Vargas Llosa le apuesta al amor

Ma. Mercedes de la G. de Corró |

23 diciembre, 2006

La maestría de Vargas Llosa nuevamente sale a relucir a través de este relato exquisito, una novela que vale la pena leer. > Travesuras de la niña mala, la más reciente novela de Mario Vargas Llosa, es una historia de amor (hecha más de interrupciones que de encuentros) entre una mujer inescrupulosa y un hombre bueno, enamorado “como un becerro”. Para delicias del lector, estos amores enrevesados tienen como escenario a París, Londres, Tokio, Lima y Madrid. Además, germinan en el verano del 50, en el momento en que el limeño barrio de Miraflores le abría paso al muy excitante y atrevido mambo. Y siguen echando hojas a lo largo de los años 60, 70, 80 y hasta entrados los 90, cuando Madrid empezaba a gozar de “una vitalidad cultural extraordinaria”. Lo que permite repasar con una mirada retrospectiva algunos de los interesantes cambios sociales que experimentó el mundo en la segunda mitad del siglo pasado.

Travesuras de la niña mala no es una comedia, pero está plagada de cursilerías propias del amor. Tampoco es drama, aunque deja un resabio de nostalgia, porque el lector es testigo del paso del tiempo y de cómo éste va derritiendo las ilusiones con sus baños de realidad. Más que nada, es un relato exquisito que desde el principio despierta las ansias de llegar a un final que, al mismo tiempo, se quisiera posponer (para poder seguir leyendo). En Travesuras de la niña mala, la maestría de Vargas Llosa se ve por todos lados. En la forma sutil como convierte al lector en observador condescendiente de esa diabla que es la niña mala; en la capacidad de unir muchos fragmentos (capítulos) independientes, sin que se vean las costuras; y en el milagro de hacer convincentes las casualidades imposibles que permiten que esta relación amorosa perdure a través de los años.

El autor
Para escribir una novela de amor –¡tema tan trillado!– y lograr sorprender al público, hay que ser un gran escritor. Hay que ser Mario Vargas Llosa, ese Picasso de las letras que ya no tiene nada que probar, porque ha reconstruido la historia (La Fiesta del Chivo, La guerra del fin del mundo); se ha explayado en la novela erótica (Los cuadernos de don Rigoberto, Elogio de la madrastra…); ha incurrido en el terreno de lo policial (¿Quién mató a Palomino Molero?); ha sido cuentista (Los Jefes) y ensayista (La tentación de lo imposible).

Vargas Llosa es un observador del mundo que, paralelamente a la creación literaria, mantiene una producción regular de artículos periodísticos de temas variados. Y es un intelectual apegado a principios que nunca se contagiaron con el entusiasmo de sus coetáneos hacia ciertas corrientes izquierdistas o hacia figuras interesantes desde el punto de vista del escritor, pero nefastas desde la perspectiva del ser humano. De hecho, Mario Vargas Llosa ha sido tan leal a sus ideas como al mechón engominado que seguramente quedará bien reproducido en el busto de cera con que lo piensa inmortalizar un museo de Madrid, la capital del país que lo acogió como ciudadano.
Recientemente, dicho museo organizó una ceremonia para tomarle las medidas; el autor de 70 años aceptó atender a los periodistas que lo estaban esperando para escarbarle la vida, una vez más. Acerca de sus planes futuros, no puso reparos en revelar que: “Seguiré escribiendo”. Sobre su participación en la vida política de su país de nacimiento, dijo que era: “Un compromiso que en su momento quiso atender” y que, pasadas las elecciones, (esas en las que los peruanos decidieron que Alberto Fujimori sería un mejor presidente para el Perú), se convirtió en un capítulo cerrado y en un libro abierto (Como pez en el agua).

Le preguntaron también acerca de la génesis autobiográfica de Travesuras de la niña mala, cuyo protagonista es un traductor peruano, instalado en Europa. Vargas Llosa la negó, explicando que la narración en primera persona, los escenarios, las vivencias rescatadas de la memoria, son elementos que utiliza para darle credibilidad a la historia. Y sí, seguramente es verdad lo que dice Vargas Llosa acerca del carácter ficticio del personaje y de la saga improbable que le toca protagonizar. No obstante, los lectores difícilmente podrán –o querrán– renunciar a la ilusión de imaginar que un poco del espíritu del autor habita en el personaje de Ricardo Somocurcio, con quien Vargas Llosa coincide, no solo en épocas vividas, ciudades habitadas, y gustos literarios –Flaubert, Chéjov–, sino en el hecho de que ambos tienen a la palabra como herramienta de trabajo. Y hacen buen uso de ella. Sin contar que, tanto como el niño bueno de la novela, Mario Vargas Llosa habrá sufrido y gozado, una o muchas veces, a merced de las fuerzas del amor…

Entrevista exclusiva a Mario Vargas Llosa
“Travesuras de la niña mala me hizo pasar muy buenos momentos”
Por: Ma. Mercedes de la G. de Corró

Escribir una novela de amor, ¿es una licencia que se da ahora que ya ha sorprendido al público con algunas de las grandes novelas latinoamericanas de las últimas décadas?
La idea de escribir una novela de amor me daba vueltas hace muchos años y, por fin, la he puesto en práctica con Travesuras de la niña mala. Es una novela de amor moderno, es decir, de un amor marcado por las características de nuestra época, en la que hombres y mujeres tienen más libertades que antaño, y en la que las mujeres ya no son meros apéndices de padres, maridos y hermanos, sino gozan también de una disponibilidad semejante o comparable a la de los hombres.

Travesuras… es una lectura fluida, deliciosa… ¿escribirla también lo fue? ¿Diría que fue un proceso menos complejo que el que requirieron trabajos anteriores?
Escribir una novela es siempre para mí un gran trabajo y me lleva a hacer muchas revisiones y correcciones. A veces, es más difícil escribir una novela de apariencia ligera que una novela densa y compleja. Pero es verdad que Travesuras de la niña mala me hizo pasar muy buenos momentos, sobre todo en los episodios en los que he aprovechado recuerdos de ciertas ciudades y épocas que aparecen en la historia. Los escribí traspasado por la melancolía.

¿Por qué sintió la necesidad de dar detalles tan fuertes acerca de la relación de la niña mala con el japonés?
La relación de la niña mala con el japonés es una relación hecha de violencia, como ocurre muchas veces en las relaciones amorosas, aunque ello se oculte por pudor y vergüenza a la luz pública.

¿Cómo ve la vida en este momento? ¿Acaso con la misma nostalgia que se desprende de esta novela en la que las páginas van dejando atrás los años, los sueños, las aventuras… la fogosidad? ¿Qué le da placer en este momento de su vida? ¿Con qué sueña?

Mi vida actual, como la pasada, está hecha de trabajo, ilusiones, inquietudes y de proyectos diversos. Es verdad que siento el paso de los años, pero ello no es un lastre, porque sigo estando más interesado en el futuro que en el pasado; es decir, lo que me queda todavía por hacer me parece más sugestivo que lo que ya hice.

¿Cómo reparte su tiempo entre el trabajo como escritor de ficción y el de articulista?
¿Realiza ambos simultáneamente en horarios distintos?

Trabajo seis días por semana en mis libros y el restante –generalmente el domingo– en mis artículos periodísticos.

Créditos fotográficos:
Mario Vargas Llosa: Richard Smith / Corbis Sygma

 

 

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