Recuperar los valores

Alicia Rego Otero |

15 abril, 2018

Los últimos años, la sociedad occidental del bienestar ha dado a luz a un nuevo tipo humano, mucho más informado, con mayor acceso a la últimas tecnologías y con unas perspectivas amplias en cuanto al progreso. Esto, que sin duda es bueno, no debería preocuparnos si no fuera porque esta naciente forma de ser viene con una carga añadida: la del materialismo y el hedonismo.

Y es que, hoy por hoy, muchos hombres, eclipsados por el poder del dinero y movidos por la rueda del consumismo, se han impuesto como única meta el alcanzar el éxito; caiga quien caiga. Hombres de pensamiento débil, convicciones sin firmeza y asepsia en sus compromisos, cuya filosofía de vida es la permisividad y el pasarlo bien a toda costa. En definitiva, con un gran vacío moral que, a la larga, les conducirá a ellos y a los que les rodean a una insatisfacción de fondo y una existencia sin un norte.

Soluciones a una vida «light»

En contrapartida, para los que quieran algo más que una vida insulsa sin códigos éticos ni crecimiento personal, está la opción de replantearse lo que uno realmente necesita para ser feliz, y encumbrarse hacia esa meta. No es fácil, no. Pero tampoco imposible.

Para ello, lo primero -y como si de una terapia psicológica se tratara- es intentar descubrir cómo somos realmente y analizar cómo ha sido nuestra vida. ¿He actuado con honestidad a lo largo de mi trayectoria?, ¿Impera el cariño y respeto en mis relaciones?, ¿Qué importancia le confiero a la familia?, ¿Soy solidario y lucho por un mundo más justo?, ¿Contribuyo de alguna forma a fomentar la igualdad en mi país?, son algunas de las preguntas que con objetividad habrán de contestarse.

Una vez analizado cómo ha sido nuestro devenir, conviene poner en orden una jerarquía de valores que nos haga superar la poca felicidad a la que nos lleva el arquetipo de hombre actual, tan «light» y siempre interesado por tener en vez de ser. Habrá de ser, pues, una escala en la que los conceptos de honradez, devoción a los familiares y justicia social dejen de ser más que eso, simples conceptos, e intenten formar parte de nuestra rutina diaria.

A partir de ahí, armarse de voluntad férrea y empeño inquebrantable para llevar a cabo estos propósitos. De esta forma, y como ejemplo, se podría intentar un trato más humano con la gente que trabaja a nuestro servicio (como las empleadas domésticas), dedicar más tiempo a los hijos, no fomentar la intolerancia y sí el respeto a las diferencias individuales, acabar con la crítica destructiva que impera en los coloquios habituales y participar activamente en alguna asociación benéfica.

Amor, trabajo y cultura

Y si, además de encontrarse a uno mismo e intentar iniciar un proyecto de vida más enriquecedor, nos servimos de ciertos medios, mejor aún.

Uno de ellos es el del amor. El amor hacia nuestros semejantes, compañeros de trabajo, naturaleza, amigos y, por supuesto, ese compañero de viaje que es la pareja. Porque vivir otorgando y recibiendo amor representa una promesa de felicidad, de llenar nuestras carencias emocionales y navegar por el mundo de una forma más coherente y comprometida.

Otro medio es el trabajo. Un trabajo digno y honrado que no sólo se dirija a un bien económico sino también a la realización de la persona. Que no pase por encima de los intereses de otros, que no vaya en contra de los ideales ni realicemos con amargura porque no refleje nuestra vocación real.

Y el último, la cultura. Esa ansia de saber más acerca de lo que nos rodea, de llenarnos intelectualmente, de informarnos con algo más que no sea la televisión. Que aspire fundamentalmente a la libertad (cuanto más sabemos menos influenciables seremos) y a hacernos más sensibles. Sólo a través de estos medios podremos entonces conjugar el progreso técnico con el humano.

Este artículo fue publicado originalmente en la edición de marzo de  2004.

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