San Blas: una obra maestra
Un destino paradisíaco, poco conocido por los propios panameños, nos abre sus puertas para mostrarnos un sinfín de riquezas naturales inigualables.
Con la misma ilusión y adrenalina con la que un niño pequeño salta de su cama en la mañana de Navidad, salté yo de mi camarote del barco para ver, por primera vez, el Archipiélago de San Blas. Tras subir de dos en dos los peldaños de las escaleras que conducen de los camarotes a la cubierta posterior, observé, maravillada, una imagen que parecía una obra de arte. Era como si un artista hubiese colocado concienzudamente, en una composición perfectamente balanceada, decenas de hermosos islotes dentro de una laguna de aguas plácidas y cristalinas. Pobladas de palmeras y rodeadas de playas de arena blanca, las pequeñas islas se veían tan perfectas en la luz de la mañana que parecían esculturas. En ese momento, igual que cuando estuve parada frente a un enorme glaciar en Alaska hace unos años, sentí la grandeza y belleza de nuestra madre naturaleza, quedé absorta por varios segundos.
San Blas. Por fin, San Blas. ¿Cuántos años llevaba de quererte conocer? ¿Unos treinta? Cada vez que consideré visitarte se presentaban obstáculos: que si las avionetas eran peligrosas por los vientos, que si no era buena época para ir en bote por lo picado del mar, que si las cabañas eran demasiado rústicas, que si era demasiado caro tanto llegar como hospedarse… En fin, siempre había una razón válida para disuadirme, y así pasaron los años. Me consta que algo parecido le ha pasado a un gran número de panameños. Ellos saben, por fotos y artículos como éste, que se están perdiendo de una joya de Panamá y del mundo. Si logro convencer a alguien de ir, a pesar del costo y los inconvenientes, habré cumplido mi cometido.
Parte fundamental de la comarca de Kuna Yala y habitado casi exclusivamente por integrantes de la raza kuna o dule, el Archipiélago de las Mulatas o San Blas es un conjunto de aproximadamente 378 islas de particular belleza natural que ha permanecido relativamente aislado del resto de Panamá. Ese aislamiento –que se ha dado tanto por su condición de islas como por la mala condición de las pocas vías de acceso a costas cercanas, el sistema de gobierno semiautónomo que los rige, además de lo celosos que son sus habitantes de su estilo de vida, tradiciones y de la protección de su entorno– es una de las principales razones por las cuales aún existe este tesoro dentro de nuestro país. Aunque existen comunidades en sólo unas 38 islas1, los kunas tienen un sistema en el que se asigna a las diversas familias, de forma equitativa, la responsabilidad de cuidar una isla o un grupo de islas adyacentes por un período de tiempo para que ningún territorio kuna permanezca sin supervisión.
Al poco tiempo de haber llegado a la esquina de este paraíso, conocida como Cayos Holandeses, nos distribuimos en los kayaks disponibles y salimos a explorar el área. Lo que encontré sobrepasó todas mis expectativas. Yo me esperaba un agua tan clara como la de Isla Grande; la que empujaba con el remo de mi kayak era más parecida a la de las Islas Vírgenes y tan tranquila como la de un lago en un día sin brisa. Yo me esperaba una vida marina rica, con muchos peces de colores; lo que descubrían mis atónitos ojos era una variedad impresionante de corales, algunos de dimensiones que nunca antes había visto, y exóticos animales marinos. Guiados por una amiga que ya había estado antes, fuimos a un lugar donde cientos de estrellas de mar del color rojo más intenso que pudiera imaginar, incluyendo una de seis “patas” al igual que docenas de blancos “sand dollars”, yacían a poco más de un metro de profundidad en un manto de arena finísima. Nos bajamos y buceamos sobre las enormes estrellas, tomándoles fotos espectaculares.
De allí seguimos remando hacia el arrecife que delimita esta especie de laguna paradisíaca del resto del océano Atlántico. Camino hacia allá, como si no hubiéramos visto suficiente belleza ya, ¡nos topamos nada menos que con una tortuga carey! Joven y asustadiza, reflejaba el sol en su moteado caparazón, otra “obra de arte”. Buceando con mascareta desde la morada de la tortuga hasta el arrecife, observé muchísimas especies de peces y conchas, incluyendo enormes cambombias. Gracias a mis chapaletas, llegué después de unos veinte minutos a una inmensa barrera de corales variados, con toda la vida que típicamente los rodea. Desde allí pudimos observar la inmensidad del mar Caribe, desafiante desde el otro lado de la barrera. Una vez más, me imaginé al artista diseñando la barrera con forma de punta de flecha, y colocándola en el lugar preciso. Ver el arrecife detallado en un mapa del área esa tarde sólo sirvió para reforzar esta imagen del maestro elaborando su creación.
Pocos panameños conocen que los kunas llegaron a ocupar el sitio donde hoy se ubica la ciudad de Cartagena de Indias y otras áreas aledañas. Empujados de esta región y más adelante del sur de Darién, tanto por grupos indígenas más aguerridos que ellos como por conquistadores europeos y las epidemias que trajeron, los kunas acabaron concentrados en la región fronteriza de Panamá y Colombia, en la vertiente atlántica2. Del lado de Panamá, ocupan este hermoso archipiélago y la vertiente norte de la cordillera de San Blas (que divide la Comarca de la provincia de Darién). A través del tiempo, han existido periódicamente fricciones entre los “sáhila” o “saila” (y su Congreso General) y el gobierno central. Pero los kunas continúan ocupando y protegiendo celosamente estas islas, que como consecuencia de la Revolución Kuna de 1925 lograron integrar legalmente, trece años después, como la comarca Kuna Yala.
Otras oportunidades que tuve de bucear durante los dos días que permanecimos en los Cayos Holandeses me permitieron apreciar desde un coral negro, que llevaba años añorando ver en su estado natural, hasta un coral en forma (y del tamaño) de un arbusto. También tuvimos contacto con los residentes temporales de los islotes cercanos a nuestro punto de anclaje. Unos muchachos kunas, que vinieron a nuestro barco en su canoa, nos vendieron deliciosas langostas frescas. Otra canoa trajo unas mujeres kunas, ataviadas en sus tradicionales vestidos, quienes nos ofrecieron a la venta bellísimas molas confeccionadas por ellas mismas. Un muchacho kuna que conocimos en una de las pequeñísimas islas acabó probando su suerte en el golf con otro de mis amigos. Inexorablemente, San Blas y su gente me cautivaron.
En fin, la tarde que finalmente nos tocó irnos de San Blas lo hice con verdadero pesar. Después de todo, había tardado varias décadas en llegar. En ese momento hice la resolución de que no demoraría tanto en regresar. Debo llevar a mis hijos pronto: para que experimenten tanta belleza en carne propia; para que aprecien lo que generosamente nos ha regalado la naturaleza y tenemos la responsabilidad de cuidar; para que no sólo hereden sino también protejan todas las “obras maestras” que nos han sido encomendadas en nuestro planeta.
- Censo realizado por el Ministerio de Salud de Panamá en 1989, www.monografias.com
- congresogeneralkuna.org
Fotos:
© Alejandro Balaguer, Fundación Albatros Media*
© Cortesía de la autora
© Aaron O’Dea
© Alfredo Máiquez
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Para la segunda y tercera opción, Ancón Expeditions (www.anconexpeditions.com; teléfono 269-9415) está en capacidad de organizar todos los arreglos para los viajeros. |