La literatura que conmina a ser mejor

Berna Burrell |

24 diciembre, 2008

Si motivo es aquello que impele a actuar de una manera definida, y motivar, “disponer el ánimo de alguien para que proceda de un determinado modo”, qué motivo habrá más apropiado que una lectura inolvidable, y qué mejor disposición de vida que la que resulta de ésta.

La literatura universal está colmada de sucesos y seres que enseñan a vivir, a actuar con mayor humildad, sentir compasión, amar a plenitud, aprender a ser, llevarnos mejor con nuestro entorno y época… Creaciones maestras de la palabra escrita que muestran ventanas a pequeños arco iris en nuestra cotidianeidad. Que nos motivan. Y motivación no es lo mismo que moraleja; ésta, es una lección que ya percibíamos por experiencia, intuición o sentido común y que no necesariamente acataremos. En cambio aquella, aunque parecida y menos obvia, es más fuerte, puede hacernos actuar casi de inmediato y más definitivamente. En una buena obra literaria puede estar a la vista, ocultarse latente o percibirse y asimilarse mucho después de leída. ¿Acaso no encierra una gran lección Madame Bovary en la desmesura y desgracia de Emma al confundir su realidad con la ficción de novelitas rosa?; y ¿no hay en El viejo y el mar una motivación que está a la vista, a veces hay una empresa que por grande que parezca o por pequeña e insignificante que sea, llevarla a cabo puede ser lo más importante que hagamos en la vida?

Una obra que puede motivarnos a amar y reverenciar la naturaleza es Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda. Aun sin mayores pretensiones, posee una de las prosas más amenas y bellas que he leído sobre la exuberancia de la selva americana, y enmarca el autosacrificio del más astuto y noble animal, una tigresa que había perdido a sus cachorros y a su compañero.

También Ernesto Sábato se preocupa por la Tierra en Antes del fin, sus memorias. Generoso advierte del mundo que ya no será de él: “Nuestro planeta se encuentra en estado desolador, y si no se toman medidas urgentes va en camino de ser inhabitable en poco más de tres o cuatro décadas”. En ese legado, acepta sin ambages que la infelicidad anida en la vejez y la llama“… el período más triste de mi vida. (…) tiempo en que me siento desvalido, al no recordar poemas inmortales sobre el tiempo y la muerte que me consolarían en estos años finales”, pero también late la esperanza. Toda la obra de Sábato es digna de leerse, pero este libro, atesorarse. Con prosa bellísima, rememora lo que en una vida ha acumulado, a algunos seres que se le han quedado en el camino, como ese hijo que espera reencontrar en un más allá en el que a veces no cree. Por qué es motivadora esta obra, pues porque un hombre como Sábato reconoce que la vejez es triste, pero también admite la esperanza de que al morir pueda encontrarse con el hijo que le precedió.

El tema trae a la memoria Paula y La suma de los días, de Isabel Allende. La primera es una novela de melancólica retrospectiva que no entristece; en cambio, motiva a atesorar vivencias que valdrán para el recuerdo del tiempo que el ser querido estuvo con nosotros. Quienes sufrieron la pérdida de un hijo se sentirán identificados, y también quizás con un poco de alivio por comprender mejor que nadie y saberse comprendidos en esa forma tan particular como la autora enfrenta la pérdida de la hija. De La suma de los días citaré un comentario que hice en su momento: “Sin falsas pretensiones, una obra bien narrada, llega suavemente muy adentro, como si una hermana nos besara en el alma. Es la vida real en un libro que nos gustaría regalarle a la tía de pensamiento libre, a los hombres con los pies en la tierra, leerlo con un grupo para comentar saboreando una copa de vino, reír a carcajadas de nuestras cosas, o llorar por ese ser querido ya muerto, al que a veces también quisiéramos volver a abrazar”. Mosaico, La Prensa, 14-10-07

Algunas de estas obras motivacionales han sido éxitos de venta, como Las 7 leyes espirituales del éxito, El camino a la sabiduría, entre otras. A su autor, Deepak Chopra, “la revista Time lo seleccionó entre los cien iconos y héroes del siglo XX, y lo describió como ‘el poeta-profeta de la medicina alternativa’ ”. Curiosamente, este médico prefiere curar el cuerpo a través del alma. Es decir, su motivación se dirige principalmente a las emociones. Y si juzgamos por su popularidad, lo ha logrado.

La palabra secreto despierta interés de inmediato, implica misterio, un conocimiento valioso entre pocos; unos cuantos privilegiados. Si este se vende como objeto “…altamente codiciado, oculto, perdido, robado y comprado por grandes sumas de dinero. (…), milenario…”, conocido por personajes como: “Platón, Galileo, Beethoven… Einstein…”, nos atrae poderosamente la curiosidad. Y si posee una prosa vivaz que va desgranando con sabiduría el tesoro que prometió, entonces quedamos atrapados. Ese es el caso de la obra El secreto, de Rhonda Byrne. En su género, ha resultado un éxito sin parangón. Y a pesar del místico mensaje: “El secreto es la ley de la atracción; todo lo que llega a tu vida es porque tú lo has atraído”, que quizás no pueda convencer a todos; durante la lectura, un tanto repetitiva, pero muy fácil, puede sembrar suficientes dudas y estimular los pensamientos positivos. Y ello, aunque no sea real y tangible para todos, por lo menos es muy saludable.

De estas lecturas, hay una que debe mencionarse: La última lección, de Randy Pausch. A mi juicio, la que mejor cumple con la clasificación de lectura motivadora de las obras que he mencionado. Pues no sólo es valioso el legado, sino el ejemplo de valentía de que fue capaz un hombre joven que sabía que iba a morir. La lección es enorme porque tiene diversas facetas, como: el amor a sus hijos pudo más que su autocompasión; que se sobrepone al pánico de saber que morirá para hacer un libro que cumple la primera regla, es muy ameno; hace que el lector olvide a ratos el patetismo que rodea el motivo del libro; logra que veamos la muerte como algo natural, un paso más; definitivo, pero sólo un paso.

Admito que prefiero la motivación que cuesta más descubrir, la que se encuentra en la gran literatura, que se engarza en las obras maestras, la que nos encuentra a nosotros detrás del arte de la palabra escrita y la prosa perfecta, y que a veces descubrimos por sus destellos de piedra preciosa, la del pensamiento que nos resulta ideal porque es justo lo que motiva nuestra sensibilidad y nos premia de paso con el halago implícito por el hallazgo. Hace poco leí que las obras literarias no han sido hechas para ser comentadas ni analizadas; sino para ser leídas y aceptadas o no. Añado: para conmover a quien las lee y si es posible, para cambiarle la vida.

Fotos:
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