La casa de la laguna

Tito Herrera |

1 septiembre, 2013

La plenitud que se siente en este lugar es poco comparable con otras experiencias, un oasis en medio de las montañas de nuestras tierras altas.

[quote align=’right’]…El paisaje es casi surreal, mágico, como tomado de una postal…[/quote]Casi al amanecer, una delgada neblina flota sobre las aguas de la laguna de Volcán, en la provincia de Chiriquí. El paisaje es casi surreal, mágico, como tomado de una postal, con colores nítidos que reflejan al unísono la majestuosidad de la naturaleza que rodea este prístino lugar. La sensación de paz y de pertenencia que inmediatamente se apodera de nuestro interior es única, motivándonos a explorar y conocer más.

Este paradisíaco escenario tiene su origen, según cuenta la leyenda, en una zona de antiguas calderas volcánicas cuyo relieve sugiere que se trataba del cráter de un volcán que una vez existió. Mientras nuestros sentidos recogen melodías de numerosas especies de pájaros, diversidad de tonalidades verdes y un cierto frescor que se produce cuando la brisa fría toca la piel, imaginamos cómo será posible que este tesoro escondido siga conservando todo el esplendor de su belleza y, sobre todo, nos maravillamos ante la imponente presencia de dos grandes masas de agua que han desafiado el paso del tiempo, convirtiéndose en un ícono del lugar al constituir un santuario de biodiversidad en las tierras altas de Panamá. Se trata de la laguna grande, con una superficie de aproximadamente 18.7 hectáreas, y de la laguna chica, de 17.4 hectáreas, ambas localizadas a escasos metros de la pista de aterrizaje, en la Hacienda Las Lagunas, propiedad de la familia Janson.

Nos aproximamos a la orilla de las aguas de la laguna chica y justo allí se empieza a ver una casa, a lo lejos, desde ese camino de tierra que nos dio la bienvenida. El sol ya sube y mientras nos acercamos por el camino de bosque, la casa verde y de madera –que parecía estar camuflada intencionalmente– se deja ver en todo su esplendor.

Este secreto es una pintoresca residencia que enaltece el paisaje y que se encuentra escondida entre las aguas de la laguna, los bosques y cafetales que la rodean. Lo más curioso es que se viene levantando, transformando y adaptándose a los tiempos desde hace más de cincuenta años.

Vista de la casa

Una pintoresca residencia con tonalidad verde enaltece el paisaje y se deja descubrir entre los bosques y cafetales que la rodean. Al entrar, descubrimos que cada pieza tiene una historia, producto de los viajes y las experiencias de sus dueños actuales.

Todo empezó cerca del año 1940, cuando el dueño original de un globo de terreno de más de mil hectáreas y amante de la pesca, el señor Carl Janson (padre), mejor conocido como “Cale” Janson, decide obsequiar a uno de sus inseparables compañeros de aventuras de pesca un globo de terreno de 3,300 metros justo al lado de una hermosa laguna donde solían ir a pescar juntos.

Janson era un inmigrante sueco que llegó a tierras altas por la recomendación de otro amigo hacendado de Cerro Punta. Amante de la pesca, se preocupó pronto de proteger y conservar los bosques que rodean las pequeñas lagunas que se encontraban dentro de su propiedad. Como no contaban con vida marina dentro de ellas, Janson importó, desde la Florida y por vía aérea, peces vivos como sargentos y otras especies las cuales, desde entonces y hasta la fecha, se siguen reproduciendo en las lagunas.

Fue un norteamericano retirado el que recibió la propiedad y, para aprovechar más y mejor la pesca en la laguna y los bosques de sus alrededores, rápidamente se mandó a construir una pequeña cabaña a las orillas de la laguna chica.

Cerca de 1960, la primera casa de la laguna estaba terminada. No medía más de 100 metros cuadrados. Fue construida pensando en las necesidades básicas, sin nada de lujos y utilizando solamente materiales del área: madera y piedras de los alrededores del volcán. Así se terminó la obra. La casa era, en ese entonces, el refugio perfecto para un amante de la pesca y la aventura.

Terraza balcon

La terraza-balcón mira a la laguna y es el primer aposento que recibe a los visitantes.

No había luz eléctrica, y un pequeño cuarto construido a un costado de la casa albergaba una ruidosa planta eléctrica, pues la energía era vital para el estilo de vida de este norteamericano.

Hoy, más de 50 años después de la construcción de esa pequeña casa, los cambios han sido muchos. Aún sigue siendo, a simple vista, un lugar sencillo, pero sus detalles hacen ahora una gran diferencia.

Su entrada principal la constituye la terraza-balcón que mira a la laguna y que recibe a los visitantes. Un área común de sala de estar y comedor son lo primero que se ve al entrar. Su “estilo” es que no tiene un estilo definido. Es una mezcla de clásico con rural, que pocas veces logra tener tanto sentido y armonizar tanto como lo hacen acá.

Cada pieza dentro de la casa tiene una historia, un detalle, un recorrido. Todos son el producto de los viajes y las experiencias de sus dueños actuales. Un par de viajeros convertidos en cafetaleros, Haydée y Calecito –hijo de “Cale”– Janson fueron los encargados de rescatar, restaurar y habitar la casa de la laguna a su gusto y su estado actual.

Al entrar las opciones son sencillas: A la derecha, una sala que aún conserva la chimenea original de hace más de 40 años, hecha con piedras sacadas de los alrededores del volcán. Frente a la chimenea, encontramos un juego de sala que emigró de Europa con los dueños de la casa.

Casa Janson

La sala, con una gran calidez y un agradable ambiente rústico, nos invita a admirar cada uno de sus detalles. Predomina una chimenea original, de hace más de 40 años.

Un aparador británico de los años 1700 y, en él, algunas fotos de la familia y una pequeña colección de porcelana comprada en China hace más de 30 años durante uno de los muchos viajes de los actuales propietarios, completan el aposento. Sobre la chimenea, observamos un cuadro personalizado, obra de una pintora panameña y prima de los actuales residentes de la casa, quien no solo diseñó y creó la obra especialmente para este espacio y con las frutas favoritas de Panamá y Puerto Rico, sino que además fue la cómplice para que los actuales dueños se conocieran y, eventualmente, se unieran. A la izquierda, se aprecia un juego de comedor, también de 1700, arriba del cual cuelga una lámpara que el Sr. Cale diseñó y armó personalmente con cuernos de alce que había ido coleccionando durante años. Todo tiene una historia, una razón de estar, cada mueble viene con una leyenda que contar.

El proceso de renacimiento de la casa no fue ni rápido, ni fácil. En 1993, luego de muchos años de abandono fue rescatada por la familia Janson así como estaba, sin luz, con agua de pozo y entrando por un pequeño camino a través del bosque. Así fue como encontraron la casa y así se mudaron a ella los nuevos propietarios. Empezó entonces un proceso que, después de 20 años, parece por fin haber llegado a su madurez.

Por muchos años, y decididos a salvar la casa y convertirla en su hogar soñado, los Janson vivían en ella sin luz eléctrica; con la estufa original hecha a mano en el pueblo de volcán y una nevera, ambas a gas; con lo más básico para vivir y listos para empezar a remodelar y ampliar su nuevo hogar como ellos se lo imaginaron.

La casa es ahora un poco más grande. Tiene a un costado una casa de huéspedes y una casa del cuidador, ambas en piedra y madera. El antiguo y pequeño cuarto, donde el residente original de la residencia guardaba su ruidosa planta eléctrica de gasolina, es ahora ampliado y se transformó en un cuarto de masajes, un pequeño gimnasio y un sauna de leña.

Nada ha sido fácil realmente, pero quizás lo más complicado de la remodelación fue agregar un segundo piso a la pequeña cabaña original. Así, como si la idea de agregar otro alto a la casa no fuera suficientemente complicada, los esposos Janson decidieron que era vital mantener la vista a la laguna permanentemente libre. Por y para esto, al menos una pared entera debería permanecer completamente de vidrio. No se logró convencer a ninguna compañía en todo el país para que instalara los cristales, que medían más de dos metros cuadrados y que debían ser colocados en el segundo piso. Nuevamente, esta labor recayó en las manos de los propietarios junto con un equipo de trabajadores locales. Los cristales, que habían sido finalmente entregados hasta la puerta de la casa por una compañía de la capital, venían de ser reciclados de una tienda en la ciudad.

El experimento y la determinación de colocar un segundo piso valieron la pena, sobre todo ahora que se aprecia la casa terminada. Sin paredes, solo un cristal y unas cortinas –que se pueden abrir o cerrar al gusto– separan a los Janson de la laguna chica.

Las lagunas y sus bosques forman parte de una hacienda cafetalera y ganadera. Volcán y su comunidad vecina de Cerro Punta son bien conocidos por la productividad de sus tierras, su clima frío producto de su posición geográfica a más de dos mil metros sobre el nivel del mar y el turismo que cada año se hace un poco más fuerte.

Laguna Chica

La laguna chica cuenta con 17.4 hectáreas de agua cristalina y muy profunda. La Hacienda Las Lagunas, propiedad de la familia Janson, nos transporta a otra época en un ambiente de paz y serenidad.

Atardecer en casa Janson

El atardecer presenta una magnífica oportunidad para que Haydée y Calecito se relajen en una pequeña balsa diseñada por él, mientras disfrutan el paisaje y los recuerdos de cómo han logrado hacer, de una cabaña construida hace más de 50 años, su hogar.

Los Janson han optado, como otras familias del área, por ofrecer actividades de agroturismo para que visitantes puedan conocer el área y apreciar lo que ellos tienen la dicha de disfrutar a diario, mediante recorridos de los senderos a caballo a través de los cafetales, el área de las lagunas y visitas al beneficio de café para ver este proceso tan autóctono de las tierras altas.

La llegada de la tarde en Volcán y la puesta del sol son una invitación casi obligatoria a bajar a las orillas del agua. Sobre ellas flota una pequeña balsa diseñada también por Calecito. Impulsada por un casi imperceptible motor eléctrico, funciona perfecto para lo básico: mantener a flote a los Janson, quienes vino y snacks en mano, acompañados de sus tres perros y sin mayor prisa más que ver la noche llegar, se disponen a flotar en silencio hasta que caiga la noche y, desde el agua, ver esa casita que compraron, la que nadie quería, esa que ahora, después de más de veinte años de trabajo duro, llaman su hogar.

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