Las finanzas conductuales: prejuicios, emociones e inversiones

Marjorie Pich de Arguello |

6 julio, 2017

Detrás de la toma de decisiones financieras hay un entramado de emociones y análisis no racionales que definen, muchas veces, dónde descansa nuestro dinero y, por ende, el retorno que recibimos. Tanto es así que existe una rama de las finanzas dedicada a estudiar el comportamiento humano ligado al manejo de nuestros capitales.

“Los individuos que no pueden controlar sus emociones son poco adecuados para beneficiarse del proceso de inversión”, dijo Benjamin Graham, considerado el padre de “value investing” y autor de The Intelligent Investor.

Los seres humanos padecemos de aversión al riesgo de sufrir pérdidas y, con frecuencia, nos guiamos por nuestro instinto y nos dejamos llevar por nuestras emociones en vez de optar por analizar a profundidad los detalles de una inversión. Nuestra racionalidad al invertir es limitada.

Las finanzas conductuales o “Behavioral Finance» es una rama de las finanzas que analiza las mismas desde un punto de vista psicológico. Su enfoque es el estudio de la psicología detrás de la toma de decisiones financieras. Las finanzas conductuales son una de las áreas más controversiales dentro de las finanzas, ya que desafían las teorías económicas y financieras tradicionales. Las teorías tradicionales se basan en la premisa de que los agentes económicos son seres racionales que toman sus decisiones maximizando su ingreso y minimizando sus costos. Las mismas asumen que los inversionistas tienen poca dificultad al tomar decisiones financieras, que procesan información de manera eficiente y no sesgada, y que no se dejan llevar por sus emociones. La realidad es que los inversionistas no se comportan de esta manera y, por ende, el continuo y creciente interés en esta rama de las finanzas.

Para tomar buenas decisiones financieras es importante analizar a fondo de forma racional los pros y contras de esas decisiones, sin dejarnos llevar por temas emocionales.

Las finanzas conductuales datan de 1979 cuando los psicólogos Daniel Kahneman, quien ganó el Premio Nobel de Economía en 2002 por su trabajo en esta rama, y Amos Tversky introdujeron la teoría prospectiva (“Prospect Theory”). Ellos encontraron que las personas actúan típicamente de manera irracional cuando toman decisiones bajo riesgo. Concluyeron que, al momento de tomar decisiones financieras, el temor de que se produzca una pérdida tiene una mayor influencia en la toma de dicha decisión que la satisfacción de obtener una ganancia.

Las personas usualmente evalúan estas pérdidas y/o ganancias usando lo que en la psicología se conoce como heurísticos o atajos (“shortcuts”) mentales. Los heurísticos nos llevan a no tener que pensar mucho y actuar o tomar decisiones rápidamente, pero, con frecuencia, las conclusiones a las cuales se llegan a través de esta manera de pensar son ilógicas o inciertas. Por ejemplo, muchas personas consideran que es una “regla” (“rule of thumb”) que la familia de la novia corra con los gastos de un matrimonio, cuando no existe razón puntual alguna para que sea así, pero existe la presión social de que debe ser así. Lo mismo aplica al invertir. Por ejemplo, el tener que mantener ciertos tipos de activos en un portafolio o implementar siempre ciertas estrategias, no existe una “regla” que diga que todos los portafolios deben ser creados de la misma manera. El tema de la heurística tiene que ver mucho con las finanzas, ya que la mayoría de los inversionistas no le dedican el debido tiempo a analizar a profundidad una inversión o bien a elaborar una estrategia de inversión puntual, planeada y analizada a detalle, sino que más bien toman sus decisiones de inversión con base en su intuición, estereotipos de experiencias pasadas o sesgos. A nivel colectivo, las finanzas conductuales brindan una explicación más clara del porqué se crean burbujas en los mercados y ocurren eventos de pánico donde se llevan a cabo ventas masivas de activos financieros de manera indiscriminada.

Según Benjamin Graham, “el principal problema del inversionista, e incluso su peor enemigo, es probable que sea él mismo”. Las finanzas conductuales han identificado los siguientes principales prejuicios o sesgos que impactan nuestras decisiones al momento de invertir:

Exceso de confianza: Esta es la forma más fácil de engañarse a uno mismo. Aquellos inversionistas con exceso de confianza tienden a sobreestimar su habilidad de identificar inversiones exitosas. Es común encontrar inversionistas que se atribuyen el 100% del crédito de una inversión que le fue bien en su portafolio, pero responsabilizan a su asesor del resto que no tuvo un óptimo desempeño a pesar de que el inversionista debe autorizar todas sus inversiones. Inclusive, existen inversionistas que tienen tanta confianza en las inversiones que seleccionan que consideran que la diversificación de activos no es necesaria en un portafolio. El exceso de confianza y atribución propia causan que el inversionista obvie consejos o críticas constructivas que bien podrían ayudarlo a mejorar sus decisiones de inversión a futuro. Es de valor agregado rebalancear su portafolio de manera disciplinada y llevar un registro de las comunicaciones con su asesor sobre sus inversiones.

La aversión al riesgo afecta nuestra capacidad de analizar a la hora de invertir.

Aversión al riesgo: La tendencia humana es tener una mayor preferencia de evitar una pérdida que la de recibir una ganancia. ¿Cuántos hemos tolerado una película entera en el cine a pesar de que desde el principio nos pareció aburrida? Sobrellevamos de mala gana las dos horas porque ya incurrimos en el gasto y no queremos “perder la plata” que nos costó el tiquete. Muchos inversionistas tienden a no querer vender inversiones que han tenido un pobre desempeño, ya que se rehúsan a aceptar la pérdida y tienen un deseo fuerte de tratar de, por lo menos, esperar a recuperar el valor de su inversión sin importar el tiempo que esto tome. En ocasiones, estos inversionistas no visualizan que existe un costo de oportunidad y que pudiesen recuperar su pérdida más rápido en otra inversión, en vez de aferrarse a la existente. Su asesor puede apoyarlo a evaluar si se amerita mantener o vender su inversión.

Sesgo a lo conocido (“familiarity bias”): Muchos inversionistas tienden a invertir solo en industrias, emisores o países que ellos sienten que conocen a profundidad. Asocian lo que conocen con un menor riesgo. Por ejemplo, hay inversionistas que optan únicamente por invertir en activos del mercado local panameño porque consideran que conocen bien la situación de Panamá y aseguran que conocen o saben de los grupos familiares detrás de las emisiones. No se toman el tiempo para evaluar oportunidades de inversión fuera de lo que ellos consideran que “conocen” y esto impacta la debida diversificación que debe tener un portafolio de inversión. Se dan los casos de portafolios con sobreconcentraciones por geografía, industria, emisor (mantienen varias emisiones a distintos plazos de un mismo emisor) y se limita la liquidez a la del mercado local.

El efecto manada nos predispone a hacer lo que los otros hacen a la hora de invertir.

Efecto manada (“herd bias”): Esta es la tendencia que tienen los seres humanos de hacer lo que hace la mayoría. Un ejemplo son las personas que hicieron inversiones en empresas “dot.com” cuando surgió la euforia del internet. Fueron muchos los inversionistas que perdieron dinero por invertir en acciones con valuaciones muy elevadas de este tipo de compañías. Muy pocos realmente entendían a detalle estas empresas y sus valuaciones, pero invirtieron ya que “todo el mundo” decía que era el futuro. Es muy común ver cómo los inversionistas se dejan llevar fácilmente por esta mentalidad: cuando los mercados están al alza todos quieren invertir, pero cuando los mercados empiezan a caer de manera abrupta, salen a vender de manera indiscriminada sus inversiones. Cuando hay volatilidad en los mercados es inclusive cuando uno más debería tener interés de evaluar alternativas de inversión, ya que la volatilidad trae consigo oportunidades de inversión a valuaciones más atractivas. El reconocido inversionista y empresario Warren Buffett dijo que como inversionista es sabio “tener temor cuando los demás son avariciosos y ser avaricioso cuando los demás son temerosos”.

Confusión en la evaluación o anclaje (“valuation confusion – anchoring”): La confusión en la valuación puede causar que el inversionista evalúe de manera incorrecta el desempeño de una inversión al usar un punto de referencia que no es el apropiado. Muchos inversionistas tienden a evaluar el desempeño de su portafolio contra un índice equivocado. Por ejemplo, se ve con frecuencia que los inversionistas le reclaman a su asesor que su portafolio tuvo un desempeño de 6% mientras que el índice S&P 500 tuvo un desempeño de 10% en el mismo periodo. En su mente concluyen que su portafolio tuvo un pobre desempeño y su asesor no hizo un buen trabajo. La realidad es que cuando uno evalúa las tenencias del portafolio, la mayoría son en activos de renta fija, depósitos a plazo fijo y papel comercial; mientras que el S&P 500 es un índice de renta variable. No se está comparando manzanas con manzanas y el inversionista utilizó un punto de referencia errado.

Contar con un asesor financiero es importante para entender qué nos conviene en términos financieros.

Es importante que todos los inversionistas y asesores de inversión estén conscientes de estos sesgos y prejuicios en el comportamiento humano, ya que tienen un impacto en el desempeño de nuestras inversiones. Existen diversas maneras de mitigar el impacto de nuestras emociones al momento de invertir. Por ejemplo, el establecer parámetros de inversión claros y definidos para su portafolio (“investment policy statement”); llevar a cabo reuniones periódicas con su asesor para revisar posiciones y rebalancear el portafolio de ser necesario; tener un horizonte de inversión a largo plazo, y establecer un plan de compra de un activo a través de compras periódicas en vez de realizar la inversión en una sola instancia y así promediar el costo (“dollar cost averaging”).

Igualmente, el asesor financiero tiene un rol clave de velar que nosotros, como inversionistas, tomemos decisiones que sean para nuestro beneficio, por lo que debe existir una relación de confianza y comunicación abierta. Es importante que el asesor conozca el comportamiento y nivel de tolerancia de su cliente. Asimismo, por parte del inversionista debe haber un compromiso de emplear autocontrol y mente abierta de recibir y evaluar consejos, ya que realmente no hay una cura per se para eliminar nuestros sesgos y prejuicios, pero es de beneficio el estar anuente de la existencia de los mismos, ya que ayuda a posiblemente mitigar su impacto en la toma de decisiones y, por ende, el resultado de nuestras inversiones.

Fuentes: Wikipedia, Investopedia, FranklinTempleton Academy, Nuveen Wealth Management Services.

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