Una casa blanca entre el cielo y el mar

Vickie de Dahlgren |

19 septiembre, 2005

Entre el inmenso mar y el cálido verdor tropical aparece enclavada esta impresionante residencia, cuya belleza arquitectónica, reflejada en hermosas terrazas y balcones, techos de varios niveles y una cúpula central espectacular, nos deja sin aliento.
Sentimos que, de forma prácticamente instantánea, fuimos transportados a una fascinante y pretérita isla del Mar Jónico, al divisar desde lejos esta monumental construcción de formas puras y volúmenes netamente acusados.

Estábamos frente a un caserón que desde el exterior nos traía a la memoria algún pequeño poblado incrustado en cualquiera de aquellas maravillosas islas del “Mare Nostrum”, que son un reposo para la vista y el espíritu.

En este paraje todo es natural y pareciera haber sido creado para servir al hombre. Posee todos los elementos constructivos a la medida humana como patrón y los componentes utilizados en sus edificaciones se han venido manejando por siglos. Por ejemplo, el uso de gruesas paredes, fachadas de grandes superficies con muy poca decoración y pintadas de blanco; volúmenes variados en los techumbres y cúpulas, emparrados o porches, son todas características propias de la arquitectura mediterránea, cuyo principal objetivo es el de proteger al individuo del exceso de sol de la región.

Para diseñar esta mansión, sueño dorado de los propietarios, fue comisionado el arquitecto Alvaro Cambefort, quien exitosamente logró desarrollar la ilusión que la pareja tenía de transportar, a este lugar, aunque fuera un trozo de Santorini, aquella isla griega famosa por la forma tan caprichosa en la que están colocadas las pequeñas construcciones, blancas en su totalidad, con detalles en puertas y ventanas del mismo azul del cielo limpio que se disfruta prácticamente todo el año. Nadie que haya visitado Santorini podrá olvidar ese paisaje único, en el que las iglesias, casas y callejones se sitúan en acantilados que miran al fondo del cráter de un antiguo volcán en extinción.

“Alvaro interpretó nuestros deseos maravillosamente”, nos comentan sus dueños, “aprovechó lo quebrado del terreno para diseñar una casa con el aspecto de una pequeña aldea mediterránea de varias alturas en los techos, corredores y escaleras, para conectar los diferentes ambientes internos”.

Desde lejos observamos la silueta de esta edificación con sus variadas alturas de techos, algunos abovedados y otros cubiertos de tejas, las paredes todas pintadas de blanco creando un contraste estupendo con el verde profundo del jardín que la rodea, el maravilloso azul del firmamento y el aqua de las aguas del mar que divisamos al fondo.

Sobre una pequeña cúpula, colocada en la fachada principal de la casa, observamos una figura que representa la media luna creciente, símbolo de la religión islámica. De manera natural, este símbolo, a todas luces visible, reitera la tolerancia y el respeto que existe en nuestro país hacia cada una de las razas y religiones que enriquecen nuestra cultura.

A través de dos grandes puertas en madera de teca, acabadas en tono natural con oscuros herrajes decorativos, entramos a la casa. Aquí encontramos un pequeño vestíbulo, punto desde el cual podemos tener una idea clara de la distribución interna de la vivienda.

Las áreas de habitación de la familia están totalmente independientes de los ambientes sociales y los aposentos de los invitados. Un pequeño corredor nos dirige al área familiar, encontrando como primera habitación un acogedor family room donde padres e hijos se reúnen a conversar o ver televisión antes de irse a dormir.

Todos los dormitorios son ambientes sumamente espaciosos, con grandes ventanales y cada uno de ellos posee un pequeño balcón. En las recámaras de los niños, los balconcitos miran a una pequeña ladera cubierta por una vegetación maravillosa que crea un bosquecito, donde resalta el naranja de las flores de los árboles flamboyanes.

La recámara principal es también espaciosa y está iluminada, más que por los grandes ventanales, por pequeñas ventanas colocadas estratégicamente en la parte superior de las paredes. “Lograr áreas amplias y bien iluminadas fue un requisito primordial en diseño”, nos comentó su propietaria con alegría.

El balcón de esta habitación tiene una pequeña pérgola que crea un interesante área de luz y sombra. Desde allí se disfruta del verde de la naturaleza, pero también se puede apreciar la inmensidad del mar.

Junto al family room, nos llama la atención una pequeña pieza dedicada a la oración, colocada en dirección a la Meca, Ciudad Santa del Islam, ubicada en Arabia Saudita. Todo aquí es blanco y en el piso encontramos pequeñas alfombras donde los hombres ofrecen el “namaz”, forma de rezo que se practica varias veces al día. Como única decoración encontramos dos piezas de plata colocadas en las paredes, una con el nombre de Allah y otra con el de Mahoma.

Regresamos a nuestro punto de partida por un interesante corredor flanqueado por ventanas de madera y vidrio, en un lado, y un pequeño oasis, en el otro, este último cubierto por un emparrado, elemento que tamiza la luz y permite la ventilación. Este corredor nos lleva al pequeño vestíbulo de las áreas sociales, desde donde se puede visitar el área destinada a las recámaras de visitas, la cocina o el área social.

Empinadas y muy bien iluminadas por la luz que se filtra desde un tragaluz en la parte superior del techo y del jardín interno, sendas escaleras sirven de guía a las alcobas de visitas. La amplitud y la iluminación son también características de estos aposentos. Pequeños balcones igualmente permiten a los huéspedes disfrutar de un extraordinario paisaje y sentirse integrados a la naturaleza.

La cocina es otra de las estancias a las que se llega desde este vestíbulo. Es un lugar que realmente estimula los sentidos. No sólo está llena de vivos colores y una nitidez increíble, sino que su diseño permite apreciar claramente la belleza natural del ambiente que la rodea.

Entramos al área social y nos llama la atención lo monumental de este ambiente de forma semicircular, en forma de torreón, y las formidables columnas que soportan la cúpula central. Este gran espacio abierto alberga tres niveles.

El nivel inferior es el de mayor radio, ya que sirve de base para las dos losas superiores. En la parte central está el comedor, al que se accede desde el nivel inferior a través de dos escaleras ubicadas, cada una de ellas, en los laterales del semicírculo. Finalmente, el den se encuentra exactamente sobre el comedor. La vista que se aprecia desde este salón es maravillosa ya que son muchos y muy amplios los ventanales ubicados ordenadamente en las altas paredes del torreón. La silueta de unos cocoteros balanceándose suavemente por la brisa marina, el subir y bajar de las olas, al igual que las coloridas pangas de los pescadores de la región, ofrecen un panorama extraordinario.

Desde el área social, salimos a una gran terraza techada desde donde se aprecia el mar en su totalidad. Un gran espejo de agua de forma irregular, revestido en mosaiquillos en variados tonos de azul, crea un efecto maravilloso con las blancas paredes de la fachada y el verde del bien cuidado jardín. “En esta área es donde los niños pasan gran parte del tiempo, a ellos les encanta estar al aire libre”, comenta la dueña de esta maravillosa propiedad muy complacida.

Una escalera zigzagueante se abre camino desde el pequeño montículo donde está colocada la casa hasta la playa. Aquí, nuevamente, vemos el símbolo musulmán de la media luna creciente.

Son muchos los años que han pasado desde que el patriarca familiar se estableciera en nuestro país, echara raíces e iniciara una familia que mantiene sus creencias y principios, pero que ha logrado integrarse a nuestro medio sintiéndose orgullosa de ser panameña.

Fotos: Silvia Grunhut / Space 67.
Vista aérea: Alfredo Máiquez / Nature and Travel.

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