Jóvenes panameños que llegan lejos
Cuando pensamos en cómo lograr el éxito quizás sea fácil imaginar una figura concreta, un ideal o modelo en quien podamos inspirarnos. Los protagonistas de esta historia, dos de ellos desde el círculo de las artes y otra desde el mundo científico, han logrado centrarse en sus metas y alcanzar objetivos admirables a edades muy tempranas, dándole un giro a sus carreras con empeño, dedicación y tesón. A medida que avanzan profesionalmente, dejan el nombre de Panamá muy en alto.
‘Me gustan los retos’
Andrea Profili tiene 28 años, comenzó a tocar el violín desde muy temprano en su vida, y recuerda cómo le decía a su mamá que quería tocar la “guitarra chiquita”, refiriéndose al violín. El apoyo de sus padres fue esencial para poder descubrir su talento y trabajar día a día en su formación, mientras estudiaba este instrumento con el profesor Horacio Bustamante, en Panamá. Al graduarse de la escuela, Andrea emprendió un largo camino de estudios en Converse College, Estados Unidos, para especializarse en su pasión, la música.
Así como sabía desde pequeña que quería tocar el violín y descubrió su talento con disciplina y dedicación, muy temprano supo que quería ser directora de orquesta. “Fui a un concierto de la Sinfónica Nacional y allí experimenté la orquesta. Mi mamá me dijo: ‘Un día vas a estar tocando ahí’, y yo le dije: ‘Yo quiero estar dirigiendo con la batuta’. Me quedó eso grabado y tengo un recuerdo vivo de escuchar una pieza que se llama Sabre Dance, por Khachaturian. En mi adolescencia toqué en bandas de rock, pero siempre seguí con mis estudios clásicos. Estudié violín medio año en la Universidad de Bellas Artes en Panamá y, a través del Colegio Brader, me salió una beca para estudiar en Estados Unidos donde continué con el violín a un nivel profesional”. Conocí a una directora de orquesta en la escuela donde estaba estudiando y ella me empezó a enseñar. Con el violín uno practica y, si uno se encierra, puede mejorar. Pero con la orquesta no es así, necesitas a personas que estén dispuestas a tocar enfrente tuyo y practicar con personas de verdad, lo que es difícil porque nadie te da chance al principio”, nos contó Andrea.
Con la beca Rob Fund Memorial Grant logró realizar su sueño de estudiar dirección de orquesta con reconocidos profesores como Sarah Ioannides y Siegwart Reichwald. A su vez, en el camino descubrió que su vocación no solo consistía en entregar su talento al público que la escuchaba, sino que iba más allá y consistía en enseñar a niños, por eso cursó una maestría en Pedagogía de la Música. Con la culminación de esos estudios, pudo incorporar su carrera a la sociedad: “Estudié pedagogía musical, que es aprender a enseñar música, a través de la psicología y de cómo aprenden los niños. Si sabes esto, puedes transmitir a los niños diferentes conocimientos; en mi caso, la música. Podemos mejorar si compartimos lo que sabemos. Me llamó la atención un programa que iniciaron en Venezuela que se llama El Sistema y, cuando estaba estudiando en Estados Unidos, llegó a mis manos una aplicación del Conservatorio de Nueva Inglaterra para estudiar El Sistema. No había pensado que la música clásica podía ser así: abierta para todos. A través de El Sistema, los niños que venían de las afueras de la ciudad tenían acceso a la música, a escuchar una orquesta, algunos de ellos incluso tocaban instrumentos. Les enseña a los niños que hay un mundo más allá del que ellos viven, que incluso nos une y esto se logra a través de la música”.
El trabajo actual de Andrea la ha llevado a conquistar la Gran Manzana a través del corazón de los niños y familias que confían en ella la educación musical de sus hijos. Mediante el programa UPBEAT NYC, ella busca mejorar las vidas de los niños del sur de Bronx a través de la enseñanza del violín. Pero el programa WHIN (Washington Heights Inwood Music Project), basado en el modelo de El Sistema, es el que la ha cautivado. Allí 150 niños reciben una enseñanza musical de calidad. En su tercer año liderando las orquestas y preorquestas infantiles, Andrea reconoce un futuro prometedor en enseñar música de una manera más dinámica y acorde con los tiempos que nos rodean: “Nuestro programa es una oportunidad, un programa de inclusión sin importar raza o nivel socioeconómico. En WHIN involucramos mucho a los papás porque para nosotros la familia es el núcleo social principal. La idea es formar músicos y enseñarles a los niños que hay ciertas habilidades y valores que se desarrollan aprendiendo a tocar el instrumento. Cuando estás en la orquesta y vas a tocar con el oboe no puedes tocar más alto, debes escuchar para poder lograr la armonía”, nos cuenta, mientras destaca cómo la música puede ser un instrumento para lograr cambios en la sociedad desde los microcosmos que la componen. Andrea no descarta la idea de regresar a Panamá y compartir su conocimiento y experiencia. Esperamos que lo logre.
Fascinación por el mundo científico
A sus 35 años de edad, Gina Della Togna tiene un objetivo muy concreto que ha logrado plasmar con su carrera: proteger la biodiversidad del planeta a través de la ciencia. Desde sus estudios como bióloga, Gina logró, después de sustentar su tesis de maestría en Panamá, una beca de SENACYT para el Programa de Doctorado de Biología Molecular y Celular de la Universidad de Maryland. De ahí en adelante y por los últimos seis años, su trabajo en la conservación se ha visto muy enfocado en especies en extinción, como candidata a doctorado en el Departamento de Reproducción del Smithsonian Conservation Biology Institute, o SCBI, del Smithsonian National Zoological Park.

El proyecto que desarrolla Gina ayudará enormemente a las poblaciones de ranas doradas en cautiverio –donde pueden vivir hasta 12 años– en Panamá y alrededor del mundo. La última vez que la rana dorada fue avistada en su hábitat silvestre fue en el año 2009.
Desde hace cinco años trabaja en un programa que se dedica a la conservación de la rana dorada, que actualmente está extinguida en su hábitat natural. Formar parte de este programa ha sido una realización tanto personal como profesional para Gina: “Siempre he tenido una fascinación por los animales. Mi fuerte siempre han sido los mamíferos, pero cuando se presentó la oportunidad de desarrollar este proyecto de la rana dorada, una especie tan importante de Panamá y tan necesitada en este momento, no lo pensé dos veces. Desde entonces, tengo una afinidad aún mayor con los anfibios y principalmente con `mis muchachos’, los 28 machos que tenemos en la colonia para este proyecto, que consiste en extraer, caracterizar y estudiar en detalle, las células espermáticas de la rana dorada y desarrollar un método para poder congelarlas en nitrógeno líquido sin que mueran, para ser luego utilizadas en técnicas de reproducción asistida y como un banco genómico para la especie”.

El proceso de criopreservación o congelamiento de material biológico vivo se lleva a cabo con el uso de nitrógeno líquido, cuya temperatura es -196 grados centígrados. En el caso del esperma de las ranas doradas, Gina lleva 6 años desarrollando el protocolo de criopreservación más efectivo para la especie.
Recientemente, Gina experimentó un avance nunca antes visto y fue la extracción exitosa de los espermatozoides de la rana dorada, un resultado realmente prometedor para la conservación de la especie. El tema la apasiona por completo y nos brinda detalles para entender la magnitud del trabajo que realiza con cada uno de los anfibios con los que comparte el día a día: “El protocolo de extracción de esperma que desarrollamos ha sido sumamente exitoso, utilizando una combinación de hormonas que se inyectan subcutáneamente. Los retos más grandes son básicamente tres: el desarrollo de un protocolo de criopreservación que produzca una recuperación de más del 50% de las células vivas y viables luego del descongelamiento; la aplicación de estas técnicas en otras especies en peligro de extinción emparentadas con la rana dorada; y la aplicación de todas las técnicas de laboratorio en campo, es decir, poder colectar esperma de especies que aún se encuentren en sus hábitats y poder preservar su material genético, todo esto en el campo”, compartió Gina.
En los procesos científicos, al igual que en la vida, enfrentar retos forma parte del éxito. Gracias al avance logrado Gina ha visto resultados; sin embargo, reconoce que aún falta camino por recorrer: “El hongo Bd y la destrucción del hábitat están acabando con muchas especies de anfibios en todo el planeta y en Panamá. La rana dorada pertenece al género Atelopus, el más afectado por el hongo, con el 56% de las especies desaparecidas de sus hábitats silvestres, incluyendo la rana dorada, que actualmente solo se encuentra en cautiverio”. En este escenario, el adelanto hecho por Gina es indiscutible.
“En mi experiencia, la pasión por la ciencia y la conservación han sido el motor que me ha impulsado a poder alcanzar lo que he logrado hasta ahora. Tener presente que querer es poder. Si se tiene claro que alcanzar lo que se quiere toma mucho tiempo, esfuerzo, trabajo duro, fallos, decepciones, éxitos, entonces muy probablemente uno lo alcance. La fe, el optimismo y la buena actitud, son buenos compañeros. En mi caso, a menos del año de haberme venido para Estados Unidos, mi mamá fue diagnosticada con cáncer y murió a los 8 meses. A pesar de todo el sufrimiento, tuve que continuar porque sabía que es lo que tenía que hacer y fue algo muy difícil de enfrentar”, nos dice esta joven luchadora, agradecida con la vida y con quienes la han impulsado a alcanzar sus ideales: su esposo, su familia, colegas y amigos. “Es determinante contar con gente que te apoye”, concluye.
Puente entre dos culturas
Vivir del arte es una meta que para muchas personas parece imposible conseguir. Sin embargo, Sebastián Calderón Bentin, a sus 33 años de edad, ha sabido compenetrar perfectamente la profesión de ser actor de teatro con el trabajo académico como profesor universitario, enseñando cursos sobre Teatro Latinoamericano y Teoría de Performance en la reconocida New York University (NYU). Después de obtener una maestría en Estudios de Performance y un doctorado en Teatro y Estudios de Performance de la Universidad de Stanford, Sebastián decidió comprometerse con la docencia.
La visión de Sebastián consiste en poder lograr –a partir de su trabajo como actor– un análisis más profundo del fenómeno cultural que representan las artes escénicas en la sociedad; esto se traduce en un aspecto teórico filosófico de las artes, que para muchos despierta una interrogante de lo que puede implicar. Sin embargo, para Sebastián, el descubrimiento de esta simbiosis entre ser actor y profesor lo ha llevado no solo a ganar el Premio Routledge de investigación de posgrado sobre performance, sino también a publicar artículos y ensayos del tema, aparte de ser un referente de inspiración para sus pupilos, jóvenes altamente inquisitivos a los que busca retar intelectualmente en su paso por las aulas de NYU.
La pasión por la actuación fue algo que Sebastián descubrió desde muy temprano y, cuando le habló a sus padres sobre el deseo de estudiar esta carrera, contó con su apoyo incondicional, incluso para realizar sus estudios universitarios en Nueva York. “Yo fui labrando mi camino. Cuando dices teatro, inmediatamente la gente piensa en Broadway, esto no es lo que hago hoy, después de terminar mi doctorado e incorporarme como profesor en NYU, continúo mi carrera como actor de teatro en un tipo de teatro que llamaría independiente o alternativo. Actualmente, estoy trabajando con dos compañías, una en Chicago y otra que dirijo en Nueva York, preparando dos proyectos para el 2016. Armar estas obras dura un año y por el tipo de teatro que es, meses antes de lanzar la obra hacemos una especie de montaje en proceso abierto al público, que es gratis, para ver las respuestas que recibimos”, nos explicó respecto a los planes de futuro cercano que lo ocupan.
Lo que más le llama la atención a Sebastián es contribuir a la investigación del rol del artista en la sociedad, y cómo en la vida rápida que llevamos hoy las personas no nos paramos a reflexionar; sin embargo, a través del arte y este tipo de teatro se logra tener espacios para recapacitar. “Lo que hace la preparación en el artista es causar reflexiones más profundas a la hora de crear; en mi caso, la reflexión ha fortalecido mi capacidad de enfrentar un reto perenne, que consisten en nutrir la vocación en el ámbito profesional para una vida sostenible como artista”, compartió Sebastián sobre su trayectoria.

De izquierda a derecha: Hannah Heller, Sean Donovan, Paige Collette y Sebastián Calderón Bentin en la obra The Climate Chronicles, presentada como parte de la iniciativa Arts Incubator Project, en 2011 en Nueva York.
Una de sus metas es actuar como puente entre Panamá y las diversas instituciones a las que tiene acceso, para propiciar encuentros culturales y artísticos diferentes. En enero del 2015 se lanzará con su primer gran proyecto local, INTEROCEÁNICO, mediante el cual Panamá participara en un encuentro global sobre performance (www.fluidstates.org), abriendo foros, conferencias e intervenciones con artistas y académicos invitados para al público en general. La idea que tiene Sebastián con esta y otras iniciativas es traer al público panameño material nuevo que permita intercambios culturales enriquecedores. Poder ejercer como profesor en Panamá también es algo que tiene en sus planes. Aunque no proyecta quedarse permanentemente, el horario de su trabajo actual le permite pasar temporadas en nuestro país y por eso está trabajando para crear las oportunidades. La idea es no desligarse ni de su trabajo actual que le permite alimentarse, nutrirse y formarse, ni de Panamá, donde ve un sinfín de oportunidades.
Tres jóvenes, tres mundos, tres historias de superación y de crecimiento profesional. Visualizando sus metas y trabajando para conseguirlas, les ha permitido tanto a Andrea, como a Gina y a Sebastián, ser profesionales destacados en sus áreas. Quizás con el talento se nace, pero solo con disciplina y perseverancia estos tres panameños han logrado llegar muy lejos y aún les falta camino por recorrer.
Fotos:
Chris Lee
Cortesía de Gina Della Togna y Pei-Chih Lee, SCBI Lorie Novak
Cortesía de Sebastián Calderón Bentin