Raíces que trascienden

Julieta de Diego de Fábrega |

17 septiembre, 2002

Muchas veces me he preguntado a qué se debe la excelencia en las artes: ¿a un asunto genético, herencia mixta de una maravillosa mezcla de razas y culturas nacidas a la sombra de nuestra bandera, o simplemente a una dedicación meticulosa al trabajo, mezclada con una gran dosis de valentía? Lo cierto es que, de cualquier forma, es un privilegio nacer en un país en el cual ciertos compatriotas han logrado que el nombre de nuestra pequeña Patria sea reconocido internacionalmente, aun a costa de importantes sacrificios como abandonar la tierra que los vio nacer. Este es el caso de tres panameños, pertenecientes a distintas generaciones y orígenes, pero todos con un mismo deseo de superación y amor a la música. A ellos, y a los muchos otros que se han atrevido a perseguir sus sueños, les dedicamos estas páginas.

Roque Cordero: un alma sin arrugas
A sus 85 años, don Roque Cordero tiene mucho que contar. Las sabias enseñanzas del maestro afloran en cada frase, lo cual es de esperarse viniendo de una persona que por más de cincuenta años se dedicó a enseñar. Su especialidad: la composición musical.

Además de la docencia, Cordero es internacionalmente reconocido como un compositor de primera calidad y sus obras han sido ejecutadas en importantes escenarios alrededor del mundo. Prueba de su talento son los múltiples premios y reconocimientos que ha recibido. En 1949, se hizo acreedor a la Beca Guggenheim para estudiar creación musical, siendo el primer panameño en recibir ese honor y apenas el sexto latinoamericano. Por otro lado, la Universidad de Hamline le otorgó, en 1966, un Doctorado Honorario, y Panamá lo honró, en 1982, con la Orden Vasco Núñez de Balboa en el grado de Gran Cruz.

Cordero fue elocuente al contarnos su historia. “Mire”, me dijo, “yo soy hijo de un zapatero de Santa Ana; mi padre era un artista en lo que hacía, un ejemplo a imitar”. Y así prosiguió la conversación que nos llevó a conocer la candidez y aplomo de este hombre, para quien el secreto de la eterna juventud consiste en “no permitir arrugas en el alma, pues se verían en el rostro”.

“Mi intención ha sido conseguir que a través de mi música el nombre de mi país logre reconocimiento mundial” declaró Roque Cordero en una entrevista, y quien observe su hoja de vida no puede menos que concluir que lo ha logrado. En 1941, Don Roque se inició como profesor de música en el Colegio Artes y Oficios “Melchor Lasso de la Vega”. Dos años después, recibió una beca para estudiar Educación Musical en Estados Unidos. Entonces conoció al Maestro Dimitri Mitropoulos y éste, luego de ver la partitura de Capricho Interiorano, una de las composiciones de Cordero, le ofreció pagar sus estudios bajo la tutela del reconocido compositor vienés Ernst Krenek. La supuesta estadía de nueve meses duró siete años.

En 1950, Cordero regresó a Panamá con la intención de quedarse, pero como director y profesor del Instituto Nacional de Música y luego como director de la Orquesta Sinfónica Nacional no encontró el apoyo económico necesario para cumplir sus planes. Así, optó por regresar a Estados Unidos, esta vez como subdirector del Centro Latinoamericano de Música y Profesor de Composición en la Universidad de Indiana. Sus últimos veintisiete años de docencia transcurrieron como profesor distinguido de composición musical en Illinois State University, de donde se jubiló en 1999.

Yomira John: de Pueblo Nuevo a París
¿Quién iba a pensar que una chiquilla inquieta que creció entre Pueblo Nuevo y Puerto Armuelles y que una vez soñó con ser profesora de niños discapacitados, terminaría cantando con Luis Miguel y Ricky Martin o llevando nuestra música hasta el viejo continente?

Confirmamos una vez más que no hay sueño imposible cuando hay voluntad, sobre todo la de dejar todo por un reto. Este es el caso de Yomira, una audaz chica cuya niñez fue rica en travesuras y actividades artísticas, como su participación en el “Segundo Festival Juvenil Silvia de Grasse”, donde representó al Instituto Comercial Panamá, su alma matter. Por esos años, la profesora Cecilia Machado la instó a inscribirse en el Conservatorio Nacional para tomar clases de canto y propició su primer contacto con el Maestro Jorge Ledezma y el Coro Música Viva. Con ellos compartió momentos maravillosos que consolidaron su amor por la música.

Su tío Carlos “el Cañonero” Mendoza (exboxeador) vivía en México y la convenció de que siguiera sus estudios allá, asegurándole que podría seguir cantando. Así, obtuvo una media beca para pagar sus estudios de educación especial y partió hacia ese país. En 1989, la crisis política de Panamá y la escasez de dinero la hicieron dudar sobre sus planes, pero a través de una amiga consiguió trabajo en una discoteca en Acapulco. Poco después, conoció al cantante español Joseles, quien le ofreció trabajo en un prestigioso bar del Distrito Federal y, como ella misma dice, cuando el público la escuchó “¡zas! Comenzó otra historia”.

Luis Miguel la vio actuar y al día siguiente la contrató para su coro, un trabajo que tuvo por casi tres años. Sucedió lo mismo con Ricky Martin, con quien se identificó muchísimo. Sin embargo, sentía que “le faltaban sus raíces, necesitaba cantar desde el corazón, le faltaba el tambor y la panameñidad”. Ya tenía planes para grabar su primer CD cuando conoció a Damien Provoust, su actual esposo, quien la apoyó moral y económicamente en la producción de “Así son pá los pela´os!”, su primera producción.

Juntos exploraron posibilidades y finalmente decidieron radicarse en París, donde Yomira nos cuenta que el público francés la “descubre con gran asombro y cariño”. Pienso que quizás porque disfruta interpretar los temas que hablan sobre lo cotidiano de los pueblos latinos, los que presenta con “mucha energía y pasión”. La Radio Latina, en París, promueve su disco compacto y sus giras están dando a conocer su estilo, que parece gustar mucho en el viejo continente.

Erika Ender Simões: la chica que se atrevió a soñar
Erika Ender tiene sólo 27 años y ya ve su nombre aparecer junto al de grandes artistas de la canción. Quizás no los acompaña en el escenario, pero de su pluma nacen las canciones que aumentan su fama y reconocimiento.

Desde los dos años, empezó a ver en la manguera de su ducha un micrófono y desde ése, su primer escenario, empezó a cantar. A los nueve, escribió sus primeras canciones y a través de programas infantiles como “Chiquibum” y “Dominguito” descubrió el mundo de la televisión. Además del apoyo incondicional de sus padres, Erika tropezó con la profesora Ana Cecilia Plicet, quien fue determinante en el desarrollo de su creatividad. En 1990, ganó el primer premio en el concurso “Vístete de Patria”, con la poesía “A mi Bandera Perdida”. Años más tarde, obtuvo el primer lugar como intérprete en el Festival Nacional de la Tamborera con “Panamá la Verde”, que le abrió muchas puertas.

“Cuando yo sea grande me iré a Miami a trabajar para ser una gran artista” pensaba Erika, y a los 22 años emprendió el viaje real. No fue fácil y Erika considera que lo más duro de ser compositora es “ser persistente y no rendirse”, sobre todo en una actividad que históricamente ha sido dominada por los hombres.

Oir sus temas interpretados por Chayanne, Azúcar Moreno y Elvis Crespo, entre otros, la emociona muchísimo. Que “Candela” haya sido escogida como “Mejor Canción Pop del Año” por ASCAP (American Society of Composers, Authors and Publishers) la emociona aún más. Y todos los panameños que asistieron al concierto de Chayanne, en Atlapa, también tuvieron la oportunidad de sentirse orgullosos al escuchar, de boca del artista, una mención especial para nuestra querida Erika.

De Panamá extraña a su familia, pero en Miami tiene a su esposo quien, como manifiesta Erika, “ha hecho de mis sueños los suyos”, sueños que espera seguir realizando día a día.

Tres rostros, tres panameños comprometidos con la excelencia, que se mantienen unidos a la Patria a través del cordón plateado de su música. Tres artistas, que orgullosos de sus raíces, encontraron en ellas el vehículo hacia el éxito.

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