Un ángel en el camino

Gladys Navarro de Gerbaud |

29 marzo, 2013

Una de las tantas madres adolescentes que se preparan para salir adelante con sus bebés.

La vida a veces nos lleva por senderos insospechados. La historia de Catalina Escobar es un ejemplo de valor, de desprendimiento y de amor al prójimo.

Hubo un silencio absoluto. Ojos humedecidos, labios apretados y semblantes incrédulos daban fe de estar ante un testimonio que valía la pena escuchar. No era la primera vez que tenía frente a mí a una persona apasionada con temas de emprendimiento social, que había decidido cambiar el rumbo de su vida para hacer que las de otros mejoraran o que buscaba mover masas por una causa común. Ya había visto antes héroes de carne y hueso, de esos que inspiran y seducen, y que no aceptan un ”no“ como respuesta cuando del bien común se trata. Pero esta vez era diferente. Catalina Escobar, mujer sencilla, educada y luchadora, nos relataba lo que había sido perder a su hijo de año y medio hace más de una década, y cómo el camino menos transitado, ese que decidió seguir a raíz de esa desgarradora experiencia, no solo la salvó a ella sino que ha cambiado la vida de miles de niños y madres adolescentes en nuestra vecina Colombia.

Lo más asombroso de Catalina Escobar no es que haya sido seleccionada como una de las diez finalistas –dentro de 45 mil nominados de 100 países&ndash en el famoso concurso CNN Heroes 2012; tampoco que haya sido una de las 25 mujeres en el mundo elegidas para participar en la iniciativa Global Women´s Mentoring Partnership, que lleva adelante el Departamento de Estado de Estados Unidos y la revista Fortune; ni siquiera que haya recibido un sinnúmero de reconocimientos y premios, incluyendo la condecoración Orden Nacional al Mérito, en grado Cruz de Plata, que le otorgó el presidente colombiano Juan Manuel Santos, en un país con más de 45 millones de habitantes. Lo que, a mi parecer, hace resaltar a Catalina y la distingue de muchos otros admirables héroes que a diario encontramos es ”cómo“ ha hecho lo que ha hecho.

Su filosofía es clara: a los menos afortunados hay que darles lo mejor, hacerlos que se comprometan y, sobre todo, medir los resultados, pues la búsqueda de la excelencia y la rendición de cuentas es lo que realmente los saca del ciclo de la pobreza. ”Si tú a los pobres les das input de cosas pobres, el resultado de la ecuación es miseria. Ahí no estás haciendo nada, solo perpetuando la pobreza y siendo asistencialista. Pero si, en cambio, a los pobres les das lo mejor, los mejores recursos, el mejor talento, los estás llevando a un siguiente nivel y el resultado de la ecuación es dignidad. Para tú poder engrandecerlos, también tienes que hacerlos cumplir unas reglas de juego“, me comentó esta talentosa mujer que recomienda, cada mañana al despertar, pensar en cómo uno va a influenciar el mundo.

Su filosofía va acompañada de otros elementos que valdría la pena emular: su compromiso real y directo con las causas que defiende; su actitud positiva y un espíritu incansable frente a los retos; y el manejo profesional, empresarial y, a todas luces, ejecutivo, de la Fundación Juan Felipe Gómez Escobar, nombrada así en memoria de su hijo.

Tener un bebé en brazos, aunque no sea el suyo, es lo que hace a Catalina más feliz. Su gran sensibilidad la ha llevado a ayudar a madres e hijos por igual a salir adelante.

Pero empecemos por el principio: ¿Cuál es su obra y qué nos puede enseñar? Cuatro días antes de que su hijo falleciera tras caerse por la ventana de su apartamento en Cartagena, en octubre del año 2000, Catalina sostenía en sus brazos a un recién nacido a quien cuidaba como voluntaria en una clínica de maternidad. En ese preciso momento, ese angelito partió de este mundo por no contar con el tratamiento indicado, que apenas costaba treinta dólares. Afrontar ambas tragedias, en menos de una semana, dejaron a Catalina con un enorme vacío que luego se convirtió en el reto más importante de su vida: evitar que otras madres perdieran a sus hijos sin necesidad. Y, en el camino, descubrió un problema aún mayor por el cual debía trabajar: la enorme cantidad de madres adolescentes sumidas en la pobreza que sin orientación, educación y posibilidades futuras se veían destinadas a fracasar.

El primer paso fue dejar su exitosa carrera en el sector financiero para convertirse en una emprendedora social a tiempo completo, un ángel en el camino de muchos. ”El emprendedor social no es aquel que tiene una buena idea. Las ideas siempre existen en los humanos, y ahí no hay ciencia. El emprendedor social es el que genera cambios reales en una sociedad y la afecta positiva y progresivamente“, me cuenta recordando los duros inicios de su labor. ”Nada de todo esto ha sido fácil. Nadie creía en mi proyecto. La esencia es la persistencia. Trabajar, trabajar y trabajar… Todo lo tiene uno en contra de la corriente, pero la gente se empezó a enganchar en nuestras propuestas porque las veían muy serias, a pesar de que los primeros años fueron muy duros“, añade.

Se arremangó las mangas, recorrió los lugares más pobres de Cartagena para conocer –sin intermediarios– lo que estaba sucediendo y, junto a su esposo, diseñó un plan completo basado en una verdadera empresa social que sería manejada y administrada como cualquier compañía generadora de ganancias aunque, en este caso, las utilidades se medirían por el impacto social que la Fundación lograra tener.

Investigó y estudió a profundidad las estadísticas sobre la mortalidad infantil y el embarazo de adolescentes en los estratos bajos de Cartagena, las cuales no eran nada alentadoras. Allí, lejos de las reuniones en las que los países miembros de la ONU habían decidido que reducir la mortalidad infantil era uno de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio, Catalina trabajaba incansablemente para evitar que más niños murieran por falta de recursos y que más madres adolescentes los trajeran al mundo. Con fondos propios y luego, tocando puertas de amigos y extraños, fue armando las piezas de un rompecabezas que cambiaría miles de vidas.


El Complejo Social es una megasede donde todos los modelos de intervención que la Fundación netamente social, pero 100% empresarial, ha desarrollado. Allí se conjugan de manera exitosa el mejoramiento de la sociedad con métodos empresariales.

Como su filosofía es que a los pobres se les ayuda con excelencia, el primer paso fue viajar al Hospital General de Anaheim, en California, para investigar los factores de éxito y qué se debía hacer en los hospitales de Cartagena. Lo escogió por tener la tasa más baja de mortalidad perinatal (infantil) en el hemisferio y se metió por el ojo de una aguja para emular la fórmula de mejores protocolos, personal y equipo médico a su regreso, empezando en la clínica donde antes había llorado frente a una madre desconsolada. Durante los primeros seis o siete años de operación de la Fundación, la mortalidad infantil en toda la ciudad bajó 80%, cuando en Cartagena era la más alta del país y doblaba la media nacional.

Y así, uno a uno, fue atacando los problemas. Para reducir la mortalidad infantil la Fundación creó el Plan de Padrinos de Cunas y el Centro Médico Juan Felipe (IPS); y para formar a las madres adolescentes se crearon los programas de Madres Adolescentes Primigestantes y Madres Adolescentes en Seguimiento. En septiembre de 2011, la Fundación inauguró en Cartagena el Complejo Social, un megaproyecto con 12,000 m2 de construcción que incluye aulas, cafetería, oficinas administrativas, talleres, un centro para infantes y un centro médico; es decir, todo lo que se necesita para cambiar las vidas de niños, madres adolescentes y sus hijos –en un país donde una de cada cinco muchachas entre 15 y 19 años están o han estado embarazadas–, y toda una comunidad marginada que está saliendo adelante gracias a este nuevo camino.

”Llevo una cruzada porque una niña embarazada tiene deserción escolar; trato de ser ese puente para que los inversionistas sociales entiendan la problemática y se hagan partícipes de la solución de manera directa; yo soy solo un puente“, contó recientemente Catalina en el programa CNN Directo USA. La clave, según Catalina, es ”todo un espíritu emprendedor enfocado a la excelencia“.

Aparte de tener un equipo de trabajo muy profesional y de alto nivel para que te acompañen en los procesos y de llevar a cabo los modelos de intervención, hay ciertos principios básicos, algunos de ellos estipulados en el libro Good to Great, de Jim Collins, que ella cita como parte del éxito que ha tenido la Fundación Juan Felipe Gómez Escobar a lo largo de los años. Por ejemplo, un manejo administrativo eficiente, en el que se invierte 20 para producir 80; siempre pensar en metas grandes; tener rendición de cuentas y un compromiso total; planear para obtener resultados excelentes, y saberse medir. ”Lo importante es que los resultados se tienen que medir“, me contó. ”Yo vengo del mundo empresarial y manejamos nuestra organización con unos principios de management permanentes, por eso nos identificamos con los empresarios. Le cambiamos la óptica a todo, vemos la pobreza de frente. Este es un trabajo donde es una mezcla entre lo social y lo empresarial“.

Esta mujer, que luego de afrontar la peor pesadilla tomó un camino inusual para encontrar en la ayuda a los demás su misión en la vida, reflexiona y nos inspira. ”Lo que empezó como una historia muy triste ha traído mucho amor. Hemos salvado más de 2,600 niños, atendido más de 150,000 pacientes, sacado de la pobreza a más de 2,000 madres; tenemos más de 150 niños en el Centro Integral de Desarrollo Infantil, que viven en las basuras cuando aquí te tienes que quitar los zapatos para honrar a quienes vienen. Invertimos la pirámide, es la dignificación en su máxima expresión“. Lo dice sin alardes, segura de poder seguir aportando y sacando adelante a quienes más lo necesitan.

Esa es Catalina Escobar, aquella que en más de una ocasión ha dejado sin palabras no solo a una audiencia, sino a muchas madres y niños a quienes les ha cambiado la vida. La bondad y nobleza que Juan Felipe le dejó, plantó una semilla en su alma para que ella se convirtiera en un ángel en el camino de muchos.

Fotos:
Cortesía de la Fundación Juan Felipe Gómez Escobar Kiko Kairuz

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