Sanos hábitos financieros

Ángel Alvarado |

21 enero, 2021

Les brindamos una guía sencilla y congruente para poder analizar sus decisiones financieras y actuar acorde, para que logren mantener una buena situación económica a largo plazo.

El año pasado nos sacudió el piso. Es todo lo que diremos al respecto; ahora toca enfocarse en dónde estamos y en lo que podemos hacer para que, sin importar el temporal, podamos mantenernos a flote. Debemos analizar la situación, valorar cómo estamos mental y físicamente, y evaluar lo que hacemos diariamente, nuestros hábitos, para hacer los ajustes necesarios a fin de preservar nuestra paz, salud e integridad.

En este artículo nos enfocaremos en tres componentes para el desarrollo de hábitos financieros sanos. Esto, sin duda, aportará a nuestra paz mental dejándonos espacio para atender los demás aspectos de nuestras vidas.

Antes de explorar estos componentes, les proveemos de una útil definición. Un hábito es, según la Real Academia Española, un “modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas”. Agregamos a esta definición que los hábitos pueden iniciar como actos conscientes, pero con el tiempo y la repetición se aprenden y pueden volverse automáticos o inconscientes, como aprender a montar bicicleta.

Los hábitos son conductas subjetivas y cada persona tiene, por su propia personalidad e historia, hábitos distintos. Siguen una secuencia cíclica: hay un impulso, una acción (que puede volverse rutina) y una recompensa. El deseo por la recompensa despierta un impulso que conlleva a la acción y a la obtención de la recompensa. Entender los componentes de esta secuencia para nuestros propios hábitos o para desarrollar y mantener nuevos hábitos es importante, tanto para el ámbito de salud financiera como para el de nuestra salud física y mental.

El ciclo de los hábitos o el “Habit Loop”, de Charles Duhigg, en su libro The Power of Habit.

 

Desde el punto de vista financiero, un hábito sano es aquel que al ser repetido satisfaga nuestras necesidades o deseos y nos apoye a sostener una adecuada situación financiera (es decir, que podamos mantenernos generando ingresos, cubrir nuestras necesidades, ahorrar y cumplir con nuestras metas o compromisos).

Es importante resaltar que, inclusive en el ámbito financiero, cultivar un hábito sano depende más de las motivaciones, conductas o deseos de la persona, que de reglas o fórmulas matemáticas. Porque aunque ciertos consejos ampliamente conocidos, como procurar contar con un ahorro equivalente a un año de salario o ahorrar el 10% de la quincena, pueden indicar una adecuada situación financiera, debemos saber que son nuestros hábitos los que nos llevan a conseguir dichos resultados. Comparándolo con el béisbol, un promedio de bateo de .300 señala a un buen bateador, pero no nos dice nada de lo que hizo diariamente ese bateador para llegar a ese resultado. Dicho esto, aquí vamos…

Componente 1: El impulso

El impulso es el primer paso que nos hace crear un hábito; ¿a quién no le provocan unas papas fritas?

Es lo que nos mueve o motiva a llevar a cabo una determinada acción. Se manifiesta producto de señales de varias fuentes, como nuestras necesidades fisiológicas (el hambre), emocionales (el querer sentirnos mejor) o, incluso, de señales externas (como un anuncio de papas fritas en redes sociales).

Es importante reconocer que sobre el impulso muchas veces no tenemos completo control. Nuestro cerebro y cuerpo están diseñados para interpretar señales y tomar las acciones que procuren su preservación y supervivencia. Pocas veces podemos sobreponernos a los impulsos que buscan precisamente esto de forma recurrente. Probablemente, nos resistamos a comprar las papas fritas una vez, pero resulta difícil resistirse una segunda o tercera vez, salvo que encontremos algo que nos provea de la misma satisfacción.

Llevando esto al ámbito financiero, podemos identificarnos con impulsos que provienen de nuestra necesidad de querer vivir bien o mejor como, por ejemplo, querer esa casa nueva o ese auto de primera. Destacamos que los impulsos, al ser parte de nuestra naturaleza, no pueden ser calificados como positivos o negativos, pues esta categorización solo aplica al segundo componente que veremos más adelante. Nunca es malo querer comprar algo, así como nunca es malo querer comer; la pregunta es: ¿qué me causa querer hacerlo?

El truco para que estos impulsos conduzcan a acciones que mejoren nuestra situación financiera está, primero, en tomar una pausa e identificar el impulso y la señal causante y, segundo, en administrar la señal.

Acompañémonos del siguiente ejemplo: supongamos que tenemos ganas de comprar un nuevo celular que cuesta quinientos  dólares. Detengámonos y pensemos: ¿De dónde salen mis ganas de comprar ese celular? ¿Está el mío roto, es porque quiero darme el gusto o es porque le vi el celular a otra persona y me gustó?

Estando este impulso presente y, según cual sea la respuesta a la segunda pregunta, podemos administrar la señal ignorándola o reconociéndola. Ignorarla puede ser complicado, considerando que si está roto nuestro celular lo vamos a ver constantemente, por lo que reconocer la señal es la ruta a seguir para poder decidir cómo actuar ante el impulso, y aquí es donde entra el segundo componente.

Componente 2: La rutina

La rutina se compone de dos cosas: el acto y la repetición. El acto es la acción que llevamos a cabo para conseguir la recompensa que satisfaga el impulso y la repetición es la frecuencia con la cual llevamos a cabo el acto cada vez que se manifiesta el impulso.

El hábito del ahorro debe ser cultivado desde la niñez.

Continuando con nuestro ejemplo de la compra del celular. Está claro que una de las acciones que puede satisfacer este impulso es comprar el celular, lo que implica gastar quinientos dólares inmediatamente, pero ¿cómo afecta esto mi situación financiera? Aquí es donde aplicaremos la categorización que, por simplicidad, hemos definido para los actos como las etiquetas “positivo” o “negativo”.

Un acto positivo en el contexto financiero conduce a que pueda satisfacer mi impulso sin que mi situación financiera se vea afectada por haberlo llevado a cabo. Un acto negativo es lo que conduzca precisamente a lo contrario.  La repetición de un acto financiero positivo nos permite, por ejemplo, mantenernos ahorrando, lo que tiene efectos buenos a largo plazo debido a los intereses que podemos ir generando.

Si nuestro celular está roto podríamos evaluar acciones positivas como repararlo y comprar un protector (costo $150, ahorro $350); cambiarlo provisionalmente por un modelo más económico y ahorrar para uno similar o superior (costo $250, ahorro $250).

Si nuestro impulso proviene de querer darse un gusto o porque le vimos el celular a otra persona, una acción positiva podría ser diferir la compra y ahorrar hasta tener lo suficiente (ahorro $500), y quizás para cuando tengamos suficiente, suponiendo que aún lo queremos, haya salido un modelo mejor y nos alcance.

Las diferentes acciones mencionadas requieren de una cierta disciplina, como entender de dónde viene la necesidad de comprar el celular y de reconocer que hay más de una forma de satisfacer un impulso, pero no implican el privarse de lo que uno quiere. Se trata de consumir siempre consciente de tu situación financiera. Si tenemos lo suficiente y no afecta nuestra situación financiera, ¿por qué no comprarlo? Pero, bajo esa misma idea, si funciona el celular, ¿para qué cambiarlo inmediatamente? ¿Me satisface?

Con esta última pregunta, entramos al siguiente componente al ser conscientes de lo que necesitamos para cultivar hábitos financieros sanos que perduren.

Componente 3: La recompensa

El inicio del año es un buen momento para empezar a crear nuevos y mejores hábitos financieros.

Este es el componente más importante de los sanos hábitos financieros. Consiste en aquello que satisface nuestro impulso, no es el objeto físico, es la emoción o sensación de premio que nos hace sentir. Esta sensación, la recompensa, tiene una vida útil que, según como hayamos atendido el impulso, es más o menos duradera.

Siguiendo con nuestro ejemplo, la recompensa en este caso está representada por el nuevo celular. La recompensa no es el celular, es el haber saciado el impulso de tenerlo y este puede volver a manifestarse tarde o temprano (con un nuevo modelo de celular u otra cosa que queramos).

Algo que podemos hacer para extender la vida útil de la recompensa es diferir la gratificación. ¿Qué significa esto? Aplicado a nuestro ejemplo, el acto de diferir la compra hasta tener ahorrado lo suficiente puede producir que, al obtener el celular, tengamos un grado mayor de satisfacción que al haberlo comprado de inmediato por el esfuerzo y disciplina de esperar.

Otra alternativa es cambiar la conducta por otra que tenga mayor recompensa: en lugar de comprar el celular, lo reparo o difiero la compra y sigo manteniendo el ahorro para un viaje familiar. Las experiencias, en especial aquellas que incluyen pasar el tiempo con seres queridos, como recompensa, tienden a tener una mayor vida útil.

“Somos lo que hacemos repetidamente…”

Concluimos con estas palabras de Aristóteles. Los hábitos son cosas de todos los días y sus efectos o consecuencias tienden a ser acumulativos, es decir, el resultado del hábito de hoy se sumará a los resultados de mañana. Lo mismo aplica para nuestra situación financiera, esto sin importar el tamaño de tu patrimonio. Hay múltiples instancias de grandes riquezas perdidas por no tener sanos hábitos financieros, así como casos de pequeños patrimonios que se vuelven grandes precisamente por cultivarlos. Un sano hábito financiero se compone de conocer el origen de nuestros impulsos y de acciones que nos permitan satisfacerlos, que tengan una recompensa con una larga vida útil.

¡Esperamos que este esquema los ayude a identificar mejor el origen de sus hábitos y orientar los mismos hacia cumplir sus metas y mejorar su situación financiera!

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