me he perdonado”.
Hoy no tiene que disculparse por lo que es, se siente seguro y orgulloso de sí mismo, se siente estable y tiene un futuro. Reemplazó el miedo y la soledad por la seguridad de una nueva forma de vida. Y, lo más importante, es que hoy Scott y, por ende, su familia, finalmente han logrado ser felices. “Lo más gratificante de haber dejado las drogas es poder ver la sonrisa en la cara de mis padres. Mi vida ha cambiado, pero ellos nunca me dejaron de amar”.
Con determinación y esfuerzo, con tenacidad, valor y sacrificio, Eduardo Ameglio y Scott Ford nos demuestran que siempre es posible cambiar y mejorar nuestras vidas, aún cuando los problemas podrían parecer irremediables y los intentos fallidos.
Como sociedad, tenemos una responsabilidad hacia aquellas personas que por diferentes condiciones sufren día a día. Son individuos cuyos problemas usualmente los marginan de los demás. La obesidad, las drogas, el alcoholismo y la adicción a los juegos de azar son sólo algunos ejemplos de terribles problemas que tocan a nuestras puertas sin distingo de raza, religión ni posición social. Eduquémonos y apoyemos a aquellas organizaciones y profesionales que con seriedad y tolerancia buscan darle una solución real a aquellas personas que deciden cambiar su vida. ¡Vale la pena!
Fotos: Ariel Atencio.