¿Cómo se puede alcanzar el éxito en nuestro diario vivir?


A dos años de su partida, recordamos uno de los escritos que más nos inspira del señor Federico Humbert, quien fuera Presidente de Banco General por 42 años. Mantener vivos sus valores es nuestro compromiso.

Por: Federico Humbert Azcárraga, diciembre de 2011, para la revista EnExclusiva

La editora de En Exclusiva, Gladys de Gerbaud, me pidió que escribiera sobre la pregunta que encabeza este escrito, solicitud que me puso a meditar y que me lleva a compartir con usted, amable lector, conceptos muy, pero muy, personales al respecto.

Me limitaré a abordar ideas sobre el éxito desde el punto de vista empresarial y familiar, pero el éxito tiene una dimensión mucho más amplia y muy relativa según las circunstancias de cada individuo y su situación particular.

Hay personas con trayectorias de éxito muy reconocidas en diversos campos, empresariales, profesionales, deportivos, artísticos, espirituales, pero también hay millones de personas cuyas vidas son una historia de éxito, personas anónimas que cada día superan una discapacidad, una enfermedad o que simplemente hacen el bien e impactan otras vidas de forma permanente. Hay casos de personas muy exitosas en algunos aspectos profesionales, pero que en otros aspectos de su vida son desastrosos. Así que dicho esto, pretendo que entendamos el éxito de forma integral y no como un objetivo en sí mismo, sino como el resultado de una vida de bien.

Por eso el éxito siempre es relativo, pero lo medular es que los actos que construyen el camino hacia el éxito sean ejemplos para que otros tengan modelos que seguir. ¿Cómo he alcanzado yo, si es el caso, el éxito en algunas etapas de mi vida? Esta pregunta la voy a responder tomando como ejemplo al Banco General, organización que he presidido por los últimos 36 años. Trataré de escribir unas líneas que puedan conjugar Banco General conmigo, bajo el denominador común del éxito.

La semana pasada celebramos la reunión anual del voluntariado corporativo “Vecinos en Acción”, agrupación que reúne más de 2,000 colaboradores del Banco. Este es para mí uno de los más importantes, sino el más trascendental evento, en mi relación con nuestro personal. En las palabras que dirigí a los asistentes y teniendo ya en mi mente el tema de este artículo, les dije que mi forma de ver el éxito no se podía medir en las cosas materiales que me rodean; no es que esto estuviera mal, sino que simplemente eso para mí no significa éxito, y luego concluí diciéndoles que éxito era estar rodeado de tantas personas de todas las edades, de todos los estratos sociales, que han encontrado un espacio de su tiempo y lo dedican a mejorar la vida de otros, personas que yo llamo: “nuestras almas que trabajan en silencio”. Ese evento y otros similares constituyen mi verdadero éxito.

Al día siguiente, sin yo solicitárselo, una jovencita que se encontraba en el evento me envió un correo que contenía algunas frases relacionadas con el tema de nuestro artículo… éxito… y la frase lee: “El éxito del perseverante es alcanzar sus metas sin sacrificar sus principios”.

Para mí, este pensamiento recoge la esencia de mi modo de pensar, de vivir, del liderazgo que he traído al Banco General. El fin nunca justifica los medios y es precisamente este dogma, sumado a la perseverancia, los que forman el binomio que ha llevado de la mano a nuestra institución a ser reconocida en la comunidad por la ética, valores y principios.

El éxito alcanzado por Banco General no se puede cuantificar únicamente por el monto de sus utilidades o por el crecimiento extraordinario alcanzado desde su fundación. Definitivamente no. Nuestro éxito se debe medir primero por la cultura corporativa que rige nuestra institución, sin desestimar el compromiso de crear valor para nuestros accionistas, por la compensación justa para nuestros colaboradores, la solidaridad con los marginados y un excelente servicio a nuestros más de 500 mil clientes.

En el camino para lograr el éxito es preciso fijar metas y la más importante, de la cual saldrán muchas otras, es el hacer las cosas bien, consultando siempre en lo más íntimo con la conciencia. Esta práctica se convierte en rutina, de forma que nuestro juez, la conciencia, siempre tiene la última palabra en nuestro diario acontecer.

A continuación, comparto algunos de los ingredientes que considero forman parte del camino hacia el éxito.

Trabajo. Me decía mi padre: “No hay substituto para el trabajo”, y otro gran amigo, Bobby Motta, siempre insistía… “mientras más trabajo, más suerte tengo”, haciendo referencia a que muchas veces asocian el éxito con la suerte, que definitivamente juega un papel importante, pero que la suerte sin el trabajo nunca va a alcanzar el éxito.

Honradez. Poner la honestidad por encima de todo. El reconocimiento por parte de la comunidad de la integridad de uno es camino para lograr el éxito en los negocios. Mi padre solía decir que la honestidad no tiene grados, por eso cuando alguien se refería a alguna persona comentando que él es “muy honrado”, decía que eso no era posible, porque se es o no se es honrado.

Establecer metas intermedias y la meta final de un proyecto específico y hacerlo con perseverancia es parte del camino hacia el éxito. Igualmente, habrá ocasiones de proyectos que prueban no ser factibles… a veces se gana y a veces se pierde; reconocer la diferencia y, algunas veces, tomar medidas que aunque traumáticas son necesarias, es sabio. Me decía un amigo que en los negocios hay que saber perder.

Contratar siempre honestidad. Esto ha sido el pilar del éxito de nuestro banco y en el quehacer diario en mi vida. La organización se mueve con 3,200 colaboradores, con un gerente general equivalente al CEO y cuatro vicepresidentes ejecutivos que integran la alta gerencia. Al contratar, la condición primordial es la integridad; se puede tener un candidato muy capaz, pero si no es íntegro no vale la pena considerarlo.

Saber delegar y reconocer cuándo delegar es una condición para alcanzar éxito. No se puede pretender acaparar la administración de una organización. Nadie busca medallas públicas, lo que se busca es hacer que el engranaje administrativo funcione.

Les comparto un ejemplo, en el campo de los deportes: en baseball, el equipo de los Yankees (no de mi predilección) y, en football, Notre Dame (mi pasión deportiva), no colocan el nombre del jugador en el uniforme, para que se entienda muy bien que el triunfo o las derrotas son del equipo y no de un jugador en particular. Pensemos así en nuestras empresas, poniendo la humildad por encima del a veces implacable ego. En las organizaciones siempre hay muchas personas exitosas, que dentro de su especialidad se distinguen por aportar al equipo. Sin embargo, el éxito no se limita al trabajo y a la dedicación empresarial. Existe un área adonde el éxito es mucho más importante: la familia.

Hace ya muchos años, unos 30 o más, en uno de los primeros cursillos de Cristiandad, el sacerdote que dirigía el cursillo… me parece que se llamaba RP Segura, durante la primera noche en su reflexión nos dijo: “Imaginemos que estamos en un salón en el que se va a proyectar la película de la vida de cada uno de ustedes, la audiencia son sus hijos, su cónyuge, sus amigos. Se trata de una película completa, sin cortes. Preguntémonos cuántas veces nos tendríamos que parar para tapar el foco del proyector”. Éxito es no tener que detener la película de la vida y, si hay que hacerlo, comprometernos para volver a proyectar esa película de la vida sin tener que hacerle cortes. Lograr esto describe a la perfección lo que es alcanzar el éxito.

Termino este pequeño escrito sobre un tema tan importante con la frase evangélica: “Somos administradores de lo que el Señor ha puesto en nuestras manos”. Podemos ser buenos o malos administradores… eso depende de cada uno en particular.