Estudiar en un palacio: el Instituto Nacional y la Escuela Normal de Santiago

Mónica Guardia |

19 noviembre, 2021

Dos de las grandes obras arquitectónicas panameñas de todos los tiempos fueron diseñadas para la más importante labor de todas, la formación de futuros ciudadanos.

“La inauguración del Instituto Nacional de Panamá tuvo lugar la noche del domingo bajo muy favorables auspicios. La lluvia había caído la mayor parte del día, pero, en la tarde, las nubes se habían dispersado y la noche estaba clara y fresca, un clima ideal para la brillante gala”, anunciaba el diario The Star and Herald en su edición del martes 20 de junio de 1911.

“La fachada del edificio estaba completamente iluminada y presentaba una apariencia imponente, con su arquitectura neoclásica y complejo escultórico de figuras mitológicas hechas en Italia por el artista Gaetano Chiaremonte. El patio interior estaba también iluminado con bombillos de luz eléctrica que iban desde el edificio principal hasta los más pequeños de la parte trasera”, continuaba el relato.

“La fiesta de inauguración tuvo su punto culminante al momento en que fueron haciendo aparición en el iluminado vestíbulo de mármol y la escalera de honor los más destacados ciudadanos del país: el presidente de la república, Pablo Arosemena; los ministros de estado, altos oficiales del gobierno, representantes del cuerpo diplomático y consular, el director y los profesores del Instituto, caballeros prominentes en las profesiones y los negocios y residentes extranjeros.

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No faltaron las damas, incluyendo algunas de las más encantadoras bellezas de la ciudad, ataviadas con impresionantes vestidos que mostraban sus encantos en el espléndido ambiente del interior del salón”, comentaba el diario.

Es el edificio más hermoso de toda Centroamérica, murmuraban los presentes, mientras bebían champaña y otros refrescos y escuchaban la música interpretada por la Banda Republicana y la de la Brigada de Bomberos”, continuaba The Star and Herald, dos días después de la gala de inauguración de una de las escuelas más afamadas y prestigiosas del país.

De acuerdo con la misma crónica, el complejo educativo de cinco edificios recién construidos y escrupulosamente limpios estuvo abierto esa noche a los invitados que recorrían con curiosidad el edificio principal de tres pisos, con un majestuoso salón de actos y salones de clases aireados y espaciosos y las áreas de recreo, anfiteatro, gimnasio, duchas, la gran piscina, además de dormitorios, cocinas y comedor.

La primera escuela secundaria del país

El Instituto Nacional era la culminación del esfuerzo de los primeros gobernantes de la República, que decidieron otorgar a la cultura y la educación la máxima prioridad, sorprendiendo a observadores extranjeros, acostumbrados a ver cómo las repúblicas americanas recién independizadas se lanzaban de inmediato a comprar armamentos y formar un ejército.

Vistas de un pasillo dentro del Instituto y una salida del edificio principal, con una herrería magníficamente trabajada de la época.

En su lugar, el primer presidente de la República, el doctor Manuel Amador Guerrero, decidió invertir $3.5 de los $10 millones otorgados por Estados Unidos en virtud del tratado Hay Bunau Varilla, de 1903, a la construcción de hermosos edificios para elevar la cultura y autoestima nacional —un Palacio Municipal, un Teatro Nacional, la residencia presidencial y el Instituto Nacional—.

La idea de crear este primer instituto secundario de la República fue del prestigioso ingeniero y educador Abel Bravo, quien, como legislador en el periodo entre 1906 y 1910, escribió y propuso la Ley 22 de 1907, que ordenaba su construcción. Tras ser ratificada por el presidente Amador, el gobierno le dio al proyecto todo su respaldo.

Originalmente, el colegio funcionó en Santa Ana, con una matrícula de 298 estudiantes, en lo que es hoy la Escuela Manuel José Hurtado, pero pronto se decidió darle un edificio más grande. Para ello se adquirió un solar llamado Santa Rosa (hoy calle Estudiante) y se contrató al conocido arquitecto italiano Genaro Ruggieri quien, en mancuerna con uno de los más destacados ingenieros civiles de la época, Florencio Harmodio Arosemena, más tarde presidente de la República (1928-1931), hicieron realidad la edificación.

“La inversión de esas primeras administraciones de la República de Panamá estuvo cargada de simbolismo y es una consecuencia de la importancia que una joven república le daba a la educación”, sostiene el arquitecto Rodrigo Guardia Dall’Orso, director del Departamento de Planeamiento de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Panamá.

“No era un gesto político sino un anhelo de educar” respaldado por las políticas administrativas, leyes y programas que buscaban una “superación colectiva de la población”, afirma el arquitecto.

La “escalera de honor” en el vestíbulo del Instituto Nacional.

“A más de cien años de haberse inaugurado —su diseño, sus materiales, las puertas, la herrería—, siguen cautivando. Y en el lenguaje simbólico de la arquitectura dice a los estudiantes que ellos son importantes, que estudiar es importante, lo que, sin duda, dignifica el proceso de enseñanza, aumenta la motivación y autoestima”.

Pero el Instituto Nacional no era solo un imponente edificio. En sus inicios trabajaron por lo menos 15 profesores extranjeros traídos especialmente con la idea de elevar la educación nacional,  entre ellos Richard Newman, al que se unieron destacados panameños como Alfonso Fábrega, Eusebio A. Morales, José D. Moscote, Ricardo J. Alfaro, Nicolle Garay, Narciso Garay, Rafael Benítez y Manuel Alguero, convirtiendo esta escuela en la más prestigiosa del país, alma mater de prominentes hombres y mujeres panameños, quienes han dejado su huella en algunos importantes acontecimientos de la historia panameña, especialmente la gesta de mayo de 1958 y el 9 de enero de 1964.

Con motivo de los 100 años de la República, los presidentes Mireya Moscoso, en 2003, y Martín Torrijos, en 2005, destinaron varios millones de dólares a mejoras del edificio, especialmente el aula máxima, que luce hoy sus murales y pintura del cielorraso como en sus mejores días.

La Normal de Santiago, Monumento Histórico Nacional

En las décadas de 1920 y 1930, las distintas administraciones públicas, lideradas por hombres de la talla de Belisario Porras, Harmodio Arias, Ricardo J. Alfaro, continuaron esmerándose por ofrecer un elevado nivel de enseñanza a todos los sectores del país. Sin embargo, en un país de enormes necesidades, poco presupuesto se encontró para millonarias edificaciones escolares después del Instituto Nacional.

No fue sino después de superada la Gran Depresión, que otro gobernante se lanzó a la arriesgada aventura de trasladar la ya obsoleta Escuela Normal de Institutoras, en la ciudad de Panamá, a Santiago de Veraguas.

En la parte frontal de la Escuela Normal de Santiago se encuentra una estatua en honor a Urracá, personaje histórico.

Fueron muchos los que, como la gran educadora Esther Neira de Calvo, criticaron la decisión de Arosemena de ubicar el importante centro escolar —y la inversión de un millón de dólares de la época— en una “población ruinosa como Santiago”, ubicada en una de las provincias más atrasadas del país, con una taza de alfabetismo del 30% y una economía principalmente agraria.  Pero la decisión del presidente Arosemena fue inapelable.

En tiempos en que miles de campesinos emigraban a la capital en busca de mejores oportunidades de vida, él estaba decidido a romper la hegemonía económica, cultural y política de la capital, fomentando el surgimiento de nuevos polos educativos y de desarrollo.

La escuela –construida entre 1936 y 1939 por el arquitecto Luis Caselli y ornamentada por el escultor español Rodríguez Del Villar– fue el primer centro educativo secundario completo especialmente destinado a la formación de maestros de enseñanza primaria en el interior de la República. Fue inaugurada el 5 de junio de 1938, en lo que sería todo un acontecimiento que contó con la presencia del presidente Juan Demóstenes Arosemena y su esposa, doña Malvina G. de Arosemena, y de una comitiva, recibida en la entrada de Santiago con un bello arco triunfal donado por el Consejo Municipal.

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‘Sesenta y nueve mil 786 veragüenses agradecidos’, decía un letrero confeccionado por el municipio. ‘Campesinato lleno de esperanza’, ‘Recibid el saludo de Veraguas’, leían otros a su lado, hechos por los campesinos y comerciantes que veían en la creación de la Normal de Santiago, después llamada Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, en honor al presidente, una oportunidad para elevar a la población tanto cultural como económicamente.

Hoy en día, quienes hagan un recorrido turístico por la ciudad de Santiago de Veraguas quedarán impactados por la belleza arquitectónica de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, declarado Monumento Histórico Nacional en 1984. El bello edificio de fachada churrigueresca está custodiado por las figuras de dos majestuosos leones, rodeados de un conjunto escultural barroco, complementado con columnas y arabescos, que sirven de antesala a un magnífico vestíbulo cargado de más figuras en relieve alusivos a temas de la región. Vale destacar también el amplio salón principal donde se pueden admirar murales de Roberto Lewis, uno de los más grandes pintores panameños.

La escuela ocupa un área de más de 40 mil metros cuadrados, sobre los cuales también se encuentran edificios para dormitorios, jardines, patios y una capilla. En su parte frontal se ubicó una estatua en honor al cacique indígena Urracá (Ubarragá Maná Tigrí), personaje histórico veragüense y símbolo de la lucha de los pueblos originarios de Panamá contra la colonización española.

Uno de los patios en la Escuela Normal de Santiago, que está rodeada de naturaleza.

Al igual que el Instituto Nacional en la capital, la Normal de Santiago ha sido un faro de luz en el interior de la República, un espacio de formación y crecimiento para miles de estudiantes, que han encontrado un sitio sano y propicio para el conocimiento y formación como maestros, y que, a su vez, en una cadena de conocimiento, han enriquecido la vida de nuevas generaciones de panameños. Estas dos majestuosas edificaciones, como manifiesta el arquitecto Rodrigo Guardia, llevan al estudiantado el mensaje de que en el estudio está el futuro del país.

Fotografías
Fachada del Instituto Nacional: Cortesía de Meduca
Techo, pasillo y escalera del Instituto Nacional: Arq. Rodrigo Guardia
Aula máxima del Instituto Nacional y fotos de Escuela Normal de Santiago: Mónica Guardia

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