Travesías chinas en el Istmo
La historia y herencia cultural china en Panamá es muy rica e interesante. Lo invitamos a realizar un recorrido por lo que ha sido la influencia china en nuestro país.
[quote align=’right’] “El Oriente y el Occidente ya no pueden estar separados”. -Goethe[/quote]
Cuando pequeña, mi abuela paterna solía llevarnos, a mi madre y a mí al Barrio Chino, que en ese entonces todavía se internaba cerca del Terraplén, en el barrio de San Felipe. Entre las calles estrechas, en los alrededores del Mercado Central, recuerdo cómo se mezclaban, en una especie de danza circular, los aromas del marisco seco con los tonos ascendentes del cantonés. La abuela tenía sus tiendas predilectas, en las que nos perdíamos, como en un laberinto, entre las filas de extraños utensilios e ingredientes exóticos. Íbamos llenando la canasta con sabores de ostra y frijoles negros, vino de arroz, y toda clase de vegetales secos… los paisanos nos miraban fascinados y nos hacían sentir como verdaderas clientes VIP, al tiempo en que me deslizaban en las manos esas pastillas de conejito blanco que tanto adoraba, porque podía incluso comerme el papel de arroz que las envolvía.

La familia en la cultura china, encargada de garantizar la estabilidad y la armonía, es considerada la estructura social por excelencia. En la foto aparece la familia Chan, una de las primeras familias tradicionales chinas en nuestro país.
Con la construcción del primer ferrocarril transoceánico, en 1854, arribaron los primeros inmigrantes chinos al istmo de Panamá, a bordo del Sea Witch, dando inicio al ciclo de migraciones que más tarde modelarían la chino- panameñidad, esa mezcla cultural endémica del Istmo. La comunidad china de aquel entonces logró sobrepasar los profundos traumas del episodio de Matachín[1]. y con el tiempo, consiguió adaptarse para popularizar en la capital los puestos de comida callejera a todo lo largo de Salsipuedes, sobre la bajada de El Javillo, donde se instauró lo que sería el primer barrio chino de Panamá.
Hoy, aunque el movimiento de otra época ha mermado, todavía permanece intacta cierta dinámica. Pasando la gran puerta oriental que marca la entrada, sobre la calle Carlos A. Mendoza, sobreviven fachadas típicas como la de la Sociedad Religiosa y de Beneficencia Yan Wo; en negocios como Casa Juan Siu se ven clientes pidiendo consejos culinarios, o en la Casa de las Curiosidades, un verdadero museo, repleto de estatuillas de guerreros y deidades, los asiduos se llevan la mirra en cristales. En lugares como la Casa de Tés del Doctor Wang, se encuentra todo un sistema de tés e infusiones para estimular las funciones vitales del organismo, de manera natural.
Más allá del Barrio Chino
En los últimos quince años, persiguiendo mejores condiciones, los latidos del Barrio Chino se esparcieron en el sector comercial de El Dorado, donde hoy son cerca de cinco cuadras las que albergan todo tipo de negocios: desde tiendas de alimentos, restaurantes, fondas, peluquerías, hasta boutiques de ropa y clínicas de acupuntura. El Centro Cultural Chino Panameño, que alberga al Instituto Sun Yat Sen y al Parque de la Amistad Chino-Panameña marcan la frontera. En ese perímetro de la ciudad, es posible perderse en ese mundo oriental de los escenarios de Won Kar Wai, atemporal, cargado de carmesí y de ritmos serenos, aflorando estados afectivos, en medio de esa realidad, allá afuera, que se nos escapa de las manos.
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Puerta oriental que da la bienvenida al Barrio Chino, que se interna cerca del Terraplén, en el barrio de San Felipe.
Una de las formas más interesantes de aproximar el lugar sea tal vez a través de la gastronomía. No en vano se dice que, junto a San Francisco, Panamá es uno de los destinos más auténticos de cocina china de todo el continente. Para los chinos, la comida es el centro de la vida, un instante sagrado donde todo es de todos, y donde se abstrae el mundo material para hacer palpable el sentido confuciano de la fraternidad. En el largo corredor de las Galerías Miami, el visitante se convierte en observador del baile de las manos que se alían de los palillos para atrapar bocados, y compartir la alquimia del sabor.
La migración china que llegó al Istmo provino en su mayoría de la provincia de Guangdong, en el sur de la China. De ahí probablemente, la supremacía de este tipo de cocina en la mayoría de los restaurantes y fondas a lo largo de la geografía de la ciudad. De aromas sutiles y penetrantes, la comida cantonesa se caracteriza por utilizar gran diversidad de ingredientes, logrando texturas crujientes y tiernas, y un balance perfecto entre lo dulce y lo salado. Para quien visita el nuevo Barrio Chino, es posible degustar desde un clásico plato de sopa de wanton, con fideos artesanales, hasta platillos caseros como la falda con notas de anís, o el hot pot, una especie de fondue oriental, perfecto para compartir entre amigos. Algunos dirán que no es casualidad si Panamá es el mayor consumidor de arroz per cápita en el continente.

Desde una barbería tradicional en el antiguo Barrio Chino, como dentro de las decenas de tiendas de alimentos del nuevo Barrio Chino, el visitante descubre un fascinante mundo en el que las tradiciones florecen.
Cerrando ciclos
Mi abuelo solía referirse a sí mismo como “el último de los mohicanos”, cuando quedaba solamente él entre el grupo de paisanos con los que había fundado la Asociación China de Panamá, en 1943, entidad que representa hoy a la comunidad china frente a la comunidad panameña a través de un conjunto de no menos de treinta organizaciones.
Los chinos llegaron a América Latina en el siglo XIX para trabajar en minas de oro y de plata, en la construcción del ferrocarril, en el cultivo de la caña, la producción de azúcar, la extracción de guano, asumiendo labores arduas y de gran sacrificio, que aunque propiciaron desarrollo económico, sembraron tragedia y humillación en la vida de miles de chinos. De los miles de inmigrantes que llegaron, solo una minoría logró cumplir con el sueño de regresar a la tierra natal con mejores recursos. La mayoría debió aceptar el desvanecimiento de sus sueños para reinventar el presente.
Después de más de un siglo de presencia china en el Istmo, es imposible negar que parte de la identidad panameña se defina sobre ella. La cultura del fiado, por ejemplo, que pone la confianza como valor económico, fue instaurada por los chinos en tiempos de crisis. O lo que conocemos como la ñapa, como si fuera un derecho adquirido desde siempre, es también una invención que nació en el sistema comercial de los chinos.
Actualmente, la población china representa cerca del 10% de la población del país y se dice que alrededor de un 35% de panameños pueden encontrar genes chinos en sus árboles genealógicos. Integrados a la sociedad panameña, este grupo poblacional se desempeña en todas las áreas, incluidas las artes.
Panamá no sería la misma sin la cultura china, que continúa enseñándonos que siempre es posible adaptarse, convivir y prosperar, atesorando lo más preciado: los valores de los ancestros. Los jóvenes de la nueva generación de chino- panameños lo han comprendido bien y logran equilibrar los códigos de la sociedad contemporánea occidental con su herencia. Muchos han querido empujar ese legado cultural, para explorar la propia identidad. Es esa nueva generación la que se ha encargado de hacer la historia circular, y para orgullo de sus abuelos y bisabuelos, ha podido cerrar el ciclo volviendo a conectar con sus raíces, y con ellas, con la tierra natal.
[1] Según datos, se dice que cerca de 567 chinos terminaron con sus vidas en Matachín, el campamento que la Compañía del Ferrocarril había destinado para los inmigrantes chinos.
Probando la gastronomía china
Para aquellos que quieren descubrir los clásicos de la cocina china, el restaurante Lung Fung ofrece una amplia lista de especialidades. En sus salones VIP, los afamados banquetes son una experiencia altamente recomendada.
Un circuito más alternativo podría iniciar en el restaurante Full Lucky, en el ala posterior del Centro Comercial Miami en El Dorado, donde es posible degustar platos caseros de Cantón, como la falda delicadamente perfumada con anís, o una adaptación del mapo tofú, una mezcla sutil de salsa de soya, pimientos diversos y una infusión de frijoles negros. Más allá, fondas como La Especial producen sus propios wantones, los que sumergen en el caldo hirviendo de la famosa sopa, que es ya tradición en el lugar. Atrás, la casa vegetariana, lugar excesivamente modesto, nos transporta a los comedores de los monasterios budistas, con una variedad de platos vegetarianos, a precios razonables. A la hora del postre, Yo & tea Zone, propone los famosos bubble teas, con perlas de tapioca (almidón de yuca), o camote, así como una gran variedad de mezclas de té para llevar a casa.
En el Centro Comercial Camino de Cruces, en el rincón más alejado, un restaurante con un nombre sin traducción propone un menú del norte de China, con interesantes platos fríos, y una extensa carta con otros más picantes. Los platos desfilan como en un festín, desvelando aromas y el gran arte requerido para prepararlos. Más allá, en la Plaza Los Tucanes, el restaurante sunli ofrece una bella decoración para degustar sus variados platos. Del otro lado de la calle, otros restaurantes proponen el famoso hot pot.
Fotos:
© Ana Carolina Fong
© Archivo de Juan Tam, historiador
© Francisco Málaga
© Ana Carolina Fong
© Chef Andrés Madrigal